Una de las curiosidades, no la única, de nuestro proceso revolucionario
venezolano, es que desde sus inicio no pudo contar a su favor con un
centro de producción de ideas y de difusión de ellas.
Es que nació tan arremolinado como acontecimiento social, tan atado
a una personalidad carismática, y tan jalonado por las premuras tácticas
y los avatares de un Estado y una sociedad que se desmembraba tras los
impactos de la insurrección del Caracazo de 1989, y de la rebelión
militar de 1992, que la práctica y la política cotidiana le ganaron
la batalla a la teoría y su praxis en el sentido gramsciano.
Esta es una verdad y las verdades no pueden depender de nuestros gustos
y deseos.
Hay otra razón que es entrañable en nuestra historia, de raíces muy hondas en la vida social y cultural del venezolano. Haber sufrido dictaduras y tiranías (blandas y duras, pero autoritarias) hasta bien entrado el primer medio siglo venezolano, produjo un fenómeno de restraso cultural en nuestra sociedad media.
Excepto el frágil régimen de Guzmán Blanco, positivista él y con
ganas de ser ilustrado creó algunas escuelas en algunas provincias
y algunos teatros y otros centros culturales en Caracas. Los otros regímenes
se caracterizaron más bien por lo contrario. Esa lápida sobre las
cabezas de nuestras clases medias y trabajadoras de entonces impidieron
el arraigo de una base cultural alta o media. Pérez Bonalde fue el
símbolo patético de esa época estéril.
Basta recordar que las universidades permanecieron clausuradas o intervenidas
hasta 1936, mientras que en países de similar edad nacional, por ejemplo,
Chile, Uruguay, Argentina o la misma Colombia hasta cierto punto, no
sólo estaban abiertas, se produjeron formidables rebeliones culturales
como la Reforma de Córdoba. En 1928 las carreras casi excluyentes de
nuestras universidades eran Derecho Canónico y decrepitudes similares.
Ni siquiera las Fuerzas Armadas, sabiamente centralizadas por Gómez,
supieron darse una Academia de formación profesional, hasta 1971.
Ese retraso en la estructura educativa a escala social, además de la
prolongación de regímenes perseguidores de los derechos democráticos,
impidieron el desarrollo de una clase media medianamente cultivada,
excepto pequeñas franjas de esa clase, de la cual sus mejores mentes
debieron huir al exilio externo para sobrevivir hasta 1958.
Nuestro carácter de Estado nación petrolero enclave de Estados Unidos,
más esa flaca tradición cultural impidieron que en 1999 el gobierno
bolivariano ascendiera con sus propios motores intelectuales. El resto
de la tarea la hicieron los medios capitalistas que compraron a granel
a la mayoría de los intelectuales sólidos venezolanos de las generaciones
del 50 y el 60 y algunos cuantos de los 70. Una cuenta que hice alguna
vez con Luis Brito García en Buenos Aires nos dio que 7 de cada diez
intelectuales de izquierda, lo mejor de la intelectualidad y el arte
nacional, se habían ido en camadas sucesivas hacia la derecha desde
mediados de los 80, con saltos espectaculares en los años 90. Los primeros
se hicieron neoliberales, los segundos se hicieron antichavistas sin
dejar de ser neoliberales. Salvo limitadísimas excepciones, p.e. Domingo
Alberto, que renunció al chavismo sin abandonar la izquierda.
En enero de 2009, el académico brasileño, Emir Sader, dijo una media verdad, que no por exagerada deja de ser útil para acceder a nuestra realidad. "En Venezuela, el único intelectual es Chávez". Cita el caso de Bolivia en contraposición, por la existencia del Grupo La Comuna, orientado entre otros por el vice presidente García Lineras. Eso es cierto. Pero Sader se queda amedio camino, al no cualificar la comparación.
Venezuela no tuvo nada similar a La Comuna de Bolivia, y la ausencia
de un "motor intelectual", como lo define Sader, no ayudó
a nuestro proceso. Es cierto. Ninguna acción revolucionaria tendrá
destino si no se apoya en un sólido cuerpo de ideas y proyectos.
