En 1942 los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y a una
reina de otro mundeo y de un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien ado-
rara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja
(Eduardo Galeano: "Los hijos de los días"
Lo ocurrido en estas tierras a partir de 1492 cuando se produjo el trascendental y súbito tropiezo con tierras y gentes desconocidas por parte de un contingente de noventa españoles que navegaban distribuidos en tres carabelas la Pinta, la Niña y la Santa María, bajo la égida del almirante genovés Cristóbal Colón, en una misión expansionista contratada por los reyes de Castilla Isabel (la católica) y Fernando hijo heredero de Juan II de Aragón, fue una descomunal barbarie representada por inimaginables crímenes de lesa humanidad realizados en medio de una voracidad de oro y plata de tal magnitud que imbuyó a los foráneos insulares en hechos fuera de toda sindéresis; locuras espantosas cuyos criminales acontecimientos -una vez revelados por los cronistas de la época- deberían abochornar a las generaciones socializadas que preceden a sus autores.
De manera que aquí. En América. no hubo ningún descubrimiento como calificaron este hecho los cronistas oficiales. Ni tampoco hubo una heroica resistencia de los lugareños como han querido hacer ver otros relatores contrarios a los precitados. Para lo cual sólo basta adentramos en los contenidos de documentos del Archivo General de Indias con sede en Sevilla, reproducidos en numerosas publicaciones sobre esta materia.
No se trata de una novela sobre el atractivo mundo del lejano Oeste con figuras como Toro sentado o Caballo loco ((finales del siglo XIX y principios del XX) del escritor Marcial Lafuente Estefanía, nacido a comienzos del siglo pasado en Toledo, Castilla, autor de por lo menos 2600 novelas de breves sobre los cowboys, que escribía para la editorial Bruguera. Él contó que su escritura de una novelita de bolsillo de cien páginas que debía entregar semanalmente, se nutría de un libro sobre historia de Estados Unidos, un Atlas muy antiguo de este país, donde aparecían los pueblos de la época del lejano Oeste, y una guía telefónica en la que encontraba los nombres de sus personajes. Este escritor alternaba en su popularidad para la época de la editorial Brugueras con las novelas que publicaba Corín Tellado.
Claro, uno se dispersa cuando encuentra temas fascinantes como estos. Retomando el hilo del tema que nos ocupa. Yo creo que de haber sido así. Como lo pretendían los historiadores que sostienen la hipótesis de la resistencia indígena. Con toda seguridad la madera de esas naves en las que se transportaban los españoles no habría alcanzado para asar una suculenta parrillada en celebración colectiva por la victoria contra los indeseables transeúntes y el puñado de estos mercenarios a sueldos -bajo el mando de Cristóbal Colón- para conquistar fortuna destinada a la realeza española -seguramente- habría sucumbido ante la potencialidad numérica de los antiguo aborígenes que poblaban nuestros suelos.
Esto indica que la figura del mercenario no es una nueva factura (made in USA) sino que es de bastante vieja data y propia de los imperios que dieron origen a la tercerización o contratación de otros para que hagan lo que yo por cobardía u otras razones no me atrevo.
Lo que hubo aquí a finales del mil cuatrocientos fue tajantemente una grosera y criminal aventura que la historia no se agota en difundir y por eso se conservan con toda transparencia crónicas que revelan hechos poco trajinados en la literatura sobre tal barbarie genocida.
Usted puede imaginar y hasta fabular acerca de un escenario como el latinoamericano y centroamericano donde para la llegada de los españoles que vinieron con Colón y otras enloquecidas expediciones, se registraba una población de unos 200 millones de habitantes y cuando ya se da por concluida su criminal hazaña quedaban 4 millones de lugareños. Y producto de las riquezas de estas tierras prodigadas por la madre naturaleza y que el propio marino genovés calificara como tierra de gracia desembarcaron en Santa Lucía de Barrameda (cifras tomadas de un cronista de Aporrea) 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata.
Según textos reproducidos en libros sobre esta materia recogidos en obras de autores serios nutridos de fuentes autorizadas directas y en el Archivo General de Indias, como también provenientes de destacados cronistas entre los que sobresale (citó al investigador cubano Fernando del Castillo Durán especialista en literatura teratológica del Renacimiento), escribe en su libro Las Crónicas de Indias, la hermosa expresión que califica a Fray Bartolomé de Las Casas como el autor del Siglo XVI " que junto a Cervantes ha hecho correr más tinta", dada su abundante producción libreril.
