RESUMEN. Al cabo de varios años de exclusiva atención en la democracia y el neoliberalismo, comienzan a reaparecer las discusiones sobre la revolución en América Latina. Los presagios derechistas sobre el fin de estas convulsiones han quedado opacados por la nueva oleada de rebeliones sociales, el retroceso político de los conservadores y las dificultades de intervención del imperialismo. El conformismo de los 90 choca con el ímpetu transformador que se verifica en varios países.
Las viejas presentaciones de la revolución cómo un acto conspirativo han sido reflotadas por la derecha, junto a las interpretaciones psicológicas de la insubordinación popular. Ambos enfoques omiten las motivaciones políticas de estos levantamientos. La simplificada identificación con el vandalismo o la frustración personal no explica el protagonismo de los sectores oprimidos más organizados, ni la vinculación de las grandes convulsiones con las crisis.
Las tesis gradualistas que asemejan la revolución con fiebres o tormentas desconocen el carácter social de este acontecimiento. Estiman que el capitalismo constituye la forma normal y eterna de funcionamiento de la sociedad e ignoran el sustento histórico de los mitos que generan las revoluciones.
La concepción marxista resalta el origen de las revoluciones contemporáneas en contradicciones objetivas del capitalismo y realza el papel de los sujetos sociales en su desarrollo. En cambio el estructuralismo presta escasa atención a ambos determinantes y focaliza su indagación en las rivalidades entre las elites nacionales. El primer enfoque distingue las revoluciones burguesas -que alumbraron el capitalismo- de las gestas socialistas, que buscan superar este sistema. Estudia los niveles de conciencia y radios geográficos diferenciados que caracterizan a ambos procesos. Al rechazar esta tipología, la segunda visión no logra esclarecer el sentido específico de cada levantamiento y levanta una barrera artificial entre las revoluciones clásicas y contemporáneas.
La aplicación del concepto revolución burguesa a América Latina permite comprender las razones de una dinámica histórica inconclusa. Esclarece las causas de un proceso fallido, luego de un éxito anticolonial temprano que fue sucedido por triunfos de las oligarquías y procesos de recolonización imperialista. La consolidación del capitalismo y el giro conservador de las clases dominantes agotaron la vigencia a la revolución burguesa desde principio del siglo XX.
Todas las revoluciones contemporáneas han sido nacionales, políticas, democráticas, agrarias o sociales. El cumplimiento pleno de estas metas induce a un curso anticapitalista, que las clases dominantes tienden a sofocar para desenvolver distintos modelos de acumulación. De esta frustración popular emergen diversas variantes de renovación de la opresión capitalista.
Un curso opuesto de radicalización socialista permitiría saldar las cuentas pendientes del pasado junto a una nueva construcción pos-capitalista. Es mucho más importante discutir estos senderos de emancipación que dirimir las eventuales opciones de desenvolvimiento burgués.
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