BIOGRAFIA
POLÍTICA
Para comprender el interés que suscita el Che hay que evaluar su vida con seriedad desechando la frivolidad. Guevara fue un líder socialista y no un aventurero de telenovelas. Su transformación en personaje justiciero diluye el sentido revulsivo que tuvo su existencia.
El Che fue un guerrillero heroico odiado por la gran prensa que lo maltrataba con más furia que a Bin Laden. La cobertura que actualmente recibe su memoria era inconcebible en su época y apunta a borrar su combate contra la opresión.
Esta deformación incluye la paradójica absorción mercantil de un militante que rechazaba frontalmente el culto al dinero, la glorificación de la propiedad y la apología del empresariado. Los jóvenes que adquieren mercancías con la figura de Guevara frecuentemente pierden de vista, que las empresas venden al Che con las mismas técnicas que publicitan un perfume de Antonio Banderas.
Frente a esta distorsión es necesario politizar el estudio de Guevara, comparándolo con teóricos socialistas (Lenin, Trotsky), marxistas latinoamericanos (Mella, Martí) y dirigentes revolucionarios (Fidel). Hay que subrayar esta ubicación en la izquierda frente a quiénes lo veneran como a un “Cristo laico”.
La biografía política del Che estuvo jalonada por el recorrido que inició con su viaje por América Latina en los años 50. Esta experiencia transformó al espíritu noble en un luchador social. El médico solidario adoptó la acción política para enfrentar la pobreza y la explotación cuándo comprendió las limitaciones del auxilio a los humildes.
Su definición militante se produjo en Guatemala bajo el impacto del golpe militar que derrocó al presidente Arbenz (un antecesor de Salvador Allende). Con este episodio superó toda ingenuidad frente a la CIA y el Pentágono. Entendió que la resistencia contra imperialismo requiere gestar una resistencia organizada y preparada con antelación.
Guevara se convirtió en revolucionario pleno durante su encuentro con Fidel. Le atrajo la consecuencia y decisión del proyecto democrático-radical de tumbar al dictador Batista y en esta batalla reafirmó su convicción de avanzar hacia la captura del poder. Ninguna ilusión era más ajena al espíritu del Che que la actual convocatoria a “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
El
líder argentino-cubano fue protagonista de la radicalización socialista
que conmocionó a la isla en los años 60. Participó activamente en
la sucesión de contragolpes frente a la derecha que condujeron a la
expropiación del capital. Maduró junto al aluvión colectivo de la
revolución cubana y en esa conmoción transformó sus lecturas marxistas
en elaboradas convicciones.
ACTUALIDAD DE UN PLANTEO
El Che reaparece porque América Latina se ha convertido en un gran foco de resistencia popular. El auge neoliberal, el colapso de la URSS y la preeminencia de gobiernos menemistas durante la década pasada, determinaban un cuadro poco propicio para su reivindicación. La trayectoria de Guevara ha sido actualizada por los levantamientos en Bolivia, las sublevaciones en Ecuador, las movilizaciones en Venezuela y el alzamiento de Argentina.
Ciertamente el mapa de la lucha social en Latinoamérica es muy desigual. Pero se han verificado acciones masivas y convergentes en la demanda de anular las privatizaciones, nacionalizar los recursos naturales y democratizar la vida política. Y aunque el neoliberalismo arremetió con fuerza, no logró sepultar las tradiciones combativas y la herencia del nacionalismo antiimperialista, en un contexto de conquistas democráticas superiores al pasado2.
El legado del Che puede resumirse en un mensaje: valorar las rebeliones recientes y desenvolverlas en una dinámica de radicalización socialista. Esta conclusión se inspira, a su vez, en dos lecciones: los procesos que no avanzan involucionan y la derecha no se queda inmóvil frente a un desafío a la dominación.
Estas
enseñanzas son muy importantes para el devenir de los gobiernos nacionalistas
radicales (Chávez, Morales, Correa) que concentran las expectativas
populares y enfrentan las típicas disyuntivas de las experiencias reformistas.
