Dice un conocido adagio popular “no basta con que la mujer del Cesar sea decente, tiene que demostrarlo” de igual manera, no basta con que el funcionario público se defina así mismo como revolucionario, es más bien cuando tienen que demostrarlo, y es que su actuación vale inmensamente más de lo que diga, y más allá de su discurso, en este caso la congruencia entre pensamiento y acción adquiere mayor valor.
La humildad, y la cordialidad siempre debe estar presente en su trato con el público usuario, independientemente de sus estados anímicos, de sus naturales cambios hormonales o sus circunstancias de orden estrictamente personal, pues a la gente a la cual sirven, nada tienen que ver con dichas situaciones.
Los funcionarios públicos deben atender “puertas abiertas”, las audiencias son parte del subterfugio para darse “caché” y para intentar demostrar que están “full de trabajo” cuando en la realidad, la carga laboral es bastante menor, a menudo muchos funcionarios expresan sus complejos de inferioridad con posturas soberbias y prepotente tal como lo hacen muchos funcionarios policiales que cuando poseen “un arma en el cinto” creen que son superiores a cualquier mortal.
De
tal manera que consideramos que un funcionario público comprometido
con la revolución bolivariana, debe poseer un perfil y un comportamiento
cónsono con ese perfil, radicalmente distinto al funcionario público
cuartorepúblicano, con otra visión y con otra lógica de acción y
pensamiento, y que su misión social responda a la actual la filosofía
del Estado venezolano de los nuevos tiempos, la refundación de la república,
la construcción de la sociedad socialista del siglo XXI, pasa entre
otras coordenadas por un Estado al servicio del ciudadano, que propenda
al fortalecimiento del poder popular y de la acción contralora del
ciudadano común sobre el funcionamiento del propio Estado, y para que
ello sea posible, se requiere de funcionarios públicos que respondan
con su praxis a esa filosofía.