El palurdo anti-imperialismo madurista

El climax desatado por las pasadas elecciones venezolanas en el seno de la izquierda, y las muestras de solidaridad automáticas e inescrupulosas (preñadas por la ausencia de un análisis riguroso, no digamos marxista) de las direcciones, incluso de partidos comunistas, redundan en al menos tres coincidencias: primero el carácter anti-imperialista del Psuv, en segundo lugar en la supuesta contradicción soberanía nacional-imperialismo; y en tercer lugar, algunos que otros buscando cómo hacerse con parte de la renta nacional que el Estado (burgués) venezolano administra con el cual se puede viajar a Caracas y tener estadía en hoteles de 5 estrellas (gastos incluidos). El resultado final gestó la reunión de una fauna variopinta capaz de lograr coincidir en un mismo escenario a trorskistas con seguidores de Kim Il Sung, a socialdemócratas con marxistas, y la presencia de feministas y accionistas del movimiento LGTBI al lado de pro-Ayatholas.

Hemos insistido en que la ausencia del análisis de clases, tan de moda desde la década del 60 del siglo pasado y hoy canonizado por el posmodernismo y sus teorías bastardas de corte regional, aunado a la moda de concepciones idealistas, traen como consecuencia obligada, quedar atrapados por la mitología política tan propia del Caribe. Si a ello sumamos cambiar el internacionalismo proletario por la solidaridad automática con los Estados burgueses, dirigidos por una pequeñaburguesía devenida en lumpemburguesía, el escenario de los encuentros “dispares” en los bares de los hoteles es un hecho evidente.

Un autor muy solicitado por parte del progretariado actual y por los revisionistas de siempre es el camarada José Carlos Mariátegui. Suerte de líder espiritual de los “antidogmáticos”, de los decoloniales y el resto de la jauría oportunista, la cual solo atienden a citar su famosa frase de que el socialismo no debería ser «ni copia ni calco sino creación heroica» (como que ese principio no hubiese sido asentado por Marx y Engels, corroborado por Lenin, y aplicado por miles de dirigentes comunistas). Pero empleemos al c. Mariátegui para evaluar el antimperialismo latinoamericano en general y el madurista en particular, en base a un texto de 95 años de existencia, como prueba de su vigencia y de la existencia de fenómenos que no dependen de las subjetividades, mucho menos de su fetichización.

En dicho trabajo se evalúa las posturas de Haya de la Torre y el Apra peruano en torno al imperialismo, en perspectiva marxista; y se define la naturaleza y el carácter del anti-imperialismo latinoamericano sin caer en el cálculo político del oportunismo o el pragmatismo (a veces monetario) de la ignorancia y la traición.

El primer elemento que considera Mariátegui en su texto Punto de Vista Anti-imperialista es el de las “condiciones materiales” de nuestras sociedades. No parte, a desmedro de los revisionistas, de los discursos o de posturas moralistas. Mantiene el principio marxista alcanzado por Marx en 1859 de que el ser social determina la conciencia social y no al contrario.

Con esta fundamentación se interpreta el carácter semicolonial de nuestros países, y Venezuela hoy en día no es la excepción cuando vemos el papel de la transnacional petrolera Chevron y su participación directa en la industria petrolera nacional. Esta condición semicolonial garantiza la penetración permanente del imperialismo (más aún en tiempos de la llamada globalización) en nuestras sociedades sin necesidad de la presencia militar. Este elemento permite comprender la nula predisposición, tanto del Estado como de la burguesía, por “admitir la tarea de luchar por la segunda independencia” (lucha antimperialista); simple y llanamente las llamadas burguesías nacionales en realidad no pasan de ser burguesías autóctonas (como bien definió Ernesto Che Guevara), transnacionalizadas y despreocupadas por la soberanía nacional (por mayores niveles de autonomía nacional) que, para ellas, no es rentable. Si a ello le añadimos la particularidad de la sociedad venezolana, dependiente en extremo de la renta petrolera (actividad económica que se realiza en el exterior, de manera independiente a la características que asume la productividad nacional) y que condiciona tanto a la burguesía autóctona (quien domina la estructura del Estado) como a capas de la pequeñaburguesía que desde mediados del S. XX (bien como Fuerza Armada, bien como partidos policlasistas) se les encargó la administración de dicho Estado, es fácil entender la indisposición de una y otra por la defensa de la soberanía nacional, incluso a su identificación sincera, con la solidaridad hacia las masas trabajadoras.

