La revolución insegura

El problema de la inseguridad en nuestras ciudades venezolanas es estructural, está agotando a los ciudadanos y está haciendo mella en nuestra calidad de vida. Pero ¿a qué llamamos inseguridad?, conceptualmente inseguridad es falta de seguridad o falta de condiciones que permitan el desarrollo de lo bueno, en nuestro caso inseguridad es sinónimo de delincuencia, es zozobra e incertidumbre de si se puede estar ha determinadas horas y zonas en la calle, es la depauperación de lo común, es la profundización del individualismo como salida ante la imposibilidad de garantizar vivir en sociedad, es la imposición de la tesis liberal de que “el hombre es el lobo del hombre” (Hobbes mediante), y de que la única forma de convivir en imponiendo la fuerza represora y atentatorio de la condición humana para amedrentar a los delincuentes (tesis de la tolerancia “0” planteada por la oposición cuando el gobierno de Peña y política del es alcalde Leopoldo López).

En diez años de gobierno bolivariano y cuatro años de gobierno en vías al socialismo la percepción de inseguridad en nuestro país se ha incrementado, y digo percepción para no entrar en el debate cuantitativo estéril) y en las grandes capitales se ha desbordado como consecuencia de una desestructuración social que, en contradicción con lo planificado por el gobierno bolivariano, ha creado condiciones de desclasamiento más profundos en los sectores sociales más anómicos, y profundamente vulnerables, potenciado además por un gran circulante de dinero en la calle y una desequilibrada distribución de los recursos en la sociedad, aún a pesar de los inmensos esfuerzos por parte del gobierno revolucionario de generar mayor equidad social.

Otro elemento que media en el desbordamiento de la inseguridad es la incidencia de los medios de comunicación en un constante bombardeo de violencia política transformada en cotidiana, y una permanente venta de estilos de vida inalcanzables para la mayoría de la población además de la falsa expectativa de accesibilidad de este estilo de vida típicamente estadounidense o europeo de la alta sociedad o de “ricos y famosos” que va filtrando en nuestros niños y adolecentes deseos de propiedad ajena, esto quiere decir, la ambición de tener lo de otros o lo no alcanzable por ellos o su familia a corto plazo, generando una frustración que se canaliza en dos vías, u optando por la vía o camino largo o digno: el esfuerzo o trabajo para el logro de lo deseado; u optan por la vía rápida del despojo o el asalto a otros para tener lo deseado.

La opción de la vía rápida para tener lo que no se puede alcanzar de inmediato va acompañada, en nuestra sociedad venezolana, por la deformación que ha generado la concepción de Estado rentista, que ha marcado el desarrollo de los últimos 80 años en nuestro país. La cultura petrolera y la “Venezuela Saudita” ha dejado marcado el estilo de vida en nuestra sociedad, esto ha conducido de manera inevitable a la exacerbación de la violencia como consecuencia del sentimiento de injusticia que siente el venezolano que viviendo en un país aparentemente rico y que ha vivido momentos de abundancia, al ver su estilo y calidad de vida, se da cuenta que no ha sido tocado por “su gota de petróleo”, generando una delincuencia mediada por el odio de la injusticia.

En diez años de gobierno revolucionario y de cuatro vías al socialismo, la oposición ha hecho de la violencia y la inseguridad su bandera demostrativa del fracaso de la revolución, y el gobierno bolivariano ha hecho del problema un fantasma que persigue el éxito de la una transformación cultural. La medidas tomadas han sido ineficientes, entre otras cosas porque los aparatos del Estado responsables no han sido depurados y aquellos donde se ha intentado depurarlos no generan los cambios necesarios para lograr un cambio, terminando en una réplica potenciada de lo anterior, y aún peor, ahora siendo “rojos, rojitos”, con mafias internas infranqueables, mafias policiales desatadas, apoyando acciones de robo y secuestro de manera visible, y pare usted de contar.

La revolución no ha llegado ante la inseguridad, aquellos anómicos no han visto todavía la posibilidad de que este proceso sea una alternativa para no delinquir, y aún peor, este gobierno revolucionario aún no ha encontrado la fórmula para hacer revolución con seguridad ciudadana. Todo lo que se haga a corto plazo será un paliativo, lo estructural, atendiéndose a través de las misiones, aún no surte efecto, y mientras tanto, la oposición apatrida haciendo fiesta, y nuestros ciudadanos todos los día jugando una “ruleta rusa”, a ver si hoy le toca a él. El neoliberalismo logra su objetivo, y mientras tanto nosotros luchamos con nuestra sombra.


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Nicmer N. Evans

Director de Visor 360 Consultores, una piedrita en el zapato, "Guerrero del Teclado", Politólogo, M.Sc. en Psicología Social.

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