Este 9 de abril celebramos el 50° aniversario de la salida a luz del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una organización partidista que ya no existe, pero cuya impronta en el curso de las luchas revolucionarias de Venezuela tiene la marca de lo históricamente perdurable. Caso único en el país y tal vez en el continente, apareció completamente hecho, con órganos directivos y militancia, con fracciones sindical, agraria, femenina y juvenil en cada ciudad y poblado, hasta los más remotos, resultado de los combates librados en dos frentes a lo largo de un decenio terrible: en lo externo del partido en el que se formó –el antiguo Acción Democrática–, contra la dictadura encabezada por Marcos Pérez Jiménez, y en lo interno, contra la dirección capituladora obediente a Rómulo Betancourt, que se deslizaba hacia la derecha y la mayordomía proimperialista en la medida en que se endurecía la confrontación. Nació hecho, en medio de una notable expectativa, proclamando transformaciones estructurales en la sociedad y lanzándose a la brega para conquistarlas, y aunque hoy orgánicamente no exista, mantienen plenitud de vigor, para contribuir creadoramente al ascendente movimiento de masas de nuestro tiempo, sus planteamientos esenciales y su llamado revolucionario.
De aquellos combates, que en su expresión antiperezjimenista requirieron el acopio de las reservas morales y patrióticas para afrontar la resistencia clandestina y pagar cuotas de sangre, tortura, cárcel, exilio y desafueros de toda índole, y de los que vinieron luego, para enfrentar la traición post 23 de enero, cuando quienes usufructuaron la gesta arrebatándosela al pueblo se convirtieron en enterradores de la esperanza y dejaron pequeño al dictador en cuanto a vesania represiva, corrupción y antipatriotismo, de esos combates, elevados a su máxima tensión en la nueva fase antipuntofijista, surge también el carácter perdurable del legado político del MIR.
Hombres y mujeres al unísono, trabajadores de la ciudad y el campo, intelectuales, profesionales y jóvenes de la fibra de quienes acompañaron a Miranda, a Bolívar y a Ribas y sembraron memoria en nuestras universidades y centros de estudio, concurrieron a la forja de ese MIR y pelearon, fundamentalmente al lado del PCV y sectores progresistas de URD, en las fábricas y sindicatos, en las aulas liceístas y universitarias, en las barriadas de casi todas las ciudades, en los resquicios legales parlamentarios, en intentos de insurrección cívico-militar y en las montañas guerrilleras, cuando la represión alcanzó un clímax brutal y la llamada democracia representativa se reveló en toda su podredumbre como una ficción tramada para engañar a las masas y prolongar el sistema de opresión y explotación. Centenares de combatientes cayeron, adolescentes casi niños algunos, muertos en la tortura, fusilados, arrojados desde helicópteros, “desaparecidos” (ignominia ligada al nombre de Raúl Leoni), víctimas de todas las violaciones de los derechos humanos, vivos todos en la memoria del pueblo.
Esos crímenes, a los que se suman hoy, entre otros, los de más de doscientos activistas y dirigentes agrarios, son deuda imprescriptible del complejo de poder imperialista-oligárquico que ha sojuzgado y pretende seguir sojuzgando a Venezuela (sólo que ha llegado la hora de la victoria patriótica), y tienen autores intelectuales y materiales identificables. Como parte primordial de la lucha presente se encuentra la tarea de acerar la justicia vindicativa, derrotar la impunidad y castigar a los asesinos.
El MIR muestra entre sus méritos históricos otro doble logro primicial: el de haber sido el primer partido revolucionario venezolano que asumió como decisión irrevocable la toma del poder y el primero en proclamar el socialismo como objetivo inmediato y necesario de la lucha. En su Tesis Política afirma:
Las fuerzas internas de la sociedad venezolana demandan una revolución democrática, antifeudal y antimperialista. El rasgo fundamental de esa revolución es la fusión de las tareas de liberación nacional y de modernización de nuestra economía con los cambios socialistas. Nuestra revolución democrática no sólo se proyectará hacia el socialismo en el futuro, sino que permitirá cumplir los objetivos socialistas simultáneamente con la realización de las tareas democráticas, antifeudales y antimperialistas.
Asimismo su máximo líder, el esclarecido político e intelectual Domingo Alberto Rangel, con expresión de la cual nos servimos para titular este escrito, señala en el prólogo de aquella Tesis: “Sin socialismo no habrá en nuestro país independencia nacional ni emancipación económica”.
