Cada vez se acrecienta más en el seno de la sociedad el descrédito de la política. A diario se oye en boca del pueblo llano una queja continua hacia el mal funcionamiento de la política, a causa de la errada praxis que se hace de esta herramienta para el desenvolvimiento pleno de la sociedad. Una y otra vez en el lenguaje común de la calle, la gente no cesa de quejarse de la pésima práctica (politiqueros, partidistas, sectarios, politicastros, demagogos, populistas, suelen llamarles, a veces vagamente, a veces con tino) que partidos y líderes políticos hacen de esta importante herramienta, la cual permite en principio la puesta en marcha de sistemas, proyectos, tácticas y estrategias civiles e institucionales para mejorar la vida de los ciudadanos, en convivencia. Pasan los meses y los años. La gente que ha acudido a las urnas electorales advierte que los cambios sustantivos en los procesos sociales y económicos no se producen, ni siquiera en el mediano plazo, en pro de la calidad de vida de los ciudadanos. A su vez, la política de partidos genera una retórica implícita que sirve como instrumento de manipulación de masas, fenómeno muy estudiado por los semiólogos y expertos en comunicación lingüística, un lenguaje que suele apropiarse de un repertorio simbólico de signos para el respectivo dominio de las masas. Entonces el lenguaje político se va vaciando de contenidos y va adquiriendo visos de clisé o de fetiche verbal, convalidado por una jerga repetitiva.
En las llamadas democracias representativas de las últimas décadas, numerosas opciones de partidos y organizaciones políticas, en mayor o menor grado, han presentado programas de gobierno y proyectos en las campañas electorales para lograr que el pueblo acuda a las urnas a votar por ellos: liberales, socialistas, socialdemócratas, de izquierdas, de derechas, o de centro izquierda. Las organizaciones políticas emplean grandes sumas de dinero y recursos para que los ciudadanos les favorezcan con el voto. Realizan grandes concentraciones de personas, mítines, marchas, campañas, banderas, conciertos, instrumentos de comunicación animando ambientes repletos de eslóganes, jingles, consignas, himnos, todos éstos recursos empleados para lograr que los ciudadanos se convenzan y opten por determinadas posibilidades, ofertadas por parte de líderes de partidos y sus candidatos. Distintas alianzas, pactos, negociaciones se intentan a fin de lograr que hombres, mujeres, ancianos y jóvenes concurran a expresar su opinión mediante el sufragio.
Pese a que las condiciones de vida de los ciudadanos no consiguen mejorar en lo esencial -en términos generales- con tales o cuales gobiernos, los ciudadanos siguen confiando en líderes y candidatos con la esperanza de progreso o mejora. En las primeras de cambio, los ciudadanos conservan sus expectativas de que los candidatos ahora elegidos van a tomar iniciativas honestas y claras para optimizar las condiciones de vida del común, o emplearán los recursos a su alcance para cumplir con los compromisos adquiridos durante sus campañas.
Pero, lentamente, estas expectativas se van extinguiendo; pasan meses y años y los partidos políticos se encierran, la mayoría de ellos, en sí mismos, acumulando poder en vez de transmitirlo; primero en sus estructuras internas, para luego concentrarse en sus propios intereses; después se adaptan fácilmente a las estructuras burocráticas del Estado para encauzar sus acciones mediante diferentes ministerios o instituciones, los cuales en la teoría tendrían reflejos concretos sobre el bienestar de la sociedad; pero ello realmente no ocurre, al ser desviados tales recursos hacia objetivos que no están enfocados en los verdaderos fines sociales.
Comienzan, entonces, a prevalecer los beneficios económicos de los grupos privados sobre los intereses de la sociedad en su conjunto. Los recursos destinados al pueblo se van desviando hacia otros fines; aparecen una serie de empresas, agrupaciones ajenas a la estructura funcional de las instituciones, poblándolas de una serie de vicios que escapan a las normativas de una filosofía social bien conducida o razonable; por el contrario, se oponen al sano y originario espíritu de las leyes, creándose intereses paralelos signados por una voluntad de enriquecimiento personal o privado, generalmente encubierto, soterrado, que termina a la larga convirtiéndose en algo aceptado. Al hallar tales complicidades automáticas un eco en sectores con similares características, se crean círculos de ambición (mafias) que se van imponiendo poco a poco en el ámbito de una democracia que hasta ese momento puede ser sana, para tomar otros rumbos no identificados con la legalidad y la justicia; por el contrario, los partidos políticos suelen activar una serie de mecanismos perversos para desviar los recursos del común a manos privadas, a grupos o empresas no identificados claramente. Ello no significa que la empresa privada sea descartable en el proceso de dinamización social de un país, sino que ésta tenga claro su papel como benefactora y colaboradora de un estado justo y equilibrado, y genere más convivencia que competencia, más paz que violencia, más diálogo que controversia.
