Irreverencia ante el poder establecido

A nuestra manera

Hace unos cuantos años atrás paseaba por un centro comercial en Caracas, Venezuela, y entré en una tienda de animalitos, mascotas como las llaman ahora. Un collie enano atrajo mi atención, si recuerdo bien su raza se llama sheltie. Estaba solo en una jaulita de 50 por 30 cm., tenía una mirada triste y perdida.

No pude despegar mis ojos de la jaula, estuve media hora dando vueltas dentro de la tienda hasta que terminé comprándolo y llevándolo a mi casa. Creo que me hizo recordar como me sentía cuando niño, o mejor dicho como recordaba yo la atmósfera de mi niñez, porque entonces no la sentía así. Es algo así como un truco de prestidigitación de la memoria.

Uno diría que fue un niño triste. Pero no, no lo fui, ni triste ni alegre. Fui un niño sin más porque nunca me pensé como alguien triste o alegre, solo me vivía tal cual era sin distancias para mirarme o pensarme a mi mismo. Es ahora que mirando mi infancia siento tristeza, nostalgia y me veo y me pienso como habiendo sido un niño triste.

Pero bueno, dejemos el rompecabezas del que se mira a si mismo siendo niño y hace juicios emocionales, para contarles lo que sucedió cuando llevé el cachorro a mi casa. Lo dejé en el baño, en el cuadradito de la ducha pensando en que me iba a orinar toda la casa. Le serví un plato de leche y comida que había comprado en la tienda.

Así mismo como lo dejé estuvo dos días, sin comer, sin moverse, como una estatua. El lugar le era desconocido y había vivido meses en un espacio reducido. Esa es exactamente la atmósfera sicológica que siento como trasfondo de la programación social. Luego leí sobre pruebas que hicieron con muchas personas de diferentes clases sociales.

Los pusieron en una habitación con objetos atrayentes y todas las cosas ricas y deseables que se les pudiera ocurrir. Les dijeron que tomaran y se llevaran todo lo que quisieran que era todo para ellos, que se sintieran en plena libertad. Nadie les diría nada, no habría ninguna consecuencia por sus acciones.

Pues no pudieron decidir por donde comenzar, se paralizaron. Después dieron mil explicaciones de los por qué, pero la resultante fue exactamente la misma en todos. Cuando nos ponen en una situación desacostumbrada, inesperada e inimaginable, nos paralizamos, nos sentimos desnudos y observados por todos, no disponemos de respuestas programadas.

¿No es así como nos educan a todos? Nadie nos pregunta como nos sentimos o que queremos, simplemente se nos dice que esto es bueno y aquello malo, o peor aún, que si hacemos esto o lo otro somos niños malos o buenos. Así como en los experimentos del fisiólogo ruso Pavlov con animales, se van asociando estímulos de variado tipo a los del cuerpo y se condicionan los reflejos, es decir, se te programa.

Entonces suena una campana y se te hace agua la boca. Ves un gesto, una mirada, o escuchas un tono de voz y tu cuerpo se contrae de temor previniendo el dolor, etc. Si te portas bien te dan una zanahoria o un puñado de azúcar. Si eres un niño malo no te quieren, te quitan lo que disfrutas y te encierran en el cuarto, te aíslan, expatrían o excomulgan de los afectos.

Pero nadie pregunta ni responde, ¿bueno o malo para qué, para quién? Eso tienes que aprenderlo por cuenta propia y a fuerza de llevar golpes en la vida, de frustrar todas tus buenas intenciones. Bueno o malo para la organización socioeconómica heredada y predominante. Bueno o malo para un tropismo de hábitos y creencias acumulativos cual contracara del temor al futuro, es decir que busca seguridad en la propiedad privada y exclusiva de objetos heredables, sobre los cuales proyecta atributos y valores que lógicamente no poseen.

Bueno o malo para la continuidad y autoafirmación de un tropismo sicológico colectivo fetichista de temor, que proyecta cualidades sobre objetos, amuletos protectores, salvadores. Cuando sentimos miedo invocamos la entidad protectora o acariciamos disimuladamente nuestro amuleto físico o sicológico para calmarnos.

