Cuando la burguesía se asusta de su propio invento

En 1848 se redescubrió en Alemania y Francia una vieja verdad hacía rato escondida, según la cual los opresores se aterrorizan cuando sus oprimidos aprenden lo que ellos hacen. Sobre todo si lo profundizan.

Eso pasó con la revolución social que conmovió a Europa aquel año. Los nuevos proletarios y artesanos de las ciudades decidieron protagonizar sus propias rebeliones al servicio de sus objetivos con sus propios dirigentes, dando inicio a un nuevo movimiento social en la historia. Dentro de ese movimiento se formó el marxismo.

Lo lejano de aquel acontecimiento no impide ver su continuidad en esta América latina que puja para refundarse. De hecho, fue una constante durante el siglo XX, cuando la protagonista de los cambios no fue la achacosa y gastada burguesía sino su clase opuesta, los trabajadores explotados.

En los últimos años esas rebeliones han mermado, dando paso a una regularidad del funcionamiento de los Estados, predominando sus formas, conductas y conciencias, entre ellas las que sostienen el modo capitalista de vida. Quizá ese clima explica el reflorecimiento de opciones acomodaticias a ese modo de vida y propuestas políticas que conducen a condominios con el enemigo jurado. Propuestas que nos conducirían inexorablemente a regresiones de nuestros procesos revolucionarios. Entre otras razones porque ya están probadas en la historia, también en la venezolana. Un caso fue la connivencia del Partido Comunista con el Pacto de Punto Fijo después de coprotagonizar la Revolución de 1958, otro, las Mesas de Negociación instaladas en 2002, que solo sirvieron al tiempo que necesitaba la oposición golpista para sus siguientes acciones. Es casi una Ley social, a enemigos de ese tipo, en situaciones como la venezolana o la boliviana (no en cualquiera), el espacio/tiempo que les regales se nos volverá en contra. Porque ellos no están jugando. El debate que se vive en Venezuela sobre este asunto, a propósito de la opinión de José Vicente, no solo es sano porque confirma la profunda democracia que impera en la revolución bolivariana, sino de gran utilidad porque educa a la militancia del PSUV en que no hay ideas ni personajes sagrados, puros e incuestionables. Ni siquiera José Vicente.

Ese mismo clima de mojigatería democrático-representativa y de apariencias vacías, ha generado un fenómeno ideológico altamente llamativo. Anida en la derecha, pero tiene expresiones entre nosotros, como el Alien que nunca muere.

Se trata del argumento según el cual tantas votaciones, tanta consultadera con referéndums y plebiscitos, o sea tanta democracia política, es un camino que conduce al “abuso del voto”, la “polarización social”, el “personalismo”, la “democracia de borregos” y la “división del país”. Demasiado voto en la calle les asusta. Sobre todo ese “exceso” de consultar a la población para que decidan sobre algunas cuestiones del poder, las constituciones y las leyes. El enemigo siente esto como un atentado a la democracia que tienen en sus cabezas.

Así como en 1848, se asustaron cuando las revoluciones comenzaron a ser protagonizadas por los nuevos trabajadores del mundo, ahora les aterroriza esta práctica incipiente de democracia política distinta, inventada por ellos antes de 1848, olvidada desde entonces.

Estos argumentos comenzaron a aparecer hace poco menos de un año, seguramente porque observaron que el voto ya no les sirve para volver al poder del que fueron desplazados por rebeliones. Sus diarios titulan: “Ganó Evo, la democracia puesta a prueba” (Miami Herald) o “Ganó Chávez, perdió la democracia” (La Nación y The Washington Post”). Es que nada les viene bien.

