La reacción mediática, pendiente del mínimo detalle que le parezca aprovechable en función de agredir a la Revolución Cubana, tomó la referencia autocrítica expuesta por Raúl Castro en su discurso del 26 de julio --como siempre, ante una gigantesca multitud-- para echar las campanas al vuelo y regodearse en torno a la supuesta “ineficiencia” del socialismo. El aparataje propagandístico, columna vertebral de la mentira organizada sin la cual el sistema de explotación no puede existir, lanza la imagen de una población malcomida, desesperanzada y triste (como ciertamente lo es la mayoritaria en el tercer mundo encadenado al imperialismo). No cabe en el magín de la contrarrevolución la idea de que la autocrítica implica fortaleza, que examinar los hechos y reconocer los errores es la primera condición para corregirlos y sólida prueba de autenticidad, que su práctica metódica es una de las razones principales de la supervivencia revolucionaria y de sus logros socialistas esenciales. Y hoy los cubanos, en amplia batalla de ideas, buscan avanzar y profundizar, seguros de sí mismos y de la justeza de su causa.
Ante Cuba, no obstante, como ante Venezuela, la verdad del imperio y sus cipayos es la desesperación. La catarata de lodo, calumnias, desinformaciones, tergiversaciones, falsedades, infundios, etc., vertida contra la Isla para engañar a los pueblos y mantenerlos lejos del contagio, está cada vez más perdiendo efecto, gracias, fundamentalmente, a nuestro proceso bolivariano. Ocho años largos aplicando aquí la misma medicina a un pueblo protagonista de lo que está ocurriendo --y ocurriendo con respeto estricto a las reglas democráticas que la contra dice defender--, han ido abriendo los ojos, y ya son pocos los prisioneros de los medios: dos tercios de los venezolanos sabemos ahora que eso es lo que han estado haciéndole a Cuba durante casi medio siglo, y esa experiencia de nuestra democracia revolucionaria, gracias a su considerable impacto, está ayudando a desintegrar la mentira anticubana.
Cuba ha sido sometida al bloqueo más prolongado y cruel que se conoce, una verdadera guerra económica que incluye el entrabamiento de sus relaciones con los demás países, y ha sufrido sabotaje y terrorismo sin tregua, buscando entorpecer y frustrar su desarrollo a fin de provocar el repudio del pueblo a la revolución, o el abandono por temor o cansancio; pero, ¿cómo lograr eso, si el pueblo cubano es hoy por hoy, gracias precisamente a ella, el más culto y políticamente consciente de la Tierra? Fue la fortaleza moral que de esa condición emana lo que le permitió afrontar la quiebra del “campo socialista” y superar el “período especial” con ejemplar abnegación.
¿Ineficiencia? El carácter genuino de la revolución, su inserción en la historia y realidad de su entramado social, la lucidez y capacidad de su liderazgo y la probada heroicidad de su pueblo, han hecho posible que un país pobre en recursos naturales y sometido a un multiforme proceso desestabilizador y criminal, haya obtenido en menos de cincuenta años resultados que ninguna otra gestión de gobierno en América Latina, acaso en el mundo, puede mostrar. Como escribí en otra ocasión, lo construido se expresa en contundentes índices medibles en educación, salud, empleo, seguridad social, alimentación, vivienda, ciencia básica y aplicada, arte, deporte, recreación y otros, y en los inmedibles de dignidad a toda prueba, conciencia política de la población, alcance teórico y político de su ejemplo, proyección solidaria, cultivo de la justicia y despliegue de esperanza y alegría. Ningún niño cubano padece hambre, ningún anciano desamparo, ningún enfermo carencia de atención. ¿Hay algún otro país del que pueda afirmarse lo mismo?
freddyjmelo@yahoo.es