Si en el cielo existieran fuerzas que luchan por controlar el destino de los pueblos, las colombianas estarían muy dinámicas: las tradicionales tratando de conservar la descomposición de la situación existente en ese país y otras distintas intentando abrirse paso para sanearla, enmendarla.
Hoy concurren en Colombia todos los factores negativos que pueden azotar a una sociedad, creadas por una clase social dominante: paramilitarismo, tráfico de drogas, una oligarquía despiadada, entrega de la soberanía, la corrupción en función dirigente, el asesinato como arma política y sindical y todo lo que ensombrece la vida en sociedad; y sin embargo, Colombia produce seres valiosos de gran talla moral e intelectual: Gaitán, Galán, García Márquez y una pléyade de escritores.
No obstante, los que proyectan su espíritu transformador en el campo político son asesinados. La sobrevivencia del luchador colombiano que no tolera vivir en la ignominia depende de la voluntad de la oligarquía; si no, que lo digan los que han participado -si queda alguno vivo- en la Unión Patriótica y todo el que disienta de la clase dominante oligárquica.
Quien conozca el pueblo colombiano por haber compartido su vida con él termina amándolo, porque es grato, inteligente, culto, no obstante estar sometido al más brutal condicionamiento político a través de sus medios de información.
De todas las expectativas latinoamericanas, que son muchas por el despertar de sus pueblos y su dirigencia, entre las más subyugantes, está el surgimiento del pueblo colombiano. Ahora, cuando nubarrones celestiales se ciernen en su cielo con la amenaza de continuar en el poder un genuino espécimen de la oligarquía inclemente, como lo es Juan Manuel Santos, surge un nuevo personaje de apariencia honesta que, de triunfar en las elecciones, reforzaría el futuro de América Latina: Antanas Mockus, en peligro de ser asesinado como todo el que ha enarbolado la bandera de la decencia en Colombia.
Abogado