Al producirse los primeros pasos errados en tal sentido, se suceden otros y otros anomalías, y el sistema que estaba establecido para conducir los recursos al bien común, se desvía hacia manos privadas, encubiertas por empresas o ministerios, instituciones financieras, bancos, capitales e intereses ideológicos que se van ensanchando con la complicidad de factores externos, empresas pequeñas o trasnacionales manipuladas sutilmente, movidas por hilos invisibles de terceros y por ofrecimientos artificiales que regularmente son encauzados hacia metas ajenas a los intereses nacionales.
Al ocurrir esto la primera vez, sin ninguna consecuencia visible en el corto plazo, ello genera una fuerza invisible, la del contravalor, que se proyecta tarde o temprano en el tejido social, con el consiguiente efecto nocivo en el ámbito moral. Esta desestabilización del tejido ético suele ser irreversible, al conseguirse las complicidades correspondientes para cada caso, replicando este modelo en el resto de instituciones o empresas. Los partidos políticos se convierten, entonces, en agentes herméticos, cerrados, donde no hay lugar para el disenso o para la discusión productiva, sino para originar nuevos enfrentamientos y diferencias insalvables con otras agrupaciones políticas que, en lugar de ir disipando sus diferencias entre ellas para llegar a acuerdos, van en aumento gracias a posiciones ideológicas irreconciliables.
Estas diferencias ideológicas, a su vez, se van convirtiendo en diferencias políticas, y estas diferencias políticas se van haciendo radicales. Surgen entonces los extremismos, y los extremismos a su vez, van degenerando en fanatismos, los cuales van haciéndose lugar entre las mentes de los ciudadanos, quienes por momentos se despojan del uso de la razón crítica para apelar a fundamentalismos ciegos, que pueden imponer el uso de la fuerza, la imprecación verbal o la violencia física, elementos que se agravan y acentúan con las distintas anomalías sociales: el crimen, el delito, la estafa, el soborno, el chantaje, las drogas o las aberraciones sexuales. Surgen entonces otras fuerzas negativas que se imponen sobre las demás fuerzas represivas del estado, fuerzas policiales o militares para aplacar los signos de violencia surgidos de aquellas diferencias.
La eficiencia de un Estado no se mide por la cantidad de poder político que acumule, sino por su magnanimidad, por su capacidad de entender las situaciones internas y externas que le rodean en todos los terrenos; un Estado sólido que puede apelar a un consejo conformado por ancianos sabios, educadores legisladores y estadistas probos que puedan aconsejar de manera imparcial cuales son las decisiones a tomar en determinado momento; no en una designación de ministros al azar o "a dedo"; el exceso de poder político de un estado puede tener un efecto boomerang, es decir, puede volverse contra el mismo estado que lo produce, al no tener en cuenta las diversas opiniones que puedan ponderarse para el cabal funcionamiento de los mecanismos de la economía, de la industria, del comercio y de las relaciones internacionales. Un Estado sabio es un estado pacífico (no pasivo), un Estado sabio es un estado reflexivo, que no toma decisiones a la ligera sino decisiones pensadas, consensuadas y ponderadas, no siempre relacionadas con lo inmediato, sino considerando el largo plazo, en una actitud visionaria de adelantarse al tiempo presente.