Todo esto sucede tan velozmente y estamos todos tan habituados a ello que o nos pasa totalmente desapercibido o nos resulta absolutamente normal. Anormal e inhumano es quien no se preocupa por su futuro, quien comparte solidariamente lo que tiene con los demás. Quien a veces desatiende sus compromisos familiares para dar una mano a los más necesitados.

Anormal, ingenuo e idealista romántico que merece la crítica de todos sus allegados. Y un loco utópico totalmente desubicado, digno de electroshock e instituciones mentales, aquel que proponga que toda la problemática social se resolvería simplemente si en lugar de competir por acumular cosas y prestigios sociales inútiles, preventivos al temido futuro, diéramos la prioridad a lo humano, a lo viviente y nos ocupáramos unos de otros dándole a la creatividad la dirección de complementarnos solidariamente.

El verdadero problema en todo este planteo es ¿de donde saldrá la voluntad política para dar ese giro en este mundo alienado? ¿Quién y como dará esa ruptura con un tropismo temeroso y fetichista? ¿Quién detendrá esta avalancha de nieve una vez desencadenada?

Esa pregunta ya fue respondida en Venezuela en los hechos y no en las palabras, cuando nadie lo esperaba. A tal punto que aún gran parte de los que lo viven y se benefician de ello no pueden creerlo. Temen que sea un sueño demasiado bueno para ser real del que habrán de despertar, y aún votan por la oposición porque más vale malo conocido que bueno por conocer.

También hay muchos que insisten en explicar racionalmente el tropismo de temor fetichista, que se aterroriza ante la discontinuidad de hábitos y creencias aunque represente un salto evolutivo, una mejor calidad de vida para todos. Pero la vida no funciona en base a explicaciones, los hechos se abren camino los esperes o no, los desees o no.

Eternidades después cerramos la boca y con un gesto de incredulidad que aún no se ha borrado intentamos una explicación, manipulando, masticando atrás y adelante los conocimientos de que disponemos. Pero los hechos siguen su curso con o sin explicaciones, tienen su propia dinámica y lógica interna. La mirada los acompaña o queda atrapada en sus creencias, atina a darles dirección sobre la marcha o es desbordada y arrastrada por ellos.

¿Cómo puede explicar el temor que solo busca seguridad preventiva acumulando objetos, dinero o prestigio, el que un gobierno comience a redirigir impuestos y ganancias a quienes realmente los generan, en lugar de seguir enriqueciendo hábitos, tropismos elitescos?

¿Cómo explicar que alguien se atreva a ser fiel a sus promesas electorales a riesgo de enemistarse con los poderosos, perdiéndose una jugosa tajada que lo aseguraría de por vida, poniendo inútilmente su propia vida y la de su familia en peligro? Ha de ser uno de esos soñadores irresponsables y utópicos que cree que alguien se lo agradecerá y no sabe que solo le espera el fracaso y la soledad a futuro.

¿Cómo irrespetar las sacrosantas leyes del mercado y arriesgarte a que el todo poderoso FMI y BM te hagan la cruz, nadie venga a invertir y no haya fuentes de trabajo? Ni hablemos de que te declaren dentro del eje del mal, los terroristas, los que no combaten la droga ni el tráfico de personas. Entonces encontrarán un modo para derrocar el gobierno o invadirte.

Y si a ello le agregamos vender petróleo sin intermediarios y con facilidades de pago a los países vecinos más necesitados en lugar de entregárselo a las corporaciones que multiplican su precio y ahorcan, chantajean las economías, entonces ya se está regalando lo que le corresponde al pueblo. Es decir a las élites que lo parasitan y viven de su trabajo.

En Venezuela ya rompimos ese tropismo sicótico, ese circuito histérico de acumular para asegurar el futuro mientras la gente se muere alrededor y el ecosistema colapsa. Ya logramos que alguien comience a dar sin temor a no recibir. Ya comenzamos a reestablecer el equilibrio peligrosamente alterado del ecosistema viviente que incluye al ser humano.

Ese era el punto crítico, romper el tropismo de acumulación temerosa y sicótico que nos conducía directo al holocausto o autosuicidio colectivo, y ya está logrado. Porque hay una enorme diferencia en contaminar tu entorno con tus expresiones egoístas de temor.

O contagiarlo con tu generosidad y entusiasmo que comienzan a abrir la conciencia de nuevo al mundo, a restablecer la solidaridad humana perdida u olvidada en el camino temporal. Hay un fenómeno particular que confirma todo esto que digo y que es muy poco reconocido y menos aún comentado en la magnitud que merece.

