Quien aspire ser dirigente revolucionario debe estar dispuesto a la máxima entrega y hacer suyo el principio, según el cual, “a mayor responsabilidad más sacrificios”.
Ejemplos clásicos para orientar la conducta de los revolucionarios la encontramos en nuestra propia historia; nuestros héroes derrocharon humildad, constancia y desprendimiento. No es indispensable mirar hacia otros lados. Uno de esos magistrales ejemplos fue el Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, de quien hablaremos en este espacio a modo ilustrar lo que hemos venido diciendo.
El ejército libertador de Colombia avanzaba lentamente hacia el sur. El general Bolívar, dispuso que Sucre desempeñase una misión desdeñada por muchos. Marchar en la retaguardia administrando pertrechos y víveres y, de paso, custodiar prisioneros y velar por el bienestar de los heridos, fue a partir de ese momento, la tarea fundamental del futuro Mariscal.
El Libertador había advertido que en la dificultosa y pesada marcha hacia el sur del continente, los ejércitos independentistas mermaban en exceso sus recursos en la retaguardia; iban regando prisioneros y muchos heridos morían por trato negligente.
-Confío en usted querido general para que desempeñe con eficiencia una tarea primordial para nuestras fuerzas, díjole Bolívar a Sucre con su habitual delicadeza y diplomacia.
Cualquier jefe de la jerarquía del cumanés y, aún por debajo de él, hubiese protestado o por lo menos rumiado por aquel destino. Era frecuente considerar una afrenta o un castigo que se remitiese a un oficial de alta jerarquía a la retaguardia y peor aún si se le asignaba la tarea que le tocó al joven oficial oriental.
Sucre, con modestia y humildad, recogió el guante. Su talento y grandeza no le permitían accionar como los pequeños y oportunistas. Asumió su rol con la misma dedicación y sutileza como si se tratase de la más alta y delicada misión y, al actuar de esa manera no se equivocó. Meses después, cumplida una dura y agotadora jornada, Bolívar pudo comprobar, no sin asombro, que la retaguardia del ejército que avanzaba
hacia el sur había sido perfectamente organizada; los víveres abundaban, los pertrechos eran suficientes y se mantenían en óptimas condiciones. Los prisioneros ya no se escapaban y se les trataba con el debido respeto. Y lo que es más, se había establecido de hecho, toda una normativa para la administración y manejo de la retaguardia.
Bolívar probò que al general Sucre le adornaban maravillosas cualidades. Este, ni antes ni después, se quejó del papel que por meses le tocó desempeñar. Muchos pensaron que había sido un gesto de Bolívar para humillar al cumanés y hasta una manifestación de temor. Otros más generosos y en sintonía con la manera de ser el Libertador, han opinado que quiso probar el apego a la disciplina, humildad y capacidad de Sucre para enfrentar cualquier dificultad. ¿Y por qué no pensar que hasta quiso indagar hasta dónde podía confiar en aquel joven oficial formado en los ejércitos libertadores de oriente?
Para esa época, el general Manuel Cedeño, ya había llegado al límite de su capacidad y mermado los recursos materiales a su disposición en asedio a Popayán. El camino hacia el sur de la Nueva Granada estaba cerrado en aquella vieja y amurallada ciudad. Casi dos meses había invertido el general Cedeño intentando tomarla. Cada fracaso era seguido de otro. Las pérdidas materiales y humanas de nuestro ejército eran cuantiosas. La imperiosa necesidad de avanzar al sur estaba frustándose por la terca y hasta heroica resistencia del ejército enemigo.
Le llegó el momento a quien poco después sería el Gran Mariscal de Ayacucho y gloria de la ciudad mártir del Manzanares. Bolívar dispuso que el general que administraba vituallas y armamentos en la retaguardia pasase a comandar en sustitución de Cedeño.
Popayán con toda su historia, orgullo y la admirable energía de sus defensores, cayó rendida ante el general Sucre en dos o tres días. El genio militar dispuso rápidos cambios en la táctica de guerra. Y el ejército libertador pudo marchar sin tropiezos hacia el sur en busca de la gloria.
Así, con humildad, eficiencia, sin pantallerías ni egolatría, actúa un verdadero revolucionario.
Aprendamos del Mariscal, ejemplo venezolano.
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