Mariátegui concluía a partir de estos elementos concretos, que “el factor nacionalista (…) no es decisivo ni fundamental en la lucha anti-imperialista en nuestro medio”. A contrapelo de lo que puede presumirse de no pocas notas de solidaridad con la “victoria” de Maduro (a esta hora de los días ilegítima y con profundos visos de ilegitimidad crecientes), es que muchos ven en esta victoria anti-imperialista un avance, cuando en verdad profundizan irresponsablemente una mayor derrota para los sectores realmente anti-imperialistas. Cita el mismo Mariátegui la tesis aprista: “somos de izquierda (socialistas) porque somos anti-imperialistas” y continúa, en lo que para nosotros es la descripción perfecta del madurismo…, “El anti-imperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a sí mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, al socialismo”. Es a un proceso de igual naturaleza y características que algunos izquierdistas y comunistas defienden con sus insípidas declaraciones de solidaridad. Proceso en el cual existe una “superestimación del movimiento anti-imperialista, a la exageración del mito de la lucha por la “segunda independencia”, al romanticismo que estamos viviendo”.

La ausencia de un análisis de clases, científico, impide advertir que lo que nació como una revolución democrático-burguesa con visos de poder transitar a formas de socialismo más acabadas, iniciada por Chávez, caducó. Murió desde el momento en que fue incapaz de batirse a duelo con las condiciones materiales de existencia; falleció desde el momento en que aunque fue capaz en su primera década de movilizar a las masas obreras y campesinas, incluso a sectores nacionalistas de la burguesía y la pequeña burguesía, no entendió que a pesar de ello no se alteraban los antagonismos de clases. El madurismo es, simplemente, el ciclo post “revolución bolivariana”. Asume el discurso anti-imperialista pero los sujetos que lo exclaman (la burguesía autóctona, parasitaria y capas de la pequeña burguesía; ambas lumpenizadas al calor del rentismo) desde el poder no pueden, están negados a desarrollar una política anti-impeialista más allá de un discurso que se contradice con las políticas económicas de alianza con la oligarquía financiera internacional (caso del vínculo con Rothschild y su vinculación directa al Banco Central de Venezuela), de articulación plena como las transnacionales (si no basta con Chevron, hablemos de la sionista Nestlé).

El madurismo, al igual que el aprismo analizado por Mariátegui ”no parece haber obtenido en ninguna parte de América Latina mayores resultados. Sus prédicas confusionistas y mesiánicas, que aunque pretenden situarse en el plano de la lucha económica [solo buscan] impresionar a la pequeña burguesía intelectual”. Históricamente, Mariátegui lo plantea y todo el siglo XX lo reafirmó. El populismo latinoamericano (entendido este no en perspectiva moralista, sino como expresión de la radicalización de capas pequeño burguesas y su búsqueda por ser parte de la dirección política en las sociedades semicoloniales) siempre ha derivado en tendencias reaccionarias. Pensemos en el APRA peruano, en el PRI mexicano, en la AD venezolana… (en el PSUV) como expresiones que en el tiempo no pasan de ser expresiones populistas pequeñoburguesas al servicio del gran capital, fundamentadas en el caudillismo místico decimonónico.

La pequeña burguesía puede, por momentos, arroparse en el nacionalismo revolucionario. Puede incluso asumir posiciones anarcoides y desear desatar el fuego más inclemente. Sin embargo, por naturaleza, se resiste a la proletarización. Le teme en el fondo porque así se socializó, así fue educada. Y esa pequeña burguesía, cuando deviene en factor de poder, sobre todo en una sociedad rentista como la venezolana, no duda en explorar las mejores condiciones que le otorga la “inversión extranjera”, asume retos para acelerar procesos de acumulación (legales o no) que la distancien de esa posibilidad de proletarización. Deviene al final, en grupos mafiosos articulados con las fracciones principales de la burguesía autóctona, aquellas mejor articuladas con las transnacionales imperialistas, y solo les queda mantener un discurso radical, anti-imperialista sin contenido ni, mucho menos, estrategia de clase.

Solamente el anti-imperialismo funciona desde la concepción científica y materialista, desde  la postura marxistas, en razón de oponerse al capitalismo. Que no quepa duda de la posición de los comunistas venezolanos a pesar de los aires de algunos hermanos. El tiempo es inexorable. La historia no solo absuelve, también condena. Nuestra postura de denuncia contra el bonapartismo desatado en Venezuela no parte de subjetividades, de pragmatismo, mucho menos de posturas oportunistas. Deviene al calor de la lucha de clases, se concreta en el análisis materialista de las clases y sus desplazamientos, se asume colectivamente. Pero sobretodo se sitúa al lado de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo. 

 

 armichelenin@gmail.com



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