La revolución más profunda y significativa sobre todo si se la compara con los escenarios de barbarie mundiales que estamos presenciando, es el ejército unido con su pueblo. Porque pueblo somos todos, pueblo artificialmente dividido y enfrentado. Pueblo unido tanto para construir, alimentar, sanar, como para defender sus conquistas frente a fuerzas involutivas, regresivas, enemigas de la vida, del progreso y la humanización del mundo.

El solo reconocerlo u observar como opera en los diferentes países ya te dice todo de su gobierno, de la dirección de su proceso. En Venezuela la fuerza armada, tanto la policial como el ejército, ha dejado de ser una herramienta de represión contra el pueblo. Simplemente no hay represión, el pueblo sin importar su color político puede manifestar pacífica y ordenadamente.

Es lógico que así sea porque no se está engañando a la gente, por tanto se está interesado en saber cuales son sus problemas y en buscar soluciones juntos acorde a las urgencias y a los recursos disponibles. Y si el pueblo tiene que salir a la calle a manifestar para ser escuchado ha de ser porque no dispone de los organismos apropiados para presentar sus problemáticas.

O tal vez aún no haya los mecanismos eficientes, no burocráticos para resolverlas. O finalmente porque los hábitos del pasado interfieren con la nueva dirección política y las instituciones no se sienten aún comprometidas con el pueblo, no han ganado aún la sensibilidad necesaria para comprender las urgencias de las necesidades planteadas.

Aún no han interiorizado que el pueblo no está pidiendo favores sino ejerciendo sus legítimos derechos, que ellos no son una casta privilegiada sino por el contrario servidores públicos y parte del mismo pueblo. Solo son una función u órgano popular que se encarga de viabilizar reclamos y de encontrar las formas apropiadas y previstas para resolverlos

Hoy disponemos de libertad total de expresión, y ni siquiera hay oposición a decisiones judiciales descaradas como que no hubo golpe de estado sino vacío de poder. No hay un solo preso político ni mucho menos torturados. El ejército se ha convertido en el apoyo y garantía de paz para el pueblo.

No solo seguridad social sino que participa de todas las misiones, educa, comparte sus espacios, universidades, hospitales, ha retomado todos los valores y educación de su origen libertador y demócrata, renunciando a participar en maniobras de amedrentamiento.

Ya no va a escuelas donde se le enseña a torturar, reprimir y conspirar contra su pueblo al servicio de intereses extranjeros. Juntos pueblo y ejército derrotaron el golpe de estado y el sabotaje petrolero y ahora se unen para la defensa integral de la nación. Todo esto ha sido un proceso gradual de reeducación y un ir saneando las instituciones que continúa. Juntos pueblo y ejército van al exterior en misiones humanitarias a todos los pueblos hermanos.

Aún hay tragedias y asesinatos, abusos de autoridad contra el pueblo, campesinos e indígenas indefensos. Pero ahora al menos comienzan a ser entregados de inmediato a la autoridad y en algunos casos son castigados con penas máximas. Aunque sobre todo en las gobernaciones donde aún está la oposición, sigue imperando la corrupción e impunidad absoluta tanto a nivel político, judicial, como policial.

Aun cuando ya quedan muy pocos, se las arreglan para seguir engañando a la población que los elige. ¿Quién nos va a explicar estos curiosos fenómenos? Ya sea que los veamos como incapacidad de las fuerzas revolucionarias o habilidad de las conservadoras, es difícil de explicar como frente a un aluvión de hechos que benefician a una población totalmente excluida hasta hace unos pocos años, pueden seguir siendo guiados como ciegos.

Es algo muy particular el día que te das cuenta que no solo ya no temes a las fuerzas armadas, a los policías, sino que además puedes contar con ellos para que te ayuden, asesoren y apoyen. Además los aprecias y empiezas a confiar en ellos, te sientes en todo tu derecho de exigirles que cumplan con las funciones para las cuales fueron elegidos si no lo hicieren.

Es algo muy particular darte cuenta que no tienes miedo, porque es lo mismo que reconocer que has vivido toda tu vida con miedo. Miedo a perder, miedo a no conseguir, a fracasar, miedo a perder el premio prometido y a ser castigado, excluido, reprimido.

