Se acercan fechas de elecciones. Las estrategias tienden a ser impulsivas y radicales. La unidad se ha vuelto la carta de presentación de lo que de alguna manera se hace llamar “garantía de triunfo”. Pero esa unidad estaría vacía si surge ausente de diálogo; aquí precisamente es donde anda fallando la oposición: sus pocas evidencias de unidad, carecen de diálogo.
Por otra parte, está el amplio sector de los seguidores del proceso bolivariano; las consignas e intencionalidades están bajo el liderazgo del presidente Chávez, pero ello, aún así, no es garantía de una unidad con diálogo.
El diálogo implica, como expresa Ibar Varas (2007), una relación de horizontalidad; es la aceptación del otro y la otra, enriqueciendo condiciones de igualdad. El diálogo en política ha de partir de la búsqueda de un significado, de un sentido real del para qué se dialoga, donde los sujetos (o actores políticos) conserven su identidad y a su vez la defiendan, cuidando la tolerancia y el respeto con el otro.
El asunto en política no es que el diálogo surja entre dos interlocutores, sino que los posibles desacuerdos se transformen en consenso; se trata de un proceso de intercambio que genera alternativas y propuestas, destinadas a incidir sobre la realidad y transformarla. El diálogo, es evolución, pero sobre todo, compromiso.
Para el educador brasileño Paulo Freire el diálogo era “comunidad”; para la realidad política nacional, el diálogo debería de ser “la comunidad comprometida”; la búsqueda de una unidad que refuerce un proyecto de país, una alternativa perfectible y factible, en la cual estemos todos involucrados y de la cual todos obtengamos un espacio y muchas respuestas.
El diálogo que se necesita es el que asuma el compromiso con la identidad nacional y no con intereses superfluos; nada nos liberará más que la acción liberadora de autodefinirnos, lo cual nos lleva a una acción que va más allá de la socialización: la emancipación.
Emanciparnos significa entender el socialismo como un cambio y no como simple consigna; valorar en el socialismo una respuesta al reduccionismo individualista, así como un cuestionamiento a un pragmatismo utilitarista que ha condicionado los valores humanos y ha relegado a la condición de “objeto” al ser humano.
El compromiso electoral que nos viene nos reafirma la necesidad de pensar bajo condición de dignidad, de espíritu libre; de hacer posible un diálogo entre quienes compartimos un ideal de cambio, de progreso, de justicia social. El camino está lleno de obstáculos, pero ellos están allí no para impedir que lleguemos, sino recordarnos que es necesario dialogar para conquistar el triunfo, no electoral, ese viene por añadidura, sino el de “asumir nuestro compromiso” de cambio.
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