Existe actualmente una borrasca social muy peligrosa, destructiva, que ha ido creciendo de manera desproporcional, peor que la xenofobia, se trata de la Aporofobia, del griego á-poros, sin recursos, indigente, pobre y fobos, miedo; es decir se refiere al miedo hacia la pobreza y hacia las personas pobres. Es la repugnación y hostilidad ante las personas pobres, que no poseen recursos o que están desamparadas. Se diferencia de la xenofobia o racismo, ya que socialmente no se discrimina ni margina a personas inmigrantes o a miembros de otras etnias cuando estas personas tienen recursos económicos, o poseen una relevancia social. Esta discriminación en realidad no es reciente, la venimos arrastrando desde hace más de dos mil años, cuando la imprudencia de la cultura de las famosas conquistas y los entrometidos que nos impusieron la cruz hizo que un sector de la llamada clase alta y los autodenominados elegidos, sometieran a otra que denominaron humildes y que hoy se ha proliferado por todo el planeta para el control y sumisión más aberrante del ser humano: ser pobre. Lo más lamentable de todo es que, aparte de la discriminación que sufren éstos por los que controlan el poder económico y religioso, también sean sometidos a la indiferencia por las mismas personas de su clase social. Por ejemplo: en la administración pública la mayoría de los trabajadores pertenecen a este sector social y a veces éstos se comportan como verdugos cuando tienen que brindar atención a los usuarios, los maltratan, les hacen dar cualquier cantidad de vueltas cuando solicitan un documento o una información, si son de la tercera edad el trato es peor; en fin, se aprovechan de su condición —consciente o inconscientemente—, porque verse reflejado en la condición de pobreza del otro, le es vergonzoso.
A este sector social le duele ser pobre y despreciado, la forma como son tratados, la mirada de frialdad, por estar inserta a un status que etiquetaron como lo más malo de un colectivo y que nos banalizó el capitalismo. Lo peor de este karma, además, es que por esa lucha de clases, por esa batalla diaria de sobrevivencia del más apto, son a los pobres a quienes les toca encarar la más dura de las peleas: no tener nada (en términos económicos) y ser ignorado. Es el mundo al revés, pero esto sucede porque se ha perdido la sensibilidad por nuestro prójimo, porque el sistema capitalista convierte al ser humano en inhumano. La aporofobia se ha convertido en el nuevo instrumento del capitalismo contra los pobres, suena duro, pero es la cruel realidad. El Banco Mundial realizó una encuesta a más de 60.000 pobres en 60 países. Se les preguntó ¿qué es ser pobre? y la respuesta desconcertó, ya que incluye muchos componentes. Ellos expresaron que más allá de las carencias materiales, lo que más les dolía de su situación era la "mirada de desprecio". Ser percibido como una clase inferior que, en el mejor de los casos, inspira compasión y en la mayoría de las veces, desconfianza y sospecha de que son delincuentes en potencia y hay que cuidarse de ellos. Enfrentar este flagelo requiere que se encaren ciertas realidades como: la pobreza no es neutra, mata y enferma; la desocupación es mucho más que un tema económico, ya que la pérdida del trabajo reduce los ingresos de las familias y crea penurias psicológicas, de baja autoestima y sensación de marginación; así como la discriminación, ya que según Latinobarómetro este es el sector más excluido de la sociedad. No obstante, este fenómeno social que se ha radicalizado más en nuestros tiempos es provocado desde el imperio. La crisis estadounidense presenta varias dimensiones interrelacionadas: la quiebra de su hegemonía y su cuota de participación en los mercados mundiales, en especial en Asia y América Latina; el aumento de las desigualdades de clase, la recuperación económica diferenciada entre capital y trabajo; un Estado policial cada vez más represivo y concebido para evitar la oposición interior a las nuevas guerras en el exterior y al descenso a largo plazo del nivel de vida.
Los ataques aporofóficos en Alemania contra campamentos turcos o en Pacaraima (norte de Brasil); o las aberrantes declaraciones del presidente Donald Trump contra los inmigrantes latinos, especialmente hacia mexicanos, nicaragüenses y salvadoreños; o las agresiones contra los venezolanos especialmente por parte de los países latinos vienen alimentados por las políticas imperiales contra el gobierno venezolano, a los fines de desequilibrar y tumbar el gobierno bolivariano. Es una campaña muy sucia, compleja y antinatura. El propósito es culpar a Maduro de la crisis migratoria, lograr ver a los países que ofrecen "ayuda" de manera hipócrita a nuestros hermanos como la oportunidad de vida y no como una explotación de mano de obra, pero en realidad no son bien recibidos por su condición social, por su poca capacidad económica que perciben, situaciones éstas a las cuales la OEA no se pronuncia. A pesar del desarrollo tecnológico, informático, la globalización del mensaje y las capacidades para influir en la opinión pública mundial, estamos viviendo una verdadera guerra de falta de humanidad. Esta es parte de un arma estratégica dominante de la Guerra Psicológica Mediática No Convencional que estamos viviendo, puesto que para ellos los latinos son ladrones, las venezolanas salen a otros países para causar infidelidades, o los venezolanos van a quitar trabajo en detrimento de la mano de obra del país donde emigra. El verdadero apetito que tienen los pobres ahora es porque se les reivindique a plenitud su dignidad, sentirse como un Ser útil a la sociedad, que se les trate por lo que son: como HUMANOS y no por lo que no tienen, porque ellos solo tienen como todos los pobres que trabajan, que aspiran, que sueñan, deseos de liberarse de este yugo al que han sido esclavizados, como tú, como yo, como todos. No podemos permitir, como revolucionarios, que se siga invisibilizando, ignorando, o despreciando a los pobres, porque la lucha sería vacía. El primer desafío es asumirlo como un problema colectivo y devolver a plenitud su dignidad humana.