Apostillas a un artículo del profesor Julio Mosquera (II/II)

"Tan falaz es el razonamiento que afirma:

"No se ha podido demostrar que Dios existe, luego Dios no existe",

como el que afirma

"No se ha podido demostrar que Dios no existe, luego Dios existe".

Emilio Martínez Navarro

I. Introducción

Hay que reconocer que la fe religiosa, la fe en Dios, es una realidad humana. Somos nosotros quienes creemos o dejamos de creer en Dios. Muchas personas se preguntan por el sentido de la religión, su verdad y su significado. ¿Qué es la religión? La palabra se utiliza de distintas maneras. Los teólogos la entienden de diferente manera que los científicos sociales, la persona de a pie la considera de forma distinta que la persona mística. Generalmente se entiende por religión más bien los aspectos racionales de la existencia, como la creencia en dogmas, los rituales y los sacramentos. Hay quienes incluyen también la creencia en dioses y diosas, en las almas de los árboles y de las montañas. Hoy en día la gente se pregunta una y otra vez por la validez de la religión en general. Ya no satisface la base meramente cognitiva que sirve de punto de partida, sobre todo en las religiones teístas. La interpretación simplemente hermenéutica de los textos religiosos, que suele transmitirse generalmente sin comentarios explicativos, no supone para muchas personas una ayuda para encontrar el sentido de la vida, ni tampoco una ayuda existencial. La gente se pregunta por el origen de esos textos y por el origen de la religión misma.

No se puede infravalorar la importancia de las religiones en la actualidad. Es necesario tomar conciencia de su gran potencial numérico, de su fuerza aglutinadora y de su capacidad movilizadora. Los datos al respecto son concluyentes. Cerca de cuatro quintas partes de la población mundial hoy está adscrita a algún movimiento religioso: más de 800 millones al hinduismo; 1 300 millones al islam; cerca de 2000 millones al cristianismo; en torno a 350 millones al budismo; más de 200 millones a las religiones chinas; la misma cantidad a las religiones tradicionales en sus diversas modalidades, y 16 millones al judaísmo. Las personas no religiosas suman en torno al 20%. Alrededor de una cuarta parte de los estados del mundo mantiene vínculos formales con una religión. Las religiones trascienden las propias creencias, contribuyen a la conformación de las culturas y siguen influyendo en los comportamientos, las actitudes personales, las decisiones colectivas de los pueblos y la esfera internacional, tanto en las situaciones de conflicto como en las iniciativas de paz.

Ante el importante significado de las religiones, no podemos seguir repitiendo miméticamente la crítica moderna de la religión —económica, política, psicológica, filosófica, etcétera-en los mismos términos en que se formuló en los siglos pasados. Y no porque no se tuvieran razones para cuestionar las patologías de las religiones y, sobre todo, su función legitimadora del orden establecido. Se tenían razones y muy poderosas. Más aún, la crítica fue beneficiosa para las propias religiones, que se vieron obligadas a hacer autocrítica, a retornar a las fuentes y a reubicarse en los nuevos climas culturales. Pero es obligado reconocer que algunas veces se trató de una crítica superficial y poco matizada, ya que, según palabras del filósofo Ernst Bloch, no acertó a descubrir el elemento mesiánico, liberador y revolucionario de muchas tradiciones religiosas y arrojó al niño junto con el agua sucia de la bañera.

Por eso, en mi opinión, esa crítica debe revisarse y reformularse en el contexto de los nuevos fenómenos culturales y ante las nuevas manifestaciones religiosas. Tampoco parece justo calificar a las religiones en bloque, y sin matizaciones, como generadoras de violencia y obstáculos para el progreso, o considerarlas producto del miedo y la ignorancia. Aun cuando esas motivaciones hayan sido y sigan siendo factores importantes en el mundo de las creencias religiosas, se trata de actitudes y comportamientos que no pertenecen a la naturaleza de la religión, sino que son patologías. Precisamente por esa razón hay que estar alerta frente ellas, asumir las críticas que vienen de fuera y trabajar por su erradicación, siendo conscientes de que siempre pervivirán huellas de las mismas.

