La revolución es una

La Revolución Bolivariana ha venido avanzando triunfalmente --y suscitando el apoyo y la admiración de las mayorías explotadas y oprimidas latinoamericanas, de una parte ascendente de las del “tercer mundo” y de sectores socialmente sensibles del “primero”, e igualmente la amistad de gobiernos patrióticos-- porque tiene el sello de la autenticidad: condición derivada del hecho de batirse con los enemigos exteriores e internos de nuestro pueblo y de ser éste, forjador de los cambios estelares que históricamente nos alumbran, quien asume el peso decisivo de la lucha y al mismo tiempo va creando los mecanismos necesarios para asegurarse de que esta vez no le birlarán la victoria.

La Revolución Bolivariana es la revolución venezolana, la continuidad de un proceso articulado a las profundidades de nuestra existencia colectiva y actualmente enfrentado a las tareas de la liberación nacional, en cuyo curso ha ido destacando, por una parte, la exactitud de la visión de los próceres en torno a la dimensión continental de nuestros problemas y soluciones esenciales, y por otra, la conciencia iluminadora de que para llevar a la culminación aquellas tareas es preciso trascender los límites del sistema capitalista y adentrarse en la edificación del socialismo, es decir, avanzar hacia la supresión de la explotación del hombre por el hombre y el logro de la mayor suma de felicidad posible, en una sociedad basada en la justicia, el amor y la solidaridad. No hay otra revolución pendiente en nuestro país.

La idea del socialismo resume las aspiraciones recónditas de las masas desposeídas y sojuzgadas de todos los tiempos y países y refleja en cierta forma la memoria de cuando la especie humana vivía en condiciones de igualdad, aunque primitivas. A partir de esa memoria se ha ido enriqueciendo con los aportes surgidos de las luchas populares, hasta constituir hoy un complejo de sentimientos, aspiraciones, intereses y hallazgos teóricos, metodológicos y políticos fraguados al calor de los combates, con victorias y derrotas históricas, con fracasos, tropiezos y dificultades, pero con la invulnerabilidad de lo que es justo: el derecho del ser humano despojado a recuperar la igualdad, ahora en condiciones superiores de capacidad y sabiduría.

El presidente Chávez ha sido el catalizador de nuestro avance revolucionario actual y a su acertada conducción debemos en gran medida el estar transitando el camino de la liberación nacional rumbo al socialismo, tras décadas de luchas heroicas, las cuales sin duda sembraron las simientes, pero no pudieron o supieron enhebrar con el pueblo, en buena parte porque tampoco se atinó en la cardinal cuestión de la unidad de los combatientes. El Presidente --líder porque su lucidez estratégica y táctica, su visión histórica, su sensibilidad y otros atributos le han hecho consustanciarse con el pueblo y mostrar hoy en sus manos una revolución-- está llamando a esa unidad, a la construcción del partido que se requiere para potenciar la acción y atender las cuestiones de educación ética y política, lucha ideológica, organización popular, combate anticorrupción y antiburocratismo y demás frentes abiertos al proceso, y ese llamado es una línea para todo revolucionario.

Algunas direcciones partidistas no lo han entendido o parecen no haberlo entendido así, y en lugar de aprestar sus luces y esfuerzos para contribuir a un resultado mejor según el interés del pueblo, éste los percibe como renuentes, acaso por incomprensión, sectarismo, arrogancia, autosuficiencia o culto del instrumento. El Presidente abre un compás de nueve meses, mientras la formación del nuevo partido prosigue, para dar cancha a la reflexión con miras a recobrar la voluntad de revolucionarios que, en virtud de su calidad y trayectoria, no deben quedar fuera de esta realización histórica fundamental.

freddyjmelo@hotmail.com


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Freddy J. Melo


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