Problematizando el socialismo desde el poder

Uno de los principios básicos para la concepción del Estado parte de la necesidad de la preservación del orden en pro de la convivencia del hombre. Es, podríamos decir, una suerte de creación que va más allá de él mismo y que pretende, a partir de aparatos humanos, asumidos además como instituciones, ejercer el control a través de distintos dispositivos, que van desde la fuerza hasta la persuasión.

Históricamente el Estado ha pasado de ser una Ciudad-Estado, con dimensiones específicas en cuanto a su territorio y habitantes (espacio físico idóneo para 50.000 habitantes), a un gran animal que esperaba al borde de un mundo considerado plano para tragar a quien transgrediera los límites (el Leviatán), o ser considerado, como lo es en la actualidad, un conjunto diferenciado y permanente de instituciones (administrativas burocráticas, legales, extractivas y coercitivas), enmarcadas en un territorio geográficamente delimitado, dentro del cual logra ejercer el monopolio de la creación de normas colectivas vinculantes, gracias al respaldo que le otorga el control monopólico de los medios de violencia y coerción.

Cambiar el mundo a través del Estado ha sido el ideal que ha predominado en el pensamiento revolucionario por más de un siglo, sobre esto Holloway1 nos comenta:

El debate que hace cien años sostuvo Rosa Luxemburg y Eduard Berstein sobre “reforma o revolución”, estableció claramente los términos que dominarían el pensamiento sobre revolución durante la mayor parte del siglo veinte. Pág. 24

La reforma, según el análisis de Holloway, era una transición gradual hacia el socialismo, al que se debería llegar a través del triunfo electoral y la incorporación de cambios desde el parlamento; por otra parte, la revolución era una transición drástica, lograda por la toma del poder estatal para la creación de un nuevo Estado. Sin embargo, la coincidencia de las dos posturas radica en el Estado como medio y como fin para el logro de los cambios, toda visión fuera de esta dicotomía ha sido considerada anarquista.

Hasta ahora, compartiendo el análisis de Holloway, ambos enfoques, “el reformista” y “el revolucionario”, han fracasado en sus prácticas, en resolver la creación de una nueva sociedad que condicionara su estructura para el tipo de naturaleza humana que condujera al hombre nuevo como resultado de la labor revolucionaria y del nivel de conciencia inherente a las estructuras creadas por él mismo, a dominar las fuerzas que antes le imponían su destino, parafraseando a Carlos Tablada2, en su análisis sobre el Che, lograr que el poder no fuera solamente popular, sino del pueblo.

Sin embargo, esto no deja de lado avances y esfuerzos del socialismo real, que en el caso de la URSS, China o Cuba, han dejado una huella indeleble para cualquier proyecto que pretenda desarrollarse desde una concepción humanista.

Todo lo anterior como dilema, orienta el debate sobre el socialismo, y como diría Marx, su condición transitoria hacia el comunismo como una etapa superior de desarrollo, basado en la superación del capitalismo, asumido este último como aquello que no debe ser, por las consecuencias históricas que en este espacio no es un objetivo analizar, pero que no dejará de estar presente como modelo hegemónico exitoso (criterio que usamos bajo su propio paradigma) más allá de la dominación del Estado.

El éxito del capitalismo, entre otros, es que mientras el socialismo se enclava en atender las relaciones sociales dentro de las fronteras nacionales, el capitalismo tiene muy claro que las relaciones del capital van más allá de límites territoriales, ya que los procesos de producción no necesariamente deben estar en el mismo territorio.

En este mismo sentido, solventar el falso dilema de la separación de la producción económica y la producción y reproducción de las relaciones sociales mediante las cuales se realiza la producción económica, es solventar lo falso de la separación del elemento cultural y ético de la práctica política que conduce a pensar que sólo a través del Estado se resuelve el asunto del poder transformador.