Miedo a que ya no te quieran ni respeten más por expresarte tal cual eres, sientes y piensas. Porque el miedo es el trasfondo de toda tu programación y cuando ya no te amenazan explícitamente parece como si no tuvieras estímulos ni dirección para moverte.

No es un proceso inmediato, de hecho la gran mayoría de la gente no se da cuenta aún. Porque el cese de la represión explícita no termina ni discontinúa la inercia de tu memoria, tus hábitos y creencias de gran carga sugestiva. Justamente tales circunstancias son las que aprovechan los medios para exacerbar esos circuitos de grabaciones del temor.

Así, pese a que hay total libertad seguimos tomados por nuestros temores y esperando lo peor del futuro. Porque la libertad hay que asumirla, ejercitarla activamente y responsabilizarse por sus resultados, ya que es el único modo de aprender y ganar conciencia. Algo que nadie puede hacer por ti.

Es como el cachorrito sacado de la jaula, necesita tiempo para comenzar a darse cuenta que es libre y empezar a dar sus primeros pasos exploratorios, rompiendo sus hábitos de encerramiento. Necesita moverse lenta y precavidamente para asegurarse que no es ninguna trampa para castigarlo, al sorprenderlo in fraganti irrespetando los códigos programados.

Pasará algún tiempo aún para que reconozcamos y valoremos realmente en toda su amplitud la posibilidad abierta, y más aún para que nos atrevamos a tomar la iniciativa de reinventar nuestras propias vidas, sentir confianza en nuestras propias fuerzas y capacidades.

Habrá por un lado que conocer a fondo los derechos que nos dan las nuevas leyes, y por otro reclamar esos espacios con acciones e iniciativas concretas. Porque nada se regala y los viejos hábitos han de ser desplazados, ocupados por los nuevos intentos. Los espacios son por ahora virtuales, tenemos que usarlos, ocuparlos, apropiárnoslos, exigirlos, ganarlos paso a paso.

Es infantil e inútil quejarse de que los viejos hábitos no cumplen con las nuevas reglas, de que se visten de rojo y se ponen boina pero no van más allá de su discurso revolucionario. Por eso justamente son hábitos viejos y solo pueden ser desplazados por la fuerza incipiente de nuevas prácticas solidarias y sobre todo eficientes. Es una revolución y no un regalo de cumpleaños.

El mundo real es un mundo de exigencias concretas del entorno que ameritan responsabilidad. Cada respuesta por pequeña e insignificante que parezca, afecta la economía social generando dolor o placer, sufrimiento o felicidad. En el mundo de vivencias y hechos ganas un lugar cuando insertado en el tejido social, asumes y realizas una función con eficiencia. Especialmente cuando lo haces de un modo diferente, nuevo, superador de todo lo anterior, que beneficia y trae mayor felicidad a la gran mayoría. De eso justamente se trata la revolución, de una mayor capacidad de respuesta a las exigencias del momento, de una cualificación.

Si hasta ahora hemos estado en esta condición, ¿cómo esperamos que cambie sin hacer absolutamente nada nuevo, diferente, sin hacer efectivo ese nuevo espacio que ya existe conceptual, legalmente, sin darle contenidos y gestiones nuevas?

La segunda cara de esta ausencia de represión, es que nos permite reconocer que hemos vivido en una sociedad injusta donde no podías expresar tus reclamos. Porque estabas condenado de antemano por la ley que justifica la expropiación de los frutos de tu trabajo, desde que defiende la propiedad privada de los medios de producción. Por tanto esa organización social solo puede imponerse y sostenerse por la represión violenta o latente.

¿Acaso hay alguna diferencia en los hechos entre los señores feudales que tenían derecho a las mujeres de sus vasallos cuando les venía en gana y hasta sobre sus vidas, y los modernos dueños de todo que pueden darte o no trabajo para poder mantener a tu mujer e hijos, convirtiéndote en un inválido social si no te sujetas a sus deseos y caprichos?

Hace unos días leí una frase muy significativa. La esperanza de vida ha aumentado globalmente, mas la vida con esperanza va disminuyendo en la misma proporción.

