La trampa o juego total (una interpretación)

Hay un primer punto que, a mi modo de ver, es fundamental entender. Pero para hacerlo  es necesario salir de la la tradicional lógica fundada en el principio de no-contradicción y  su ontología realista-atomista. En efecto, de acuerdo con esta tradicional lógica, las cosas  (fenómenos) son fijos ontológicamente: son o no son. (Ese “o” es excluyente). Por otra  parte, esa lógica considera que las relaciones son siempre el resultado de lo que se  relaciona. Si A y B es lo que se relaciona, la relación entre A y B surge de A y de B, los  cuales son fijos en su condición de ser. 

La lógica que, a mi modo de ver, se requiere para comprender mejor nuestra situación  política es muy diferente: es una lógica “relacional”. Sus dos principios fundamentales  (que se pueden reducir a uno solo) establecen que: 1) Lo que se relaciona, digamos A y B,  en cada momento es un resultado de la relación; y, 2) A no puede ser sin B ni B puede ser  sin A. Decía que los dos principios pueden reducirse a uno sólo porque el primero se  deriva del segundo. 

Dicho lo anterior, podemos ahora examinar nuestra situación política: El chavismo protagonizado por Chávez surgió de una confrontación contra lo que, desde  su punto de mira (y de otros), era dañino para el bien común en el orden político anterior:  en particular la corrupción y la muy injusta distribución del bien público nacional  (derivado del petróleo). De esta confrontación (una relación) surge, por una parte la  figura de Chávez y su movimiento, pero, por la otra, surge una fuerza social que se siente  despojada del poder y agredida. Pero la lucha inicial de Chavez, desde su punto de mira,  era contra algo que creo que veía ya superado en buen buena medida, aunque veía, cada  vez con mayor claridad, que mantenía sus remanentes. Este Chávez (anterior al 2002)  estaba proyectado hacia el futuro, hacia una utopía no muy bien definida, y, como el que  va avanzando, sentía que debía vencer algunos obstáculos. Esta situación comenzó a  cambiar radicalmente a partir del 2002. Recibió el gran golpe, supo que el contrario tenía  una fuerza inmensa. La dirección de su andar comenzó a cambiar: ya cada vez marchaba  menos hacia la utopía, y cada vez más lo hacía en contra de la fuerza que detenía su paso.  En la medida de este cambio, tanto el chavismo como la oposición radical se fueron  constituyendo mutuamente a partir de su lucha. Desde el punto de mira de Chávez, era  necesario vencer al enemigo para poder avanzar hacia la utopía. Pero, la necesidad de  vencer al enemigo fue haciendo desaparecer la utopía. Desde el punto de mira de la  fuerza —cada vez más de extrema derecha— que se le oponía, el problema dejó de ser  restablecer el orden pre-Chávez y se convirtió en derrocar a Chavez por cualquier medio.  En el año 2007, ya la nueva relación estaba consolidada. Las dos fuerzas simplemente  apuntaban al poder, y suponían que ese poder tenía su epicentro en Miraflores. Una 

quería mantener el poder, la otra quería arrebatar el poder, por cualquier medio —aunque  se autodenominasen “democráticos”. 

Pero lo importante es que ambas fuerzas sólo eran el resultado de una relación de  conflicto cuya expansión era cada vez más destructiva para el país. 