Resulta estéril y contraproducente combatir frontalmente a las religiones de manera indiscriminada desde una actitud militante antirreligiosa. Dicha actitud resulta tan caduca como algunas de las manifestaciones que se pretenden combatir y lleva de manera directa a actitudes de autodefensa que desembocan con frecuencia en fundamentalismo, fanatismo y sectarismo.

Pero tampoco se puede caer en una fácil apologética que idealice las religiones y las presente con todos los bienes sin ningún tipo de mal. Es necesario mantener una actitud permanente de autocrítica y al mismo tiempo de crítica. Autocrítica para desenmascarar sus perversiones, que tanto las desacreditan; y crítica desde la sociedad para defender la laicidad y evitar el peligro de neoconfesionalismo que acecha por doquier.

II. Parábola (Emilio Martínez Navarro)

"La vida humana se parece a un conjunto de juguetes vivos e inteligentes que misteriosamente aparecieron en un pequeño planeta y se llamaron a sí mismos «los nuevos», porque se dieron cuenta de que eran una novedad en aquel lugar. Al principio eran pocos, pero fueron capaces de reproducirse hasta que poblaron el pequeño planeta en su totalidad. Eran conscientes de que allí había otros juguetes menos inteligentes que ellos, y aprendieron a utilizarlos para el alimento, el abrigo, el transporte y otras muchas necesidades. Generación tras generación, «los nuevos» se preguntaban para qué les habían colocado allí los creadores jugueteros del cielo y qué clase de juegos realizaban con ellos los invisibles jugadores a los que servían como juguetes. Lo que era evidente para ellos era su propia debilidad como juguetes, puesto que no era posible resistirse a los misteriosos juguetones. Era evidente para los nuevos que, a pesar de ser más inteligentes que los otros juguetes, eran igualmente utilizados para jugar por unos seres superiores que tenían en sus manos los hilos de sus vidas, como si todos fuesen marionetas.

Pasaron los siglos, y entre los nuevos aparecieron otras maneras de entenderse a sí mismos. Algunos dijeron que no había muchos creadores jugueteros, sino uno solo al que debía rendirse culto en agradecimiento por haber creado tantos y tan bellos juguetes, y que no había seres juguetones, sino que el juego consistía en que cada juguete había de jugar consigo mismo y con los demás en el plazo que durase su vida, y que después de esta vida habría otra, que sería mejor o peor en función del comportamiento que se hubiera tenido en el planeta.

Otros nuevos dijeron que no hubo nunca creador juguetero alguno, ni seres juguetones, sino que todos los nuevos y los otros juguetes menos inteligentes habían aparecido en el planeta por un cúmulo de azarosas razones, y que por lo tanto no eran juguetes de otros seres, sino que el único juego era pasar un tiempo en el planeta entre el nacimiento y la muerte, y que después de ésta ya no se podía esperar nada más.

Además de estas maneras de entenderse a sí mismos, surgieron otras muchas variantes dentro de cada una, de modo que el desacuerdo en esas cuestiones era cada vez mayor. Sin embargo, había acuerdo en que a todo nuevo se le debía exigir cierta responsabilidad por sus actos. A unos más, si eran adultos y plenamente inteligentes, y a otros menos, si eran menores o tenían alteradas las capacidades intelectuales. Había un acuerdo general en que, fuese cual fuese la creencia de cada nuevo respecto a los orígenes, era necesario que todos se atuvieran a ciertas reglas de comportamiento. No se exigía el mismo comportamiento en todos los aspectos de la vida, sino únicamente en aquellos aspectos en que se entendía que ciertos juegos no debían ser permitidos porque de lo contrario se provocaban daños y rencores entre unos y otros, y había un acuerdo general en que lo más inteligente era reducir al máximo tales daños y rencores."