En ninguna década de la breve historia latinoamericana sus pueblos pudieron ejercer y ampliar sus derechos políticos como lo están haciendo ahora. Nunca se votó tanto en tantos lados al mismo tiempo. Unos 222 procesos eleccionarios entre 1998 y 2008, según la cuenta de Nouveau Monde/Mondes Nouveaux, París, febrero 2008. En esa dinámica, los pueblos trabajadores de Ecuador, Bolivia y Venezuela tratan de cultivar una democracia que no sea controlada ni administrada por los de siempre.
Como votar ya no es la novedad, ni les sirve porque pierden, entonces la rechazan. Lo nuevo es que nunca había aparecido un desafío tan intenso al modo de ejercer esa democracia tradicional dentro de ella, especialmente por el peso social de las clases que la ejercen. Exactamente en este punto nace el miedo que los “demócratas” sienten por la democracia que inventaron. Un grafitti, que muchas veces dice la verdad, advierte que “Si votar sirviera para cambiar algo ya estaría prohibido”.

No hace falta endosar con un cheque en blanco el destino final de estos cambios, que por estar en proceso de definición deberán probar hasta lo condicen sus dirigentes y sus movimientos. Lo que es torpe es no reconocer la diferencia.
Por lo menos en esos tres países señalados, se intenta construir una democratización política de signo social opuesto a la imperante en el mundo. Es una democracia política sostenida en movimientos sociales que intentan darle a sus nuevos y diversos organismos de clase un rol más preponderante y decisivo en las cuestiones públicas. Y en proyectos políticos liberadores del imperialismo, que aunque siempre existieron, muy pocas veces estuvieron tan desamarrados de las burguesías internas, como ahora. Eso también los asusta, porque habla de una democratización política no determinada por la clase explotadora.

Es cierto que aún está democracia naciente está opacada por aparatos de Estado modelados en el capitalismo y viejas malas costumbres que tienden a asfixiarla. Lo sorprendente es que los cultores de la difusa democracia representativa de los opresores, suponen que la suya tiene más patente democrática porque es teutónica y anida en países imperiales de Europa, Candá y EEUU.

Antes del referéndum venezolano, y dos semanas después del boliviano, una periodista de un diario suizo me preguntó: “¿No se están usando las consultas electorales para llevar a la gente a votar sin saber para qué detrás de figuras carismáticas?”. Viniendo de alguien nacido en la democracia más antigua del mundo contemporáneo, es un buen dato para observar lo que les preocupa de América latina.
Esa especie ideológica reaccionaria está anidando en muchos periodistas y opinadores educados en y por las universidades del neoliberalismo, a su pesar. El amor a las formas vacías y el horror al nuevo carácter social del llamado voto popular, los lleva a ver blanco lo que es negro y viceversa.

Por ejemplo, le perdonan a la Europa imperial la violación del voto popular que rechazó el Tratado Constitucional Europeo en octubre de 2004, impuesto mediante un conciliábulo un año después. A ese despotismo lo definen “democracia madura”, con sus presidentes, reyes perpetuos y el salvatajes de un grupito de ricos bancarios que nadie votó. Pocas veces en la historia como en esta crisis mundial del capitalismo, la clase dominante se ha cuidado tan poco de mostrar la verdadera naturaleza de su democracia cotidiana. Sus parlamentos y presidente electos han votado democráticamente el resguardo de un grupito de estafadores tóxicos, usando el dinero de la riqueza social producida por el resto de la sociedad.

El problema aparece cuando la misma democracia es usada para favorecer proyectos políticos distintos y elevar el nivel de vida de las masas populares. Ahí deja de ser democracia para convertirse en “peligro de dictadura”, “democracia inmadura”.
Katchik. Der Ghougassian, un académico insospechable de chavismo de la Universidad de San Andrés, en Argentina, dijo esta verdad de Perogrullo en el diario Clarín el domingo 15 de febrero de 2008: “Si Venezuela fuera Gran Bretaña, España o Alemania, probablemente a nadie se le ocurriría cuestionar una enmienda constitucional que permita la reelección indefinida de un jefe de gobierno”. Cierto.

modestoguerrero@gmail.com


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Modesto Emilio Guerrero*

Periodista venezolano radicado en Argentina. Autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?. Director de mercosuryvenezuela.com.

 guerreroemiliogutierrez@gmail.com

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