Mientras Chávez vivió y estuvo relativamente sano, la “chispa” (inventiva) del líder, cada  vez más débil y cada vez más apagada por un dogmatismo defensivo, lograba colocar  algunas “estacas” para sostener lo que el conflicto derrumbaba. Cuando Chávez “quedó  fuera de combate”, primero, el chavismo entró en una especie de letargo; y después de la  muerte del líder, se terminó de constituir en un gobierno terriblemente ineficiente (con  respecto al mantenimiento y enriquecimiento del bien público), y, todo parece indicar,  corrupto. La otra fuerza, la contraria, por su parte, cada vez se hacía más torpe para lograr  sus propósitos, más agresiva y más extremista. Con el transparente ropaje de un  movimiento “democrático”, esta oposición extremista mostró su disposición, no sólo a  producir un golpe de estado, sino de propiciar el gran daño que las sanciones impulsadas  por el gobierno de USA ocasionaron a la mayor parte de la población venezolana. Así llegamos a la elección del 28 de julio pasado. Una oposición dominante marcada por  una furia de extrema derecha, un gobierno terriblemente ineficiente para casi todo lo que  no sea ganar elecciones, y una muy débil oposición moderada en algunas de cuyas manos  hubiese podido haber alguna humilde salida de la vorágine. Pero esta oposición moderada  no tenía la más mínima oportunidad. No la tenía porque los venezolanos estamos  encerrados en una especie “estadio” (como los de futbol o beisbol), el cual es realmente  un feroz campo de batalla, en el que somos fanáticos de uno o de otro de los dos  “equipos” que combaten, de manera tal que ni los “jugadores” de cada equipo, ni  nosotros, los fanáticos espectadores, podemos abandonar el juego mortal. Dicho lo anterior, es conveniente un comentario sobre nuestra condición humana de  “jugadores” de “juegos” pre-definidos. En efecto, la mayor parte de nuestras acciones  humanas son “jugadas” dentro de “juegos” en los cuales hemos sido entrenados. No son  el resultado de una deliberación individual fundada en la Razón, como pretendía el buen  Kant. Nuestra racionalidad es cultural, no individual. Así como un jugador de futbol se  desempeña sin un previo diseño de la fuerza, dirección, etc. de cada jugada, así, nosotros,  en la vida, nos desempeñamos sobre la base de entrenamientos en las prácticas sociales y  juegos lingüísticos (como los llama Wittgenstein) desde los que pensamos, sentimos y  actuamos. 

Un jugador de futbol juega para ganar el partido. Si decide que ése no es su propósito  debe dejar de ser jugador —lo cual podría hacerlo so pena de la pérdida de su identidad  personal. Pero para hacerlo es indispensable que se dé cuenta que está dentro de un juego  (es decir, debe ver que hay algo afuera del juego), y, adicionalmente, debe tener el coraje  de perder su identidad. Pero la situación de los que no nos damos cuenta que estamos en  un (o unos) juego(s) es mucho peor: simplemente no podemos abandonar el juego porque  no vemos su frontera.

Ésa, la de jugadores o espectadores fanáticos atrapados, ha sido la condición de la mayor  parte de los que participamos en la última elección. 

Ahora bien, en esta última elección hubo una importante diferencia con otras elecciones  anteriores en estas dos últimas décadas: En ellas, como ahora, ha habido ventajas  ilegítimas a favor de un bando o de otro anteriores a la votación —esta vez, claramente a  favor del gobierno. Pero, en oportunidades pasadas, la cuenta de los votos y el  procesamiento de los mismos había seguido, grosso modo, el procedimiento legalmente  establecido; lo cual implicaba, sobre la base de lo que entiendo de ese procedimiento,  que, si se seguía, era casi imposible el fraude en la cuenta de los votos. Esta vez, como  todos sabemos, no se siguió el procedimiento establecido. No sabemos qué pasó. No  sabemos quién ganó las elecciones en términos del número de votos depositados. Lo  único que podemos saber con certeza es que el procedimiento fue irregular y oscuro.  Si mantenemos una actitud crítica, científica, en el sentido amplio de este término, es  decir fundada en la duda que busca la mayor aproximación posible a la verdad (la verdad  como límite —en sentido matemático) —si mantenemos esta actitud, lo único que  podemos decir con un grado aceptable de certeza es acusar esa irregularidad. No  podemos asegurar que uno de los dos bandos está haciendo trampa —aunque nuestras  sospechas apunten a un lado o al otro. 

Pero, los que están, ante todo, preocupados por la verdad y por la justicia son una ínfima,  insignificante, minoría. Esos están en otro “juego”. El resto, la aplastante mayoría, es  parte de ese “juego” en el que sólo se juega para ganar, en el caso de los “jugadores”, o se  es fanático de uno de los dos equipos —hasta el extremo de perder la propia vida o  arrebatar la de otro; o de violar los derechos constitucionales de los que, desde el punto  de mira de un bando, son considerados del otro bando. 

Claro está, hay un tercer grupo: los apáticos.

El pasado 21 de agosto, con la decisión del Tribunal Supremo de Justicia, la “pelota”  quedó en el campo del gobierno; pero las consecuencias de la irregularidad y la oscuridad  en la cuenta de los votos, unidas a las reacciones provenientes del exterior, nos afectarán  a todos los que vivimos en este pobre país, o, a los que, aunque están afuera, les duele lo  que aquí ocurre.

 
ramsesfa@gmail.com


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