Otra circunstancia ligada al hecho político convencional consiste en que muchos de sus actores no están formados en el mundo de las ideas políticas o de los estudios políticos, sino que provienen de otros sectores de la sociedad no relacionados directamente con la conformación de las ideas de Estado o de la historia de éstas, sino que provienen de sectores aleatorios como comerciantes, empresarios, magnates y otros oficios o profesiones liberales, de personas que no han realizado nunca estudios formales ni han revelado capacidades intelectuales, lo cual agrava más esta circunstancia. A menudo vemos, por ejemplo, como personas provenientes del mundo de la farándula o la televisión, actores, cantantes o animadores televisivos se postulan a cargos políticos importantes, sin tener para ello la preparación necesaria. Se lanzan a ocupar posiciones políticas relevantes, como si se tratara de una profesión u oficio sencillo se asumir, cuando no es precisamente así. Por ejemplo, vemos cómo personas adineradas arman campañas electorales de la noche a la mañana para ocupar cargos en gobernaciones, legislaturas o alcaldías, lo cual revela un hecho casi insólito desde el punto de vista conceptual. Por otro lado, observamos también cómo el ejercicio de la política se confunde con el ejercicio del poder, hasta cambiar casi totalmente la conducta individual de las personas, las cuales se someten en muchos casos a una suerte de metamorfosis de la personalidad en cuanto llegan a ejercer tales cargos públicos, como si éstos fueran trofeos o premios alcanzados sin esfuerzo o por azar.
La palabra política viene del griego polis, ciudad, sitio de convivencia. Algunos la definen como la ciencia que trata del gobierno de un Estado o de una sociedad, o un conjunto de actividades destinadas a ejercer la autoridad en un estado o una sociedad, y en una segunda acepción como una conducta coherente seguida en un asunto determinado; o una actividad de aquel que participa directamente en la vida pública, se dice que se dedica a la política; de una manera más general se entiende como un comportamiento prudente y hábil para conseguir un determinado fin. La política obedece a un conjunto de normas y leyes que facilitan la aplicación de determinados sistemas, procedimientos y leyes que permiten organizar el mejor funcionamiento de la convivencia dentro de la trama social, llamada por esa razón ciudadanía. Por ello existe una política económica, una política social, una política de salud, de comunicación, de educación, de economía, de alimentación, etc., política que puede ser aplicada a rubros materiales, bienes y servicios públicos, pero también a bienes inmateriales como la cultura o el arte, si el caso lo amerita.
Toda política posee, en teoría, una filosofía, y toda filosofía está basada en una ética. Sin ninguna de éstas puede haber sociedad, pues la filosofía social y la ética son los fundamentos de toda política que se precie de tal. Un país no se educa para formar profesionales que luego irán a un "mercado de trabajo", sino para forjar individuos que presenten alternativas y respuestas satisfactorias de convivencia entre ciudadanos donde la ciencia, la cultura y el arte, basados todos en el trabajo esforzado, construyan una determinada sensibilidad social y un intelecto suficientes en pro de la investigación científica y tecnológica, la cual a su vez va a ser útil para ayudar a las personas a conducirse mejor en la vida, y no para competir por cargos públicos.
La salud de cualquier país debería ser socializada; los médicos, farmaceutas, bioanalistas, cirujanos, terapeutas e internistas podrán tener más presente el sagrado juramento hipocrático; así como los educadores deberían tener los mayores estímulos por parte del Estado para entregarse a sus trabajos en pro de la formación de niños y jóvenes que luego van a tomar las riendas de la sociedad.
Las ciudades agrarias deberían ser tomadas como modelos de desarrollo comercial, y desdeñar el modelo de las metrópolis hacinadas y contaminadas por el mal llamado progreso de la modernidad industrial, donde se produce la mayor contaminación del ambiente, ocasionado por el cambio climático que, de no detenerse de manera urgente, llevará a la destrucción entera del planeta. Todavía hay personas que piensan que se trata de un enunciado de efectos puramente apocalípticos.
Los medios de comunicación, cine, televisión, internet, tendrían que ser medios transmisores de valores educativos, culturales y artísticos, y no meros medios de entretenimiento para emitir mensajes banales y superficiales.
Necesitamos dar un vuelco a la política, para que nuestros valores cambien, en todos los sentidos. Fundar una política basada en la historia de cada nación, con sus propias peculiaridades, y no una mera programación de actividades improvisadas. Las diversiones y el entretenimiento pudieran estar complementadas por la cultura, la historia y el arte para sustituir el turismo de consumo por un turismo formativo. Poner énfasis en los elementos constructivos de la ética y en las distintas filosofías, tanto teóricas como prácticas.
La nueva generación de políticos sanos sería, pues, uno de los objetivos principales a conquistar para vernos en el espejo de una nueva humanidad. Entonces la política recuperaría su verdadero significado, y la gente del pueblo, entonces, que es la gente que trabaja realmente, pueda invocarla como un instrumento capaz de asumir los retos de nuevas sociedades armónicas y no utópicas, y ser capaz de marchar hacia una superación espiritual y cultural que nos haría probablemente más justos, pacíficos y libres.