Cuando callarse resulta buen negocio
Hay cientos de pretextos para que muchos abogados, que incluso se creen y se dicen honestos, se queden callados ante la monstruosidad jurídica que ha dejado el capitalismo con su ser esencialmente corrupto. El repertorio de las excusas oscila entre el “buen gusto” burgués que significa -para ellos- ser “silencioso”; la actitud “políticamente correcta” de ser “mesurado en la opinión” y la realidad patética de ser licenciado silenciado. Les guste o no. Razones del poder y del dinero. “No hay derecho, joven”... decía Cantinflas.
Más nos vale, por método y honor, poner a salvo a todos aquellos abogados que dignifican las tareas de la Justicia que, dicho sea, no la dignifican porque se queden “mudos” sino por levantar su voz fuerte y erudita para combatir las ineficiencias, las corruptelas y las malignidades del capitalismo en todas sus escalas y modalidades judiciales. Desde las aulas hasta las jaulas.
Ya bastante injusto es que la Justicia este plagada por no pocos mediocres mercachifles. Ya bastante injusto es el rezago degenerado de los juzgados y de las leyes. Ya bastante injusta, e inclemente, es la moraleja obscena de que las “leyes son para los pobres”. Encima hay en abundancia abogados que son incapaces de denunciar las canalladas que presencian, y no pocos protagonizan, a cada día y a cada rato. Mudos funcionales que, calladitos, se hacen parásitos, a diestra y siniestra, contra la economía de sus clientes-victima. Mudos convenencieros que hablan bajito cuando conviene, en los rincones y en lo oscurito, mientras afilan sus dentaduras roedoras antes de salir a la palestra de los cohechos y las componendas. Los hay a mares.
¿Es muy duro decirles esto? ¿Queda mal denunciarlo? ¿Es poco “filosófico”, poco “elegante” o poco “académico”? Quizá, pero es mucho peor el muladar horrendo que prohíjan los “silenciosos” por obra y gracia de un tráfico de intereses donde el negocio es lucrar, calladitos, con la libertad de las personas, con su dignidad y con la de familias enteras. Muchas absolutamente inocentes. A muchos les resulta más ganancia silenciar la crítica, propia y ajena, para no “molestar” al juez. A muchos resulta más rentable callarse ante la arrogancia, la ignorancia o la petulancia de la autoridad judicial, a no pocos les arriendan mejor los acomodos por quedarse mudos y “hacer la vista gorda”, la lengua gorda y las orejas gordas porque se trata de sacar tajadas grandes del bolsillo ajeno. Algunos, calladitos, lo presumen como logro moral y corren al banco a acariciar sus cuentas. Silenciosos. Con títulos legalizados.
Se trata de un silencio pantanoso en el que se hunde la Justicia. Un hábito de cloacas en el que se silencia la ignominia, el atropello, la corrupción, la tranza, el tráfico de influencias. Unas moneditas, pocas o muchas, lavan la lengua de no pocos leguleyos mientras se pudren en las cárceles los condenados a soltar dinero para darle voz a los que comercian con el silencio. Paradoja aberrante en la lógica de los cuerpos jurídicos burgueses. Fascinación grotesca de las leyes no escritas con que se norman conductas degradantes y retrogradas en manos de los que se dicen abogados. Traición burguesa con moral de mercachifles que miran a otro lado cuando se trata de denunciar, cuando deberían denunciar a toda voz y a los cuatro vientos los atropellos más versátiles, los abusos más irritantes, injusticias más monstruosas y torturas de todo género que ocurren y abundan a diario en las cloacas judiciales de las leyes burguesas. Y algunos dicen que uno exagera.
No vendría mal que los congresos de abogados, donde algunos alzan su voz señorial y jactanciosa, se hicieran en las cárceles con los presos como testigos de calidad. Que acudieran los doctores y los ilustrados con sus trajes caros y sus autos lujosos, a comparecer ante la obscenidad insostenible de las celdas sobrepoblados, el olor a orines y la humillación de las personas. Que vinieran los señorones y sus discípulos a deliberar sus sofismas y disquisiciones, sus tropelías “lógicas” y corruptelas sesudas, frente a la masa de reos, procesados y sentenciados, previamente exprimidos hasta la nausea, en su patrimonio y en su espíritu. Vendría bien que, los abogados, hicieran sus congresos en las cárceles y no pocos de ellos se quedaran dentro. Que opinen los presos.
Veremos la Justicia cuando no haya división se clases sociales, cuando haya un reparto equitativo del trabajo, de la riqueza y de los bienes... y cuando la humanidad se emancipe. La idea burguesa de Justicia es ilusionismo legaloide para camuflar las trapacerías de la clase explotadora. No hay atenuantes. La historia de la humanidad tiene en los rezagos judiciales, de todo el mundo, una fuente de horrores que sólo podrá superarse con la supresión democrática del capitalismo, con una movilización política y socialista, desde la bases de los pueblos, contra un negocio horrendo disfrazado de “justicia” que ha enriquecido miles de abogados impunemente y a fuerza de vejaciones infinitas. Hay que abrir las cuentas de los abogados, sus chequeras, sus inversiones y sus libros contables ocultos. Y devolvérselo a las víctimas. Eso sería justo.
Habría que hacer auditoria a las conductas de los abogados, conocer cuántas veces han denunciado las transas de los jueces y sus séquitos, cuándo y cómo levantaron su voz, plena de Justicia, para no callar los arreglos y las componendas de algunos amigotes y compadres. Ver, donde existan, sus luchas contra las burocracias y las sectas, contra la miseria demoledora de la vida en las cárceles, a favor de las luchas por los derechos humanos de los reos y sus familias y el combate contra los expedientes arrumbados en limbo del cohecho. Verlos alzar la voz, indignados, por la degradación burguesa legitimada con leyes tramposas, oírlos levantar el timbre y el tono, no quedase callados a favor de las injusticias. Verlos y oírlos. Hacer que los “mudos” tomen la palabra. Dejar que todas sus víctimas hablen también. ¿Alguien se opone?
Hay silencios que matan.
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