En artículo anterior, a propósito de la discusión entablada al efecto, rememoré la forma como el presidente Chávez, en ejercicio de consecuencia revolucionaria, proclamó la necesidad de trascender el capitalismo para poder resolver los problemas nacionales y sociales planteados, llamando a la construcción de un socialismo de nuevo tipo, raigalmente enlazado a nuestra historia y enriquecido con todos los legados liberadores que la humanidad ha destacado; así mismo señalé el carácter incomparablemente ético de ese objetivo, orientado a desalienar el trabajo humano y sobre esa base establecer el “reino de la libertad”.
Desde luego, toda revolución auténtica, todo socialismo verdadero, tiene que ser así, debe nacer de la entraña de la realidad social e inscribir en sus banderas las generalizaciones y síntesis de las experiencias propias y las de los demás pueblos, pues es una la circunstancia nacional y también una la universal (el capitalismo dominante), y dondequiera que haya explotación y lucha hay enseñanza y materia prima de revolución. Debemos ser originales creando, pero también tomando lo valioso externo y amasándolo creadoramente con lo nuestro.
Me permitiré ahora volver sobre otro aspecto del tema, relativo a la cuestión de la ideología: Se persigue en primer término, como lo señala el Presidente, desestructurar en nuestro ámbito el entramado ideológico que, en interés del bloque histórico de poder, predomina como falsa conciencia sobre el conjunto de la sociedad, falsificación que viene estructurándose desde la división en clases y alcanza bajo la égida del capitalismo imperialista su mayor expresión. El rasgo esencial de esa ideología es la ruptura psicológica que cercena la condición social del ser humano y realza el individualismo, dando a las manifestaciones egoístas la primacía de la personalidad. El hombre lobo para el hombre, la negación de la fraternidad natural posible, del amor en términos cristianos, de la humanidad como verdad existencial.
Desde luego, del fondo de la unidad original, de la comunidad primitiva, persisten rasgos concienciales genuinos que han ido alimentando el reclamo de los dominados (oprimidos y explotados) en el transcurso de las luchas de clases, hasta configurar en nuestro tiempo la reivindicación de la vuelta a la unificación de la sociedad y de la conciencia que le corresponde, ahora sobre el plano superior de todo lo creado y aprendido, con capacidad para eliminar las condiciones que propiciaron la ruptura y garantizar el derecho general a la felicidad. Esa reivindicación configurada es el socialismo. Así, la lucha ideológica planteada busca restablecer la conciencia social, que significa solidaridad, amor, justicia, humanidad, en lugar del egoísmo y las formas de explotación, opresión e inhumanidad que de él se derivan.
Todo lo dicho indica que hay una percepción universal del socialismo, en cuanto superación dialéctica del sistema capitalista de explotación, cuyo estudio es imprescindible para iluminar y acerar la eficacia de la lucha; y una expresión nacional, que responde a la experiencia histórica propia, al análisis crítico de otras experiencias, a los avances del conocimiento, a las características del orden social existente y a la maduración de sus contradicciones. Esa expresión nacional le da su fisonomía y originalidad. Por eso el nuestro es el socialismo bolivariano, el cual se sitúa en la perspectiva del siglo XXI y cuyos atributos, con la visión inclusiva de todo eso, bajo la guía del líder del proceso y al calor del pueblo que los convierte cada vez más en fuerza material, van al mismo tiempo definiéndose y acometiendo la transformación revolucionaria de nuestra patria para dar a sus habitantes la mayor suma de felicidad posible.
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