RESUMEN: El dogmatismo ha decaído en la izquierda pero persiste en algunas corrientes de la ortodoxia trotskista. Reivindican el catastrofismo, sin registrar el contenido puramente valorativo que hacen de esa noción. Simplifican la crisis identificándola con la explosión y extrapolan las peculiaridades de la entre-guerra a cualquier situación. Asocian la tesis del derrumbe con la revolución, olvidando que fue la doctrina oficial de la social-democracia y del stalinismo. Postulan una visión estancacionista que sustituye el análisis concreto del capitalismo contemporáneo por denuncias obvias de su carácter destructivo.
La rígida contraposición catastrofista entre progreso del siglo XIX y decadencia posterior embellece los padecimientos del pasado y supone que desde 1914 no ocurrió nada relevante. Esta simplificación ignora la perdurabilidad de las reglas del capitalismo y desconoce la importancia de las conquistas de post-guerra que atropellada el neoliberalismo. Por otra parte, la presentación de una “crisis mundial” sin localización, ni temporalidad contradice el carácter necesariamente episódico de esas disrupciones.
Los catastrofistas no explican los mecanismos de la crisis. Mencionan la pauperización absoluta, sin notar que la reproducción del capital exige la expansión del consumo y que la conversión de asalariados en mendigos imposibilitaría el socialismo. Se encandilan con la hipertrofia de las finanzas, olvidando que la interpretación marxista jerarquiza la gravitación de la explotación en la esfera productiva. Realzan la sobreproducción sin definir sus causas y hablan de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, desconociendo que esa disminución opera a través de ciclos periódicos. Presentan, además, una visión naturalista de las leyes del capital, que recuerda el viejo objetivismo positivista e ignora la especificidad de las ciencias sociales.
El catastrofismo es cuestionado por una vertiente moderada que comparte muchas conclusiones del dogmatismo. Esa visión postula una teoría del capitalismo decadente, que atribuye solo a esta etapa contradicciones que son propias de cualquier período. Buscan un punto intermedio entre la aceptación y el rechazo de la teoría del colapso que les impide avanzar en la comprensión del capitalismo actual.
Los catastrofistas establecen una relación directa entre el derrumbe y la revolución social, desvalorizando la importancia de las condiciones propicias o adversas para esta acción. Su enfoque torna superfluas las tácticas y las estrategias socialistas. Ignoran, además, la llamativa autonomía del colapso económico que demostraron las victorias socialistas del siglo XX.
Los catastrofistas presentan escenarios políticos apocalípticos al aplicar indiscriminadamente categorías de la revolución, que fueron concebidas para situaciones muy específicas. Su expectativa en revoluciones inminentes precipitadas por catástrofes financieras es incompatible con el reconocimiento de las reformas sociales.
Los dogmáticos participan en la obtención de estos logros pero descalifican la posibilidad de sostenerlos, al estimar erróneamente que la era de esos avances está cerrada. Esta contradicción conduce a un divorcio entre discursos de derrumbe y prácticas sindical-reivindicativas.
TITULO: LOS EFECTOS DEL DOGMATISMO II. ESQUEMATISMOS
AUTOR: Claudio Katz
RESUMEN: En el plano político el dogmatismo es sinónimo de esquematismo. Sus promotores propugnan los Estados Unidos Socialistas de América Latina sin explicar como se llegaría a esa meta. Cuestionan una mediación eventual a través del ALBA, pero no postulan otro puente y contraponen el uso de la fuerza con la diplomacia, como si la lucha antiimperialista no exigiera ambos recursos. Reducen los proyectos de integración a rivalidades comerciales y no observan las confrontaciones político-sociales en juego. Al concebir el socialismo regional como un acto simultáneo desconocen las disyuntivas que enfrenta Cuba. Es falso que la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país implique la inviabilidad de iniciar esa tarea.
Los doctrinarios alientan la repetición del modelo bolchevique en cualquier escenario, olvidando la singular incidencia de la primera guerra mundial sobre ese proceso. Mistifican lo ocurrido en Rusia e ignoran el curso diferenciado que siguieron las revoluciones posteriores. Suelen resaltar todos los episodios de 1917, sin prestar mucha atención a la estrategia seguida por Lenin durante décadas.
Tampoco logran explicar como fueron consumadas las revoluciones ajenas al precedente bolchevique. Es falso atribuirlas al imperio de leyes históricas, a la invariable “presión de las masas” o a cursos “excepcionales”, desconociendo el rol jugado por las direcciones de esos procesos.
El dogmático repite que “el proletario lidera la revolución” sin aclarar el significado actual de esa máxima. No toma en cuenta los cambios operados en la clase obrera industrial y tampoco registra la variedad de oprimidos y explotados que encabezó las rebeliones más recientes. Evalúa estos acontecimientos en código sociológico, suponiendo que la estructura clasista se mantiene invariable desde hace dos siglos. Desarrolla caracterizaciones sociales viciadas por su auto-visualización como exponente de la clase obrera y se equivoca al definir a la revolución por los sujetos y no por los contenidos anticapitalistas.
En su defensa de la dictadura del proletariado suele criticar a quiénes prescinden de un concepto que él mismo desecha en su actividad pública. El dogmático cuestiona la democracia socialista, suponiendo erróneamente que el primer término es equivalente y no incompatible con el capitalismo. Espera el surgimiento de los soviets, pero no detecta los embriones de poder popular. Descarta, además, la posibilidad de cursos intermedios, a pesar de los antecedentes de gobiernos obrero-campesinos.
En sus caracterizaciones de América Latina desconoce la singularidad del neoliberalismo, ignora los triunfos populares y no observa diferencias entre los gobiernos centroizquierdistas y nacionalistas radicales. Desvaloriza las nacionalizaciones en curso y no compara los diagnósticos que emite, con la viabilidad de su propia propuesta.
La simplificación dogmática proviene de una atadura a temporalidades cortas. Interpretan con ese criterio de inmediatez la teoría de la revolución permanente y no ajustan su aplicación a los países avanzados y a las transformaciones de la periferia.
Los doctrinarios incentivan la creación de partidos que se auto-asumen como vanguardia sin que los oprimidos reconozcan ese status. Diluyen la diferencia entre estadios de gestación y existencia de un partido y recrean el verticalismo monolítico. Su defensa de un modelo universal de organización política dificulta la unidad de los revolucionarios y obstruye la recreación de la conciencia socialista.
El dogmatismo trasmite mensajes mesiánicos y adopta actitudes proféticas, que desvirtúan el sentido experimental de la acción militante. Incentiva la condición minoritaria y despilfarra esfuerzos en escaramuzas con el resto de la izquierda. Olvida que remar contra la corriente debería constituir una circunstancia y no una norma. Elude explicaciones públicas de sus propias dificultades, exhibe un gusto por la diferenciación y utiliza un lenguaje inadmisible dentro de la izquierda. Esta actitud no permite desenvolver un proyecto socialista y obliga a revisar el sentido actual de la identidad trotskista.
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