El antecedente cubano demostró que se puede derrotar a los opresores
con medidas revolucionarias tendientes a reducir la desigualdad y mejorar
el nivel de vida popular. Pero otros precedentes indican que en ausencia
de estas decisiones, la derecha recupera el gobierno por medios golpistas
(Chile), electorales (Nicaragua) o estabilizando regímenes conservadores
(México).
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
Frecuentemente se afirma que la “época del Che ya no es la nuestra”. Y es obvio que los últimos 40 años transformaron sustancialmente el cuadro político internacional. La expansión del neoliberalismo, la implosión del “socialismo real” y el salto registrado en la mundialización del capital constituyen tres novedades significativas.
Pero la miseria y la explotación que empujaron al Che a la acción persisten bajo el mismo sistema capitalista. Basta observar la plaga de hambre que afrontan varios países periféricos o el abandono de sus hogares que padecen las familias norteamericanas endeudadas, para percibir las consecuencias de este régimen.
El capitalismo recrea las crisis y los sufrimientos de las mayorías populares. Es un sistema alimentado por competidores que no pueden ser disciplinados y se basa en mecanismos de explotación, que son incompatibles con la humanización de la sociedad. El capitalismo incluso acrecienta la polarización social en América Latina, en la actual coyuntura de crecimiento y bonanza exportadora.
Las principales diferencias con los años 70 se ubican -en la región- en el terreno político. La sustitución de las dictaduras por regímenes constitucionales ha modificado los tiempos y las formas de gestación de un poder popular. La preparación de esta transformación exige promover la cohesión social, el protagonismo masivo y la radicalización ideológica de los oprimidos, en procesos que transitarán por caminos diferentes al clásico sendero guerrillero. En el nuevo escenario las conquistas dentro de las trincheras institucionales pueden constituir un eslabón del avance popular, si las reformas complementan la acción revolucionaria. Por esta razón la arena electoral presenta una gravitación superior al pasado.
También la intensidad de las rebeliones ha sido diferente a las revoluciones precedentes. Las nuevas sublevaciones enarbolaron demandas antiliberales, democráticas y antiimperialistas, pero no dieron lugar a organismos de poder popular, desenlaces militares o desplomes del estado burgués equiparables a la revolución cubana o nicaragüense.
El
nivel de conciencia popular es distinto al prevaleciente en los años
70, ya que la actual generación de luchadores no creció como sus padres
en un contexto de triunfos revolucionarios. La visibilidad y confianza
en un modelo socialista es inferior, no tanto por el derrumbe de la
URSS como por la herencia de las dictaduras y el bloqueo que sufrió
la insurgencia centroamericana.
CONTROVERSIA
DE ESTRATEGIAS
El Che adoptó una postura revolucionaria al comprender que las clases dominantes se perpetúan en el poder para garantizar sus privilegios. Recordaba que los poderosos jamás renunciaron al usufructo de sus beneficios en forma voluntaria.
Estas conclusiones son más perdurables que la teoría del foco como desencadenante del levantamiento popular. Alentando por el éxito de la experiencia cubana Guevara generalizó erróneamente la conveniencia de la acción guerrillera, en tanto método apto para las variadas situaciones latinoamericanas. Pero su defensa del principio de la revolución resulta valedero, especialmente frente a apologistas del capitalismo que proclamaron durante la década pasada el “fin de las utopías igualitarias”.
Estos mensajes han quedado desubicados frente a la nueva oleada de resistencias sociales. La revolución como un momento clave de las rupturas con el orden vigente constituye un aspecto esencial del proyecto socialista. La renuncia a discutir esta perspectiva conduce a la auto-inmolación de la izquierda.
Pero el principal aporte central del Che en este terreno fue su defensa de la revolución ininterrumpida, en oposición a la estrategia de transitar por dos etapas rígidamente diferenciadas. Rechazó anteceder la acción anticapitalista por una fase de alianzas con la burguesía nacional y proclamó la necesidad de optar por el socialismo o conformarse con una “caricatura” de la revolución.