Parece evidente que cada grupo humano, en cada momento histórico, tiene una visión del mundo que comparte la inmensa mayoría de sus miembros, aunque a menudo hay minorías disidentes que ponen en cuestión la cosmovisión mayoritariamente aceptada. Las cosmovisiones desempeñan una función diferente a la que cumple el código moral del grupo: mientras que la moral orienta los comportamientos, la cosmovisión ofrece un sentido, una explicación, una manera de entenderse el individuo a sí mismo y a los demás como parte de una realidad que estaba ahí antes de que él o ella llegase al mundo y que seguirá su curso cuando ya no estemos. La cosmovisión es una representación mental de la realidad entera, en cuyo seno cobra sentido la propia existencia individual como parte de esa realidad.

Cuando los investigadores nos informan de que tal o cual grupo prehistórico practicaba rituales de enterramiento de sus muertos, inmediatamente suponen que esos rituales formaban parte de una cierta cosmovisión. Muy probablemente se veían a sí mismos como parte de un proceso en el que los muertos no mueren del todo, sino que viajan a otro sector de la realidad en el que permanecen velando por los vivos. De ese modo, la cosmovisión de un gran número de pueblos sostiene la creencia en un "más allá", un espacio meta-físico, distinto del "más acá" o espacio físico cotidiano. Cada cosmovisión, en resumen, representa una visión de la realidad completa, en la que puede haber, y generalmente hay, una distinción entre el ámbito empírico cotidiano y el ámbito metafísico y misterioso de lo invisible, al que se accede únicamente en condiciones especiales (por ejemplo, a través de los sueños, o de actos rituales, o a través de un viaje del espíritu del sujeto tras la muerte del cuerpo, etc.).

III. ¿Sería mejor un mundo sin religión como lo propone el Profesor J. Mosquera?

En principio, parece obvio que los miembros de cada una de las cosmovisiones existentes consideran que la suya es la verdadera visión del mundo. El creyente de cualquier religión sueña, en el mejor de los casos, con la extensión universal de sus creencias, mientras que el ateo militante considera que el mundo estaría mucho mejor sin religiones, como sugiere la letra de la famosa canción Imagine de John Lennon:

"Imagina que no hay Cielo. Es fácil si lo intentas. Ni Infierno debajo de nosotros. Sólo el cielo sobre nosotros. Imagina a toda la gente viviendo al día... Imagina que no hay países. No es difícil de hacer. Nada por lo que matar o morir. Ni tampoco religión. Imagina a toda la gente viviendo su vida en paz... Puedes decir que soy un soñador. Pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros. Y el mundo será uno. Imagina que no hay posesiones. Me pregunto si puedes. Ni hay necesidad por codicia ni hambre. Una hermandad de hombres. Imagina a toda la gente. Compartiendo todo el mundo. Puedes decir que soy un soñador. Pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros. Y el mundo vivirá unido".

El texto de Lennon sugiere que los obstáculos para que haya paz y hermandad entre las personas de todo el mundo son, principalmente, de tres clases: las diferencias basadas en las cosmovisiones religiosas, las rivalidades basadas en la existencia de estados nacionales, y las desigualdades que tienen su origen en la posesión de riquezas. En el punto que nos aquí nos concierne, el que se refiere a las diferencias de religión como fuente de conflictos, el texto parece sugerir, al menos, dos cosas: primera, que las creencias religiosas, como la idea de un Cielo y un Infierno, son perniciosas, puesto que impiden a la gente vivir el presente y la mantienen en la falsa ilusión de un «más allá»; y segunda, que un mundo en el que ya no existieran las creencias religiosas sería más pacífico porque habría menos razones para matar o para morir.