Del Comando Nacional fundador –que resumiremos en cuatro nombres altamente representativos: Antonio Delgado Lozano, Presidente; Américo Chacón, Vicepresidente; Domingo Alberto Rangel, Secretario General, y Simón Sáez Mérida, Subsecretario General– formaron parte curtidos luchadores de todo el país, muchos de ellos ya fallecidos dejando honroso recuerdo, y la inmensa mayoría de los sobrevivientes mantienen erguidos los principios e ideales entonces proclamados. A ellos y a todos los compañeros en cualquier lugar donde estén que sigan alentando el fuego revolucionario, vaya nuestro afecto de siempre. Y descubrámonos ante el recuerdo de Simón Sáez Mérida, venezolano de excepción que sobrevivió a mil circunstancias de combate y fue muerto de la manera más absurda.
En la confrontación de aquellos años con el imperialismo y sus regímenes títeres, el MIR y las demás agrupaciones revolucionarias fueron vencidos. No bastaron la decisión heroica, ni la justeza de la causa, ni la maduración en la entraña económica de la sociedad, del objetivo a conquistar. No se pudo superar la alienación que padecía la mayoría de nuestro pueblo, todavía prisionera de los mitos de la “democracia representativa” y de la gigantesca organización de la mentira –complejo monopólico mediático, educación inducida, tendenciosidad religiosa, tradiciones inficionadas de individualismo, etcétera– con que el sistema ha creado poderosas barreras defensivas.
Como en otra ocasión he anotado, la toma de las armas por el movimiento revolucionario en los años ’60 ha tenido interpretaciones controversiales, probablemente complementarias. Si en las direcciones partidistas había discrepancias sobre la oportunidad y viabilidad de la acción; si fue un error estrategicista como reacción al error tacticista del 23 de enero de 1958 –reacción producida cuando la Revolución Cubana nos puso en claro cuán mezquino había sido lo conseguido en aquella fecha cargada de tantas posibilidades no realizadas–; si se enfrentó el fantasma de la democracia que el pueblo asociaba con el gobierno posdictadura; si fue sectaria y reduccionista, “foquista”; si hubo improvisación; si se dieron acciones aisladas desperdiciando las fuerzas; si careció de apoyo obrero-campesino; si a la sazón el balance poblacional había cambiado en dirección de lo urbano; si esas y otras apreciaciones son justas y en qué medida, ello no aminora ni un ápice, de una parte, el valor político de haber intentado por vez primera desde Ezequiel Zamora la creación de un gobierno popular, y de otra, la heroicidad de quienes en aras de la redención de los oprimidos y explotados no dudaron en darse enteros y en morir si así lo imponía la suerte. Se trató de una epopeya que más allá de sus errores o de sus flaquezas, asumió la posibilidad de una transformación social en términos de consecuencia con los anhelos tantas veces frustrados de cambio en profundidad.
En el transcurso de la lucha surgieron discrepancias, fundamentalmente de carácter táctico, y se fueron desprendiendo cuadros y generando movimientos que tampoco lograron la vinculación orgánica con las masas populares. El MIR siguió buscando caminos, pero cada vez se tornó más débil, hasta desembocar en la extinción luego de dos décadas dramáticas. Entre los hombres y mujeres que en el curso de ese período tuvimos militancia mirista se produjo entonces una ruptura radical, antagónica, insalvable: de un lado, quienes abjuraron del credo revolucionario y se convirtieron en sombras de sí mismos, demostrando que sus convicciones y compromisos no trascendían más allá de la piel; del otro, quienes mantenemos incólume e irrevocable la afiliación a las tesis y programa con los que se llamó a combatir por la liberación nacional y social de Venezuela. No obstante, entre éstos distinguimos hoy, sin desmedro de la amistad y la confluencia en la visión estratégica, tres posiciones ante el proceso que bajo el nombre de Revolución Bolivariana dirige Hugo Chávez Frías: de adhesión militante; de apoyo parcial con reservas variables en intensidad, y de crítica severa por estimar que no responde cabalmente a la concepción revolucionaria que el MIR encarnó.
En esta fecha aniversaria pretendemos recordar, frente a la conspiración de silencio y las calumnias de la canalla, que hay un fragmento de historia de Venezuela labrado con gallardía, lealtad y respeto al hilo de nuestras luchas populares y a las ideas de redención humana; que ese fragmento significa el cumplimiento de un papel digno en la denuncia y la batalla contra el enemigo fundamental de nuestro pueblo y de toda la humanidad, el imperialismo yanqui, y que uno de los cumplidores de vanguardia de ese papel se llamó, y se llama dentro de la integralidad de los combates por la liberación nacional y el socialismo, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. ¡Gloria y honor a la memoria del MIR!
freddyjmelo@yahoo.es