Guevara se inspiró en una gesta que demostró la posibilidad de confrontar con el imperialismo a 90 millas de Miami. Su planteo convulsionó las teorías predominantes en la izquierda, desató fuertes disputas con sectores conservadores de los Partidos Comunistas e incentivó la literatura crítica hacia la burguesía nacional que desarrollaron varios teóricos de la dependencia.
Es importante recordar estas controversias en un momento de resurgimiento de tesis neo-desarrollistas, que proponen repetir el camino de las etapas mediante “alianzas que afiancen el MERCOSUR” y faciliten la “expansión del capitalismo regional autónomo”. Estas concepciones suelen idealizar al empresariado industrial en desmedro de los financistas y evitan reconocer los obstáculos que impone ese proyecto al logro de mejoras populares.
Los promotores de las etapas tampoco registran los costos sociales del sostenimiento (o creación) de una clase patronal con los fondos públicos. Sus planteos conducen a adaptar las demandas sociales a las prioridades de las clases dominantes y desembocan en la frustración popular. Con esa concepción se empuja en la actualidad al congelamiento del proceso bolivariano en Venezuela o al uso capitalista de la nueva renta petrolera que podría generarse en Bolivia.
INTERNACIONALISMO
Y ANTIIMPERIALISMO
Guevara defendía un proyecto de expansión internacional del socialismo muy diferente a la coexistencia perpetua con el imperialismo que propiciaban los líderes de la ex URSS. En su discurso de Argelia fue particularmente crítico con la escasa solidaridad de estos dirigentes hacia las sublevaciones del Tercer Mundo. Convocó a forjar “uno, dos, tres, muchos Vietnam” en oposición a la pasividad del Kremlin.
El Che desenvolvió una concepción internacionalista alejada del simple enunciado de consignas. Transformó su experiencia juvenil en un programa razonado y asentado en la simbiosis de la teoría con la práctica. Implementó en el Congo y Bolivia lo que postuló en la Conferencia Tricontinental.
Guevara propiciaba el socialismo internacional frente a la utopía de restringir de la edificación anticapitalista a un solo país o región. Pero debatía tácticas y estrategias, sabiendo que el socialismo no emergerá de un acto simultáneo a escala planetaria.
Los ecos de su internacionalismo han emergido en los últimos años en los movimientos contra la guerra de Irak y en las iniciativas de los Foros Sociales Continentales. En estos dos ámbitos la figura del Che ha estado presente.
Pero su legado se verifica más nítidamente en América Latina, ya que en ningún país se consideran actualmente proyectos exclusivamente nacionales. Frente a las clases dominantes que debaten convenios comerciales para forjar bloques competitivos, despuntan varias iniciativas de proyectos de emancipación a escala regional.
El Che sabía que ningún progreso popular es factible sin doblegar al imperialismo norteamericano y alzó su voz contra el gendarme estadounidense en la OEA y en la ONU. La vigencia de este clamor salta a la vista en una era signada por la masacre de 600.000 personas en Medio Oriente, la legalización de la tortura, el creciente uso de mercenarios y la generalización de los secuestros en cualquier parte del mundo.
El reconocimiento a Guevara se ha extendido junto al desprestigio que rodea al mandatario estadounidense. Basta contrastar las conmemoraciones que reivindican al Che con el repudio que acompaña a las giras de Bush. Este clima obedece a la pérdida de influencia de la primera potencia en su patio trasero. El pantano de Medio Oriente le ha quitado al imperialismo capacidad de intervención militar directa contra Venezuela o Cuba.
Pero a falta de condiciones presentes el Pentágono se prepara para el futuro. Propició un ensayo de guerra preventiva de Colombia contra Ecuador, militariza las ciudades de México, construye nuevas bases en Perú y reactiva la Cuarta Flota que opera desde Miami.
La
tradición antiimperialista que legó el Che es fraternal hacia todos
los pueblos del mundo. No es una batalla contra los oprimidos de Estados
Unidos, sino contra los gobiernos, corporaciones y bancos de ese país.