Las dos sugerencias son muy discutibles. A la primera se puede replicar que no necesariamente las creencias religiosas son todas perniciosas, aunque parece obvio que algunas de ellas lo son, sobre todo si implican daños y discriminaciones a las personas. Pero otras, en cambio, promueven la justicia, el amor y la fraternidad a los que apunta Lennon como ideal ético. Todo depende de cómo se entienda la religión y de qué implicaciones prácticas se deriven de ella. No es lo mismo, por ejemplo, desear que exista un Cielo para las víctimas de la historia (como sugiere el filósofo Max Horkheimer), que creer en un Paraíso al que van a parar directamente quienes mueren matando por un ideal religioso (como sostienen algunos fanáticos de diversas religiones). Y tampoco es lo mismo vivir obsesivamente pendiente de no ser condenado al Infierno que creer en un Dios que ofrece a todos su salvación pero que deja que cada cual la acepte o la rechace libremente.

En principio no hay ningún problema en admitir que la gente puede tener creencias religiosas sin dejar de vivir intensamente el presente, porque el hecho de que haya personas que viven alienadas en ciertas creencias religiosas no es una razón suficiente para desacreditar toda creencia religiosa. No tiene sentido desear la desaparición del vino por el hecho de que algunas personas abusan de él y cometen disparates morales bajo los efectos del mismo. Se puede objetar que no deberíamos comparar el vino con las creencias religiosas, puesto que estas últimas son, según la sugerencia de Lennon que estamos comentando, unas ilusiones falsas que siempre mantienen a la gente alienada, mientras que los inconvenientes del vino sólo van ligados a un posible abuso del consumo. Pero aquí está el nudo del problema: ¿Cómo puede nadie estar seguro de que las creencias religiosas son todas falsas, y por lo tanto alienantes? Podemos admitir que no hay evidencias suficientes para admitir la existencia segura de ciertos seres metafísicos, puesto que ya hemos aceptado que son objeto de fe, y no de conocimiento. Pero eso no significa que toda fe sea ilusoria y toda creencia religiosa sea alienante.

De lo que sí tenemos evidencia es de las limitaciones del conocimiento humano. Por eso hemos de admitir que, en cierto sentido, es igualmente razonable ser creyente y no serlo. Esta convicción debería ser una fuente de respeto mutuo entre creyentes y no creyentes: puesto que no se puede estar seguro de lo que se oculta más allá de nuestros escasos conocimientos, deberíamos respetar las creencias de unos y de otros al respecto, y depurar esas creencias en un debate respetuoso y abierto. En ese proceso de debate deberíamos denunciar las creencias que de hecho alienan a la gente: tanto si se trata de creencias religiosas como no religiosas. Porque el problema de las creencias alienantes se presenta ligado al uso que se puede hacer de las creencias en general, y no es un problema exclusivamente ligado a las creencias religiosas. Pensemos, por ejemplo, en el fenómeno del fanatismo, que es un caso claro de creencia alienante: se dan fanatismos entre creyentes de diversas religiones y también entre "creyentes" de filosofías ateas.

En cuanto a la segunda sugerencia del texto de Lennon, la de un mundo en el que ya no existieran las creencias religiosas sería más pacífico porque habría menos razones para matar o para morir, la réplica por mi parte es semejante a la anterior: no necesariamente las creencias religiosas son obstáculos pan paz. La historia muestra que la mayor parte de los conflictos que se han etiquetado como religiosos tenían en realdad otras motivaciones de fondo, particularmente razones políticas y económicas. Tiene razón el texto de Lennon en que la religión ha sido instrumentalizada de mil maneras, y sigue siendo instrumentalizada en nuestros días, para impulsar a muchas personas a matar o morir matando en nombre de causas que seguramente no merecen semejante sacrificio. Pero de ahí a desear la desaparición de toda religión para evitar esa posibilidad, se da un salto exagerado, comparable al que daría alguien que desease la desaparición de los coches para evitar que existan atropellos de personas.

