El siglo XX dio centimetraje informativo a las revoluciones. Primero ocurriría la Mexicana, en 1910, la Rusa, en 1917, la China, en 1949, y la Cubana en 1959. Todas ellas invocaron la necesidad de reestructurar la base del Estado y crear un “poder revolucionario” que obedeciera a las necesidades y expectativas del colectivo y no al interés particular de una persona o grupo político.
En opinión del excelso filósofo inglés Bertand Russell (1812- 1970), un sistema político puede originarse de dos modos: por la vía de creencias y hábitos que nos hace sumisos a un líder o grupo, lo que se conoce como poder desnudo que lleva al poder instituido o tradicional; o por la vía del surgimiento de nuevas creencias y hábitos que sustituyan a las existentes y plantee el cambio del liderazgo y por ende de la modalidad con que se enfrenta la conducción de una sociedad. Ese nuevo poder que asume la dirección de la sociedad es, para Russell, el poder revolucionario, el cual si tiene éxito se convertirá a futuro en poder tradicional y por ende en un potencial candidato a ser sustituido por otro que cubra nuevas creencias y hábitos.
Es el espiral cruel de la historia; la realidad en la cual no se interpreta los hechos como producto de metas y anhelos, sino bajo la égida de nuevos valores sociales que producen otras nuevas exigencias de consumo en política. Hay una frase de chiste que bien deletrea esta situación: ¡Basta de realidades, queremos más promesas!
El surgimiento del Poder Revolucionario ha tenido cuatro estadios en la historia de la humanidad hasta el momento: 1.- El denominado cristianismo primitivo, el cual basándose en una doctrina social y religiosa, cambió la manera y forma de ver el desarrollo humano y los valores de la sociedad; 2.- La Reforma, liderada por Lucero en Inglaterra, que impuso nuevos valores en el estamento de la Iglesia cristiana y debilitó su presencia por encima del Estado, permitiéndole a éste ampliar su dominio y crear las bases de una verdadera organización política de carácter nacional que controlara la sociedad; 3.- La Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, que trajo al tapete de discusión asuntos como los derechos humanos y la idea de libertad, propiciando un cambio de mentalidad en cuanto a cómo gobernar las sociedades sin llegar a traumatizarlas y anularlas en su principio elemental de vida creativa y solidaria; y 4.-El Socialismo y el Terrorismo; aquel creó, después de la Segunda Guerra Mundial, 1945, un estado de zozobra en el mundo a través de lo que se conoció como la Guerra Fría, que no era más que un estado de constantes amenazas y cuestionamientos a nivel diplomático; y éste, el Terrorismo, como un estado de alerta que vulnera cualquier ejército o grupo de poder, a través de sus acciones sangrientas y silenciosas.
Si bien estos estadios no lograron el pleno control en su época del Poder, influyeron en la conformación de nuevas creencias y hábitos que han dado cabida a cambios significativos en la vida moderna de las sociedades.
Hoy día el ejemplo de la Cuba revolucionaria, lo llevan otros países latinoamericanos que han definido vías alternativas para un poder autóctono, autentico y liberador…Se abren nuevos caminos y aún la historia no se ha consolidado.
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