"El culto a la personalidad es un modo de necedad que se ha dado en todas las épocas, pero que quizá no estuvo nunca tan extendida como hoy". Margarita Youcernar.
Muchos científicos sociales, manifiestan, que el llamado culto a la personalidad, ahora escudados como falsos influencers, ahora con el uso masivo de las redes sociales, les están dando unas dimensiones políticas exageradas de admiración a ciertos líderes, mientras la población sufre penurias. En las autocracias, y totalitarismos, es una forma de culto, o jaladera de bolas, a la persona del aspirante a autócrata o tiranuelo.
Conviene puntualizar que una personalidad con una mente organizada, y en completa normalidad no necesita ni del culto, la adulación, del aplauso, ni de las claques de oportunistas lame botas, para ejercitarse en el cumplimiento de sus deberes como mandatarios: nacionales, regionales, y municipales, donde el aplauso se cambia por la adulancia ramplona, y la lisonjería rastrera, donde se engendra el egocentrismo maloliente, siendo esto más propio o visto en el mundo del espectáculo artístico o deportivo. Es bien sabido que el mérito de un espectáculo se debe a muchos factores, no necesariamente a los que están en el escenario, por lo que algunos descubren la malicia, la perversidad de aplaudir sin reparo alguno ofendiendo a la justicia social, aumentando, en forma aberrante la desigualdad entre las personas, donde se hiere sin escrúpulos alguno, el buen sentido de lo correcto, y de la legalidad.
Llenar de laureles a los campeones ha sido tradición de pueblos cultos como Grecia, y Roma, sin caer en la egolatría que instauró Julio César llenando de halagos al pueblo que le permitió ceñirse la corona de laurel, el perverso culto a la personalidad, se lo rindieron millones de rusos al dictador José Stalin, y hoy a Vladimir Putin, que condujeron, y conducen a la muerte a millones de seres humanos como lo sufre hoy el pueblo ucraniano, permitiéndose que los fanáticos le levantaran estatuas, que al caer esas tiranías fueron derribadas, como las derribadas de Hitler al término de la segunda guerra mundial, las de Mao Tse Tung al surgir la revolución cultural, así como las de Pinochet, o las de Francisco Franco cuando se les acabó la vida en Chile, y España. El destino es impecable con todos aquellos que creyéndose dueños de la verdad, y de ser seres superiores, se dejan vencer por la tentación de la egolatría como el narciso de la historia que enamorado de su propia imagen que veía reflejada en un espejo de agua quiso abrasarse a sí mismo y se ahogó. La historia está repleta de ejemplos de modo que la capacidad de maniobra y demagogia de individuos como Daniel Ortega: "héroe encumbrado por sí mismo" rodeándose de adulones e incondicionales que le han llevado al convencimiento de ser único, incomparable, y un semidiós.
Los hitos del proceso que lleva decenios se han ido perfilando falsamente. Cuando los periodistas preguntan para estar seguros de haber captado sus pensamientos responden: "yo no sé, no fui a la Universidad, ni nadie me enseñó".
Así son también Los "formadores" de Díaz Canel muy bien identificados, con el extremismo de la izquierda utópica que jamás han administrado bien el poder de una nación, y se han referido al culto a la personalidad como una perversidad de la derecha, propia de la sociedad capitalista, donde se ve tan potente como la codicia, y tan corrosiva como la envidia.
Basta con el somero repasar del manual de la egolatría para constatar que el auténtico talento no necesita del halago, el talento creador repudia el aplauso, el ramplonismo rastrero asociado al galardón, no tiene nada que ver con la lógica de estimular al talento, al genio, y al ingenio, aunque en el fondo siempre habrán talentos ocultos o encubiertos al lado de los que simulan serlo o pagan para recibir aplausos.
Lo inexplicable es que muchos gobernantes hoy en pleno siglo XXI, son sensibles al halago, a la adulación y quieren situarse por encima de los otros, hacen uso de todo el poder, de ingentes fortunas, y sacrifican vidas humanas, y honras ajenas con tal de ser: "honrados y reconocidos por la plebe como sus salvadores". Nada merece ese perverso culto a la personalidad, porque quién verdaderamente se lo merece, debe estar por encima de la vanidad, y la soberbia. El culto a la personalidad es el ritual con que los pueblos débiles se auto blindan contra el abuso, el maltrato, el hambre, y la mala calidad de vida, y rendidas por el miedo eligen como el mal mejor, el rendir pleitesía al tirano que se ensoberbece más todavía. La inspiración y el esfuerzo no persiguen la codicia, o el reconocimiento de los demás, la egolatría es la perversidad de una sociedad moralmente enferma con: "muchas patologías crónicas" para las que, al parecer, no existe medicina ni cirugía política que les ponga final.