El reciente seminario organizado por el Centro Internacional Miranda para discutir en torno al proceso revolucionario ha levantado ronchas gratuitas y mostrado que, no obstante las experiencias acumuladas sobre el manejo mediático y las precauciones aconsejables al respecto, somos susceptibles de ser sorprendidos una vez y otra por la vena sensacionalista que aun los órganos más serios y responsables muestran en ocasiones. Creo que lo primero a considerar antes de emitir un juicio por oídas debió haber sido la calidad del compromiso, probado con mil luces y acciones, de quienes allí deliberaban, personas que merecen al menos una averiguación más detenida antes de ser arrojadas a las fieras. Asistí a la segunda sesión, tuve inconvenientes para la primera, y encontré lo que esperaba: un vibrante entrecruce de ideas amasadas en amor al pueblo, a sus aspiraciones de redención mediante el socialismo, a los inmensos logros alcanzados y al líder que ha desencadenado estos acontecimientos y los conduce con impresionante pasión y lucidez; y en razón de ese espíritu amoroso, un ejercicio de análisis crítico, de revisión para la rectificación y el reimpulso, absolutamente honrado y cuyo contenido se esperaba entregar como una contribución y no como una flagelación. Hago votos por que ese propósito se mantenga. No quiere decir que comulgo con todos los conceptos allí expresados, ni que no hubiera discrepancias entre los ponentes.
Sin que la discusión se centrara en eso, y sin que ni una vez se usara la palabra “hiperliderazgo” (busqué información con primeros asistentes y me aseguraron que tampoco la oyeron), se habló de la excesiva dependencia del proceso con respecto al líder, y ello me parece una preocupación legítima, pues lo que revela es que todavía hay demasiada distancia entre él y sus seguidores y mucho temor de que el partido no cuaje con la rapidez necesaria, el Estado continúe sin completar el tránsito de regulador de intereses privados a órgano de servicio público y el Gobierno prosiga sin poder aparearse con las disposiciones del Presidente y las expectativas del pueblo. Despejar esos temores produciendo avances en las indicadas áreas, es cuestión que luce como indispensable para el éxito del proyecto bolivariano.
La necesidad de superar la carga heredada de burocratismo, corrupción e ineficiencia; de acerar las convicciones militantes --desechando frenos de reformismo y conformismo--, para ayudar a desestructurar el entramado ideológico capitalista, a florecer la conciencia de los trabajadores y el pueblo y a robustecer su unidad y organización, rumbo a la asunción real del poder en sus manos; de consolidar los programas y fortalecerlos antes de acometer nuevas iniciativas o simultáneamente con ellas; de aceptar autocríticamente los errores y fallas que inevitablemente ocurren, como vía única para corregirlos; de romper los nudos que establecen jerarquías inaccesibles: de este tipo, según estimo percibir, y con mucha mayor profusión, fueron los planteamientos que allí se hilvanaron.
Varios de los asistentes al mencionado seminario son activistas del proceso. Pero quienes no lo fueren y “sólo” ponen a volar ideas (como lo pedía el gran maestro Prieto Figueroa), también realizan una praxis, porque “las ideas devienen fuerza material cuando penetran en las masas”. El autor de este apotegma puso a volar algunas que llevan más de siglo y medio revolucionando al mundo. Y un reconocido discípulo suyo trazó una línea de universal vigencia relativa a la imprescindible relación entre movimiento y teoría. De igual modo, todos los otros grandes de la historia sobreviven transformados en pensamientos generadores de acción. Pongámonos, por consiguiente, más cerca de la sindéresis, pues hay distintas maneras de contribuir al hecho revolucionario.
freddyjmelo@yahoo.es