Tal como lo expresaba el Che en una entrevista:

El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Uno de los objetivos fundamentales del marxismo es hacer desaparecer el interés, el factor “interés individual” y provecho de las motivaciones sicológicas… Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria. Pág. 413

Si el socialismo económico no tiene sentido sin el socialismo ético y moral, ¿es posible que éste se desarrolle a través de Estados viciados de burocratismo, o de falsa institucionalidad, o de condicionamientos que conduzcan a la corrupción? ¿Es posible la coexistencia de un proyecto desalienante, sobre una estructura alienada? ¿Se puede llamar revolución a un proceso político donde los cambios se plantean paulatinos, a través de un Estado ya concebido en su forma y su fondo, y con una carencia de conciencia colectiva masificada sobre una nueva cultura que tenga como valor el trabajo para la autodeterminación y no para la profundización de la dependencia?

Rosa Luxemburg, sobre la dicotomía reformismo-revolución, rechazó el reformismo tanto económico como político4, ya que consideraba una falsa ilusión el hecho de que se pudiese preservar del capitalismo lo bueno y desechar lo malo, de lo que se trataba es de vincular los objetivos inmediatos y circunstanciales al objetivo final de superar el régimen burgués y establecer una sociedad socialista.

La historia, como el hilo reconstructor de los procesos sociales, juega un papel preponderante en cualquier ejercicio revolucionario, tanto como referente para la reconstrucción social, como para la construcción de una nueva sociedad, y generalmente es la historia del Estado la que predomina ante la historia de los pueblos, siendo la predominante la que incide directamente en la formulación de cualquier acción política que busque cambios.

¿Es entonces, la historia del vencedor la que crea el novedoso camino de la revolución?, o ¿es la reconstrucción histórica desde las relaciones materiales de producción las que permitirán deslastrarnos de las historias de los dominantes?

Es poco probable que podamos separar, en un análisis histórico desde las relaciones materiales de producción, el hecho de que quien ha escrito la historia ha sido el que ha dominado estos medios, ¿entonces estamos entrampados en la única posibilidad de reinterpretar la realidad a partir de la mentira?, ¿la única vía de construir un Estado revolucionario es a través del Estado precedente, que seguro de revolucionario no tendría nada?

Pareciéramos entrampados en un dilema de la “historia sin fin”, sin embargo, pareciera que en el marco de un nuevo socialismo, deslastrado de viejas ataduras, y alimentado por el rescate de los valores fundamentales de las experiencias exitosas o fallidas del socialismo en el mundo, la resolución de algunos dilemas podría tener salida.

La conciencia crítica, sumada a la experiencia del reconocimiento del otro, que parte de la no exclusión, y que implica el trabajo consciente, a través de medios de producción colectivizados en distintas formas, tanto asociativas como comunales, permitiendo la coexistencia de medios de producción privados controlados y tendientes a su desaparición. La lucha contra el imperialismo, como nodo conductor de la psiquis, que permite dar el primer paso a la desalienación, la planificación, como estrategia fundamental para el control de la economía y el desplazamiento de la “mano invisible” del mercado, pero ya no desde laboratorios, sino, desde las organizaciones comunitarias como células primarias de la planificación, no desde lo central, sino, hacia lo central, a partir de las bases, son, en conclusión, extraordinarias evidencias de un nuevo modelo, con un gran dilema aún por superar, ¿cómo superar el Levitán (el Estado) carcomido sin generar una crisis que revierta el objetivo central de la revolución?, o cómo concluye Holloway:

…¿cómo cambiamos el mundo sin tomar el poder? Al final del libro, como al comienzo, no lo sabemos. Los leninistas saben qué hacer, o solían saberlo. Nosotros no. El cambio revolucionario es más desesperadamente urgente que nunca, pero ya no sabemos que significa “revolución”. Cuando nos preguntan, tendemos a toser y a farfullar y tratar de cambiar el tema. Nuestro no saber es, en parte, el no saber de aquellos que están historiadamente perdidos: el saber de los revolucionarios del siglo XIX ha sido derrotado. Pero es más que eso: nuestro no-saber es parte del proceso revolucionario. Hemos perdido toda certeza, pero la apertura de la incertidumbre es central para la revolución. “Preguntando caminos”, dicen los zapatistas. No sólo preguntamos porque no conocemos el camino (no lo conocemos), sino también porque preguntar por el camino es parte del proceso revolucionario mismo. Pág. 293

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Nicmer N. Evans

Director de Visor 360 Consultores, una piedrita en el zapato, "Guerrero del Teclado", Politólogo, M.Sc. en Psicología Social.

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