Pero en Venezuela y en el mundo ha comenzado a suceder un milagro. Miles, decenas, cientos de miles de personas que arrastraban sin esperanza por herencia o accidente imposibilidades visuales, ahora se sienten de nuevo relacionadas con su entorno porque les han devuelto ese órgano fundamental.

Pero no solo ven el paisaje que los rodea, también ven y alimentan su alma con ideas creativas leyendo los millones de selectos libros impresos, a la vez que pueden alimentar sus estómagos con las nutrientes apropiadas para no sufrir atrofias o insuficiente desarrollo.

Se terminó el analfabetismo y el hambre. Millones de personas excluidas, inexistentes, discriminadas cual desecho social, hoy finalmente tienen un documento de identidad que dice que existen institucionalmente y tienen los mismos derechos que todos.

Comenzando por los indígenas que hace quinientos años que no existen para nadie, y a los que también deberíamos ya cambiarles el nombre que les pusieron los invasores creyendo que estaban en la India. Siguiendo por las mujeres, especialmente las madres sin recursos que vagaban sin saber como alimentar a sus hijos.

Hoy todos ellos reciben ayuda de uno u otro tipo y millones de personas de todas las edades cursan algún tipo de estudio, desde la alfabetización hasta los estudios superiores. Además es un estudiar continuo, no termina cuando comienzas a trabajar.

Sin importar quien seas ni cual sea tu nivel de estudios puedes seguir estudiando cuanto quieras y elegir las materias que te resulten útiles para acrecentar tus conocimientos y capacidades. También es revolucionario haberse dado cuenta que tras toda educación hay siempre una intención, que se está educando con un modelo de mundo, de vida en mente.

Ahora se educa para una organización social solidaria, para la participación protagónica, para aprender a conocerte y crecer como función integral de tu comunidad, dando las herramientas y capacidades para transformarse transformando el entorno desde una visión estructural.

A mediano plazo, las siguientes generaciones ya no seguirán arrastrando déficit heredado. Ya no habrá motivos para que el pueblo se diferencie artificialmente del pueblo para enfrentarse a si mismo en defensa de intereses espurios. ¿Qué es una diferencia de clases e inclusive de género sino la inercia, el arrastre de una especialización histórica social, de un automatismo?

¿Y siendo así cual es la dificultad para revertir esos efectos históricos o cronológicos acumulativos?

Basta hacer extensivos a todos por igual las mayores posibilidades que la ciencia ha puesto a nuestro alcance, para que todo eso se convierta en un mal recuerdo que quede definitivamente atrás. No hay nada que nos pueda impedir terminar con ese cáncer social, con esa sociopatía que solo genera frustraciones, resentimientos, odios, deseos de venganza.

La revolución no acepta entonces ya el cuento de la herencia involuntaria ni leyes zoológicas o de mercado como justificación de la ignorancia, irresponsabilidad o apatía social. Las diferencias funcionales sociales surgen del ejercicio crecientemente especializado de la historia y se corrigen con voluntad política. Demostrado está en los hechos.

Y si resultado de la peor herencia social son todas las desgracias que sufren tantos indigentes, ¿no es justo que las confortemos dándoles ahora lo mejor que podamos brindar?

Así y de este modo puedo estar de acuerdo con los que dicen que la historia se terminó y en desacuerdo con los que afirman que mucho poder es malo. Se terminó porque nos apropiamos de nuestro futuro. Ya no corre allá adelante, lejano, siempre inalcanzable. Lo enlazamos, lo trajimos, lo concretamos, lo hicimos puro presente aquí y ahora. ¿Y quieren algo más maravilloso que lo que este poder popular solidario ha hecho posible?

Culmino entonces diciendo con sencillez que malo es aquello que se nos impone con violencia, sin alternativa, ofreciéndonos premios y castigos para programarnos como animalitos domésticos, de hábitos, y que termina convirtiéndose en un automatismo desapercibido que solo nos genera sufrimiento a nosotros mismos, contaminando nuestro entorno con cada acto.

Bueno es aquello que aprendemos sin imposiciones, como resultado de la experiencia de nuestras propias elecciones, todo aquello que genera conciencia creciente de nosotros mismos en relación con nuestro entorno. Aquello que podemos compartir con alegría con todos sabiendo que es bueno, liberador y gratificante, y no una cadena y yugo de bueyes para girar toda la vida en torno a la noria.


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Michel Balivo


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