A esto se podría replicar que, aunque los automóviles pueden ser utilizados como armas peligrosas, en realidad su función propia es transportar a la gente. De modo similar, a quienes piensan como Lennon o Mosquera les diría que la función de las religiones es proporcionar un horizonte de sentido a las vidas de las personas: las religiones proporcionan una cosmovisión y una comunidad en las que los creyentes se ven a sí mismos como parte de una realidad que les trasciende. Cada religión implica una cosmovisión que ayuda a sus seguidores a entender mejor su posición y su misión en el mundo, y que en la mayoría de los casos les promete algún tipo de consuelo ante la injusticia de este mundo, algún tipo de salvación ante la propia culpa, y algún tipo de esperanza ante la muerte. Por otra parte, es de esperar que, si las religiones desempeñan esa elevada función que acabo de mencionar, no van a desaparecer nunca. Sobre este último aspecto, relacionado con el papel que ha de desempeñar la religión en la política (vida humana), volveremos en el futuro.

IV Coda (algo breve sobre ateísmo)

La vida humana es un camino serpenteante que está llena de contrastes, contrariedades y contradicciones como expresión dinámica de la riqueza interior que habita en el ser humano. La tensión e incluso oposición entre religión y ateísmo, entre fe e increencia, han sido siempre, y sobre todo en la modernidad, un importante y fecundo estímulo para profundizar en las dimensiones más vitales de la persona y en el modo de ver e interpretar la vida. La fe es esencialmente una experiencia religiosa pero debe inculturarse para que no se volatilice. La religión necesita del ropaje de la cultura para poder presentarse en la sociedad en la que vive y dar razones de su existencia. Pero entre el mensaje religioso y el ropaje cultural se da una dialéctica permanente y un desajuste evidente. O la religión se reviste excesivamente con el ropaje cultural y entonces corre el riesgo de perder su identidad, o no logra arroparse y expresarse adecuadamente con la cultura y entonces se encuentra desplazada en la sociedad en la que participa.

El ateísmo es otra forma distinta de creencia que se basa en una fe inconfesada e implícita. Sin duda alguna necesita también dar razones de su creencia en los principios que se apoya para fundamentar razonablemente su increencia en la trascendencia. El ateísmo y la increencia recurren necesariamente al ropaje de la cultura para poder expresar y justificar su actitud y su mensaje, es decir, para poder convencer racional y culturalmente.

Sin entrar en el oscuro concepto de cultura, uno de los más ambiguos que existe, debe subrayarse que ella es creación del espíritu humano y va cambiando según el dinamismo creador del espíritu que lo gesta y lo anima. Por ello los hombres de cada época piden o exigen una adaptación, sino de los contenidos de fe, sí al menos de la expresión de los mismos en lenguaje significativo y en formas sociales convincentes y creíbles. No es fácil ser persona religiosa coherente y sintonizar con la cultura del propio tiempo porque en ella frecuentemente entran elementos contraculturales en el sentido de que no humanizan sino todo lo contrario. Por tanto, la tensión, cuando no el conflicto, entre cultura, ciertas filosofías y postulados científicos con la fe y la religión son resultado y expresión inevitables de las diversas perspectivas y visualizaciones en las que uno se apoya.

La tensión dialéctica entre religión y ateísmo puede ser de exclusión, como realidades antagónicas que se manifiestan en grupos diferenciados, o de inclusión, como experiencias que pertenecen a la vida de una misma persona, ya que en un mismo individuo pueden darse ambas actitudes mentales y vitales, a veces simultáneas y a veces sucesivas. Por eso tanto el creyente como el ateo o el agnóstico deben justificar razonablemente su creencia o increencia pues Dios es una profunda cuestión antropológica a nivel personal con incidencias sociales y culturales tanto si se acepta como si se rechaza.

Dado que desde hace años el ateísmo se presenta en algunos ambientes culturales y sociales como un fenómeno casi avasallador, conviene analizar sus razones de ser como sus pretensiones de propaganda. Para comprender la actitud actual de ciertas formas de ateísmo abiertamente agresivas, es oportuno afrontar este fenómeno desde sus raíces antropológicas y filosóficas. De este modo se podrá ver si el ateísmo de nuestro tiempo es nuevo y original o es más bien reproducción de formas ya expresadas y vividas pero con ropaje de la época vigente.

V. Lecturas pertinentes

 



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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