A más de seiscientos años de ese tropiezo fortuito como preferimos llamarlo, uno afincado en un proyecto bien definido como fue el expansionismo europeo para robustecer las arcas de la corona venidas a menos y otro muy particularizado imbuido en una convivencia armónica con la naturaleza y la felicidad de su gente a su manera, el sacerdote Bartolomé de Las Casas se refiere a un gobernador cuyos crímenes lo impactaron sobremanera.
Dice De Las Casas en su libro Brevísima descripción de la destrucción de las indias que un gobernador y su gente: "-Inventó nuevas maneras de crueldades y de dar tormentos a los indios porque descubriesen y les dicen oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandato de él, para robar y estirpar gente, mató sobre cuarenta mil ánimas, que vido por sus ojos un religioso de San Francisco que con él iba, que se llama Francisco de San Román, metiéndolos a espada, quemándolos vivos y echándolos a perros bravos, y atormentándolos con diversos tormentos".
Otro de los testimonios entre los tantos publicados sobre los escritos de Fray Bartolomé de Las Casas, comparto con usted, amigo lector, el siguiente de desgarrador dramatismo: " cierto español con sus perros de caza de venados o de conejos, un día, no hallando que cazar, parecióle que tenían hambre los perros, y toma un muchacho chiquito de su madre, y con su puñal córtole a tarazones los brazos y las piernas, dándole a cada perro su parte y después de haber comido aquellos tarazones échales todo el cuerpecito en el suelo a todos juntos…".
Existe actualmente una marcada protesta por tales hechos a pesar del tiempo y de los contextos en los cuales se produjeron que. las estatuas de aquellos llamados conquistadores que adornan lugares especiales a lo largo y ancho de los países de América. Como protesta y repudio popular muchos de estos monumentos han sido derribados y destruidos, hechos añicos por la rabia producido en estos seres sensibles de la contemporaneidad; mientras que las calles y avenidas con sus nombres han sido sustituidos por otros de patriotas y de personajes célebres representativos de la ciencia y la cultura que verdaderamente merecen ocupar tal distinción.
Recuerdo y traigo a colación que en algo contribuye, que existen países como Vietnam donde por ley no se instauran bustos ni se crean plazas públicas, ni se colocan nombres a las calles y avenidas de personas, aun siendo de toda celebridad, que no sea vietnamitas de nacimiento.
Tal vez esta podría ser una experiencia de un país del sureste asiático amigo de Venezuela que no está demás contemplarla. Así obras artísticas realizadas por destacados creadores de la plástica universal no son echadas al tacho de la basura desestimándose su valor para la cultura de los pueblos.
La escultura que acaba de ser llevada a juicio popular en Caracas, como tantas obras convertidas en polvo y chatarras en distintos lugares del continente pertenecen a reconocidos artistas, famosos escultores, que merecen respeto por su obra creadora. Él recibió una pauta o una propuesta y trabajó un tiempo para ascender al clímax del hecho creador que lo llevó al diseño y concepción de la obra de arte. Usted no cree amigo lector que esa obra en vez de tirarla a la nada, convertirla en desecho, podría cumplir otra función en la sociedad.
Tal vez podría ser mucho más significativos a la vez que perdurable la protesta si la obra artística se reubica en una sala, en algún museo, dedicada a los indeseables por sus crímenes y soeces comportamientos social antes que tirarlas para que el camión del aseo urbano la traslade al lugar de la basura.
Seguro estoy que, si esta idea la elevan a la instancia del ministro del Poder Popular para la Cultura el periodista Ernesto Villegas, de quien puedo dar fe por su sensibilidad intelectual respecto a la obra artística y literaria, se obtendría de él una respuesta enriquecedora y fecunda. Y si algún país hermano desea donar una escultura de Colón o de cualesquiera de esos indeseables mal llamados conquistadores como Cortéz, el tirano Aguirre, Pizarro, etc. Pues no estaría mal que el valor artístico de la obra sirva hoy para formar parte en Venezuela de una sala permanente de repudio al crimen de lesa humanidad que los españoles cometieron contra los indígenas pobladores de nuestras tierras desde 1492 hasta que todo terminó en Carabobo doscientos años después.
Perennizar la protesta y el desprecio por tales barbaridades mediante una sala de artes contra la barbarie y el crimen dimensionarían el trabajo creador de nuestros artistas ya que esos espacios podrían ser cátedra permanente para educar a las presentes y futuras generaciones sobre la nacionalidad y tantos temas atinentes a los Derechos Humanos.
Más que hacer del 12 de octubre un día de protesta contra la invasión foránea y el crimen transformemos esta fecha en una labor permanente de defensa férrea de la patria y de los valores existenciales que le dan sentido a nuestra nacionalidad.