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¿Medimos nuestro tesoro por segundos, por días, por años? ¿Lo evaluamos por la regeneración de los tejidos, la respuesta sexual, la velocidad de los reflejos? ¿Es la juventud un estado biológico, sicológico, ideológico? ¿Será que somos nuevos mientras el mundo nos parece novedoso? Son preguntas que no envejecen. Remozamos algunas respuestas, como las interrogantes, perennes.
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Anhelamos la eterna juventud sin comprender que ser humano es una juventud eterna. Nuestra especie es neoténica, vale decir, recicla los rasgos fetales de nuestros ancestros. Al igual que un primate fetal, el ser humano tiene cabeza desproporcionadamente grande, mandíbula débil, piel casi lampiña. Quizá debido a la pelvis estrecha de la hembra humana, tiene que ser parido antes de completar su desarrollo. Quizá porque somos dados a luz antes de completar nuestro desarrollo, conservamos estos rasgos fetales hasta la tumba. Morimos en el umbral de la infancia.
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Pues lo que nos hace humanos es nuestra niñez interminable. La mayoría de los mamíferos son capaces de sobrevivir solos y reproducirse antes de la décima parte de su vida. Sólo los humanos pasamos de una cuarta a una tercera parte de ella madurando. Este retraso nos define. Un cachorro es curioso, aprende fácilmente, dedica casi todo su tiempo a la experimentación del juego. La creatividad, la cultura, la civilización son frutos que obtenemos de la curiosidad, de la experimentación, del aprendizaje. El mundo del cachorro y el del ser humano es incesantemente nuevo.
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Un ser humano, una institución, una civilización experimentan durante su juventud maravillosas ráfagas creativas. Newton descubre la ley de la gravitación universal cuando una epidemia de peste le impide asistir a la universidad. Evariste Galois escribe los fundamentos de la teoría de grupos a los diecinueve años, la noche antes de morir en un duelo a pistola. Marx y Engels publican el Manifiesto Comunista cuando el mayor apenas ha cumplido veintinueve. Einstein elucubra la teoría de la relatividad antes de la treintena. Watson descubre la estructura de la doble hélice del ADN a los veinticuatro años. El genio consiste en la capacidad de desarrollar y llevar a su culminación esos maravillosos juegos que se inventan cuando el mundo es todavía nuevo.
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¿Pero qué edad promedio tiene el ser humano? Maravilloso estadístico sería el que totalizara tantos datos. Van algunos, sueltos, espigados entre 2018 y 2020. La edad promedio global de los humanos es de 30,4: la humanidad apenas ha traspuesto el umbral de la juventud. La mayor edad promedio del mundo corresponde a los habitantes de Japón, con 48,6 años. Lo siguen de cerca los metódicos alemanes con 47,8, los emotivos italianos con 46,3, los festivos españoles con 43,9 los pacíficos belgas con 41,6. Son países de viejos, que han reducido su natalidad, y deben importar del Tercer Mundo su relevo generacional y los contribuyentes que pagarán sus pensiones de vejez. No representan peso decisivo en la población global. Les siguen los colosos del mundo ex bipolar: Rusia con 40,3 años y Estados Unidos con 38,5. Quizá el grupo de edad predominante esté mejor representado por las pobladísimas Corea del Norte, con 34,6, y China, con 38,4, en la frontera del Tercer Mundo y de la Madurez.
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Desde entonces irrumpe la mocedad de gigantes demográficos como Brasil, con 33,2 años de promedio; México con 29,3 y la India, ambos con 28,7. Con esas multitudes de jovencitos nos damos la mano los colombianos con 31,2 y los venezolanos con 30 años de edad promedio, en el florido límite de la juventud. En vano presumen de países avejentados y hasta decadentes los mozalbetes chilenos que promedian 35,5, los argentinos con 32,5. Los extremos latinoamericanos son la media cubana de 42 años y la nicaragüense de 27,3. Quizá nos represente a los latinoamericanos un muchacho que aún recuerda sus veinticinco abriles, volver a tenerlos: si cuando me acuerdo me pongo a llorar.
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Nunca confíes en nadie mayor de treinta años, decía el adagio hippie de los sesenta. Los números anteriores parecerían dividir el planeta en un hemisferio de ancianos ricos y otro de jóvenes indigentes. Los primeros están por dejar este mundo, pero no quieren dejárselo a nadie. El crecimiento demográfico va convirtiendo ineluctablemente en mayorías sus minorías étnicas de afrodescendientes, hispanos y asiáticos. En pocas décadas el mundo presentará otra cara, multicolor y rejuvenecida. Las ideologías se parecen a las edades. Los jóvenes son como sus ideas: impulsivos, optimistas, solidarios, desinteresados, generosos, alegres, revolucionarios. Los viejos son como sus achaques: calculadores, pesimistas, egoístas, avaros, depresivos, contrarrevolucionarios.
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Para muestra baste un botón. Entre 1945 y 1955 hubo en Estados Unidos una pequeña explosión demográfica. Por primera vez su población fue mayoritariamente joven. Resultados: en lo político, protesta militante, florecimiento de contraculturas pacifistas, socialistas y utópicas. En lo económico: desprecio por el consumismo, regreso a la naturaleza, defensa de la ecología. En lo social: amor libre, igualdad entre los sexos, igualdad social, derecho a la diferencia. En lo ideológico: socialismo, ensayos comunitarios, expansión de la conciencia. En lo cultural: irracionalismo, arte sicodélico, música de raíces étnicas, ceremonias orgiásticas. Mientras tanto, Cuba resistía, América luchaba por la revolución, el Che Guevara se sacrificaba en Bolivia, los franceses vivían un Mayo glorioso, Vietnam se liberaba, el cielo parecía al alcance de la mano. Sartre y Bertrand Russell se codeaban con los estudiantes. La juventud es contagiosa.
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Los anticonceptivos hicieron disminuir la proporción de jóvenes. Los hippies envejecieron, sustituyeron el amor por el interés, ideas por conveniencias, pacifismo por armamentismo, socialismo por neoliberalismo, rebelión por conformismo, creación por usura, individualidad por estilo de consumo, genio por propiedad intelectual. La decrepitud mental sustituye Utopía por mercado, remuneración justa por salario debajo de la subsistencia, nacionalismo por idolatría hacia inversiones extranjeras que no pagan impuestos, Paraíso de los Trabajadores por Paraíso Fiscal. Vinieron los funerales de la Historia, de la Revolución, de la Modernidad, de la Humanidad. A la decrepitud se la llamó Pensamiento Único.
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¿Cómo resiste la juventud venezolana el terrible estado de sitio al cual nos somete el Imperio? El bloqueo debe haber empujado significativas cantidades de jóvenes bajo el nivel de pobreza, promovido deserción escolar y emigración. En vano cursamos el portal del Instituto Nacional de Estadísticas buscando respuestas. El cerco dificulta la recolección de cifras; la dureza de algunas quizá desaconseja su divulgación. Preferible es divulgarlas: el secreto abre paso a la interesada especulación y exageración del enemigo. La verdad siempre es joven, y el futuro le pertenece.