Lo que Emir Sader no advirtió es que en determinadas condiciones sociales,
el atraso ofrece algunas ventajas. Sería un error tomar esta excepción
a la regla histórica como un paradigma y convertir el defencto en virtud.
Pero es innegable que del atraso intelectual de nuestro proceso revolucionario
salió una idea superior en el terreno de las ideas, si las comparamos
con las producidas en el Grupo La Comuna o en otro centro intelectual
de izquierda nacionalista latinoamericana de los años 90.
El llamado a construir un tipo de socialismo del siglo XXI, aún difuso
e incompleto, es esencialmente superior, como idea, como propuesta y
como programa, a la idea promovida por La Comuna de hacer un
"capitalismo andino", que no es otra cosa que reconstruir
el mismo capitalismo mundial pero con una determinación geo-antropológica.
Este ejemplo, entre otros, me sirve para ilustrar y demostrar el valor
que adquiere la construcción del Centro Internacional Miranda como
un "motor de ideas" de la revolución bolivariana.
El CIM ha sido el escenario privilegiado de buena parte -algún ocioso
debería medirla- de los debates académicos, intelectuales y políticos
que le dieron alguna musculatura teórica e ideológica a la idea difusa
de un socialismo del siglo XXI. No es la única materia tratada, pero
esta es central. Me concentro en esta, porque sirve para comparar con
otras experiencias latinoamericanas del presente histórico, que como
señala con acierto Sader, comenzaron con su motor de ideas puesto en
el ala.
No sólo huyó del parroquialismo nacionalista internacionalizando su producción intelectual, al haber entrelazado estudiosos y expertos de variados orígenes nacionales, con autores e investigadores calificados de Venezuela, es que lo ha hecho alrededor de objetivos superiores en el terreno de la ideología y la teoría: el socialismo, una integración Latinoaméricana de tipo anti imperialista (pues hay de la otra) o la búsqueda de teorías educativas que sirvan a la remodelación académica de las universidades venezolanas.
La revolución bolivariana no cuenta a su favor con una tradición nacional
como las que tuvo Haití hasta los años 40, o Argentina, Chile, Perú,
Uruguay o Bolivia y Cuba en otros terrenos, para llevar adelante una
revolución social.
Lo que se puede evidenciar es que el desarrollo de centros de pensamiento
como el Centro Internacional Miranda tienden a resolver ese escollo. Y que lo viene
haciendo con tal enjundia y rigor profesional, que no encuentro hoy
en América latina algo similar de su tipo. A pesar de la desigualdad
de las tradiciones.
Es lo que explica la producción de seminarios y encuentros internacional,
textos de investigación, libros y folletos, conferencias y su correlato
en la formulación de políticas públicas que sirvan al gobierno nacionalista
revolucionario. Todo emergido del CIM en pocos años, sin los aspavientos
de la propaganda y el marketig publicitario que suelen usarse en estos
casos.
No defino su producción como "pensamiento crítico" porque
desde Piaget sabemos que todo pensamiento humano es crítico por naturaleza,
aunque luego sea envilecido, alienado, seccionado y convertido en pensamiento
muerto por el aparato de trituración simbólica del Estado capitalista.
Lo que si es claro que dentro del CIM se ha producido una crítica
del pensamiento, en el sentido marxiano del concepto crítica: comprometida
con objetivos históricos y funciones sociales transformadoras que superen
la crítica de la crítica vacua.
Y tiene un último mérito, que por su especificidad vale por dos: siendo
una entidad estatal o gubernamental, no se ha convertido en aparato
reproductor de un pensamiento único, personaje único o un Estado único,
demostrando una cosa: que el socialismo del siglo XXI, como negación
de ese espanto practicado en el siglo XX, se puede comenzar a experimentar,
por lo menos en este punto sagrado de toda revolución: la libertad
de pensamiento.
El autor es periodista y escritor venezolano, radicado
en Buenos Aires desde 1993