El comportamiento de la hija de Guevara en Irán -cuando se retiro de
un homenaje oficial que cuestionaba el socialismo y el ateísmo- ratifica
este sentido de una concepción ajena a cualquier dogma religioso.
SOCIALISMO INTEGRAL
La atracción que ejerce Guevara también obedece a la supervivencia de la revolución cubana al cabo de 50 años de conspiraciones y bloqueos. Difícilmente el interés por el Che presentaría la envergadura actual, si se hubiera repetido en la isla lo ocurrido en la URSS. Pero su reivindicación expresa, además, el resurgimiento de convocatorias al socialismo.
Ha concluido el período de auto-censura que expurgó ese término de los discursos de la izquierda y en América Latina vuelven a debatirse los caminos para forjar una sociedad de igualdad y justicia. Este proyecto se recrea en oposición a los presidentes centroizquierdistas, que abandonaron cualquier alusión al socialismo para congraciarse con las clases dominantes.
Como la figura del Che es indisociable del horizonte anticapitalista, su obra ha sido también debatida en las recientes conmemoraciones del Mayo francés. El socialismo constituye el eje de estas reflexiones, ya que alude al único sistema efectivamente poscapitalista.
En este terreno Guevara ha dejado también importantes lecciones en su papel de funcionario de la revolución (1959-64). Desarrolló en Cuba una concepción integral del militante como luchador y administrador. El Che no aceptaba las especializaciones restrictivas y combinó el perfil guerrillero con su rol de Ministro de Industria.
En su gestión de las empresas públicas impulsó mecanismos de participación y democratización opuestos a la primacía del mercado y a la arbitrariedad de los burócratas. Objetaba el esquema de competencia entre los trabajadores de firmas estatales que se instrumentaba en Yugoslavia y cuestionaba la simulación mercantil en la administración de compañías públicas en Hungría. Se opuso anticipadamente a la “Perestroika” que condujo a restauración del capitalismo en la URSS y al modelo que empuja a China hacia el mismo sistema. Pero Guevara tampoco aprobaba el esquema de planificación compulsiva, que la Nomenklatura del Kremlin manejaba en forma ineficiente y despilfarradora.
En su breve experiencia como economista dejó irresuelto el diseño de los mecanismos que permitirían gestar una transición anticapitalista exitosa. Este avance requeriría desenvolver formas de planificación sustentadas en la democracia socialista, a fin de asegurar la participación colectiva. Esta presencia es indispensable para corregir los errores y discutir las alternativas, en un sistema que combine el poder popular con la representación indirecta.
Pero
cualquier debate sobre la gestión presupone la nacionalización previa
de las empresas estratégicas. Este paso se consumó en forma muy acelerada
en Cuba y presenta enorme actualidad en los países que encaran la nacionalización
de los hidrocarburos.
“EL HOMBRE NUEVO” EN EL SIGLO XXI
En los debates sobre el impulso a la productividad en una transición socialista, Guevara tomó partido por los incentivos morales contra los estímulos materiales. Pero adoptó esta postura para el contexto cubano de los años 60, sin emitir un juicio aplicable a cualquier momento o país.
Su postura fue coherente con el proyecto comunista de gestar una ética del hombre nuevo. Promovía la expansión de la solidaridad y la hermandad desde el inicio de la revolución, sin esperar estos efectos de una ampliación del bienestar material. Destacaba la imposibilidad de forjar una conciencia socialista eludiendo compromisos activos hacia el prójimo y repudiaba el cinismo que observaba entre los jerarcas del “socialismo real”. Este mensaje humanista ha calado profundamente entre los jóvenes que actualmente admiran al Che.
Guevara ubicaba los obstáculos para erigir una sociedad poscapitalista en el terreno político. No localizaba estas dificultades en el egoísmo o el individualismo innato de personas. Por esta razón su legado incluye un código de conductas, actitudes y comportamientos que incentivan a continuar su obra.
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