La oligarquía moderna (forma de gobierno en la que el poder supremo está en manos de unas pocas personas) toma su forma e interés en la burguesía neoliberal (la cual hace referencia a una política económica y social, con énfasis tecnocrático y macroeconómico que considera contraproducente el excesivo intervencionismo estatal en materia social o en la economía); ésta, la burguesía neoliberal, se concretó y edificó en el siglo XX como un monopolio en la vida política mundial, bajo la existencia de un solo modelo de régimen al cual se redujo todo el debate ideológico. No hay sino un sistema político que resume y acapara todas las discusiones, apenas aparece un orden político, las asambleas internacionales, sean de los Estados o de instituciones privadas, sean oficiales u oficiosas, analizan y fijan posición sólo frente a un arquetipo político: el de la democracia burguesa.
Los disidentes creen tener ellos apenas el derecho de hacer enmiendas a la democracia burguesa; reproches a la democracia para mejorar su funcionamiento, reformas incipientes o discretas a ella para moderar sus iniquidades sociales o hacer más llevaderos sus abusos. De allí no pasa la crítica. No hay un estadista, un gobierno, un partido o una secta que presente una alternativa radical, que culmine con la formulación de una propuesta encaminada a sugerir un régimen distinto, con otra lógica, otra moral y otros intereses, capaz de romper a fondo con la democracia burguesa. Sería una democracia socialista, basada en los trabajadores armados, internacionalista y revolucionaria, esa es la experiencia venezolana y es sin duda la cultura política que tanto temen quienes como caballo de Troya están dentro del proyecto bolivariano (hay unos postulados a candidatos que entran en este grupo) y quienes lo adversa, porque significa el inicio de la liquidación de los privilegios a grupos y sectores que han convivido con la pillería y el antipatriotismo.
La idea de lanzar una contraofensiva con la presentación de otro tipo de régimen político y de orden económico es ya perentoria; la burguesía transnacional no puede seguir gozando del monopolio de la exclusividad, ni asentándose sobre el complejo que impone silencio o excesiva prudencia a sus adversarios. Hay la necesidad de retornar a la palestra, reanudar la pelea histórica que comenzó en 1848 con las revoluciones obreras de Europa. Debería empezarse por el señalamiento que se desprende de la dialéctica de Hegel, si todo cambia y se niega, si la contradicción es la ley cimera de la vida, la democracia burguesa es apenas una categoría histórica, una tesis que debe suscitar una antítesis para encaminarse a la síntesis. La negación, superación y tránsito de la democracia burguesa ha de estar en una democracia revolucionaria que, levantando la bandera de la fraternidad entre los pueblos, sea una tarea que avance hacia todas las latitudes. La democracia revolucionaria se sostendría sobre masas armadas que organicen ellas, desde abajo, los fundamentos de un orden nuevo y llamen a todos los pueblos a juntarse en la cruzada final.
Los revolucionarios de hoy y los de mañana no deben arrinconarse, como sombras, tenemos el derecho de presentar un nuevo orden político y de empezar la batalla por él. Este orden se está construyendo en Venezuela; los revolucionarios del mundo deben cuestionar cualquier pretensión de modelar el nuevo esquema de democracia socialista como un Estado capitalista sin propiedad privada, eso, en lo estratégico, es asfixiante y en lo táctico algo ruinoso.
Frente al bloque imperialista, hay que partir de un análisis dialéctico. Hay allí una sociedad de clases donde el poder lo detenta una burguesía transnacional que maneja la política del Estado en su beneficio. Un movimiento revolucionario internacional fraternizaría con los sectores que en su país combatan a la burguesía y busquen allí un orden socialista. Acercarse a tales núcleos, privilegiar los nexos con ellos, hacerse aliados de ellos es vital e irrenunciable.
En una palabra, los enemigos del cambio son un movimiento que desafía la marcha del bienestar colectivo. Los fracasos de las revoluciones socialistas del siglo XX, fueron por admitir un duelo entre Estados, bloque capitalista vs, bloque socialista, que era fatal porque daba a una contradicción histórica el sello de una competencia entre rivales mercantiles. Una democracia socialista, la que queremos y anhelamos, sería una marcha de pueblos hacia la transformación de todo el planeta, el capitalismo no puede seguir sobreviviendo bajo su condición de desigualdad y explotación.
ramonazocar@yahoo.com