El triunfo de empresario Sebastián Piñera en las últimas elecciones de Chile, fue motivo de justificado entusiasmo para la ultraderecha chilena que, de esa manera conseguía, no solo retornar al gobierno después de la larga y tenebrosa dictadura de Augusto Pinochet, sino que les permitía reivindicar la legitimidad de su proyecto en la persona de un empresario que tuvo responsabilidad de gobierno durante la dictadura y que además, fue apoyado electoralmente por los partidos Resistencia Nacional y la UDI, variantes del pinochetismo insertados en el juego democrático burgués.
Para su desgracia y, mucho más, para el pueblo chileno, uno de los más devastadores terremotos acaecidos en los últimos cien años, acompañado, además de un tsumani, destruyó las zonas central y sur de Chile y algunas islas del Pacífico, en momentos en que se construía la transición del gobierno concertacionista de la presidenta Michelle Bachelet y el nuevo presidente Piñera, dejando al país en una situación económica y financiera de difícil recuperación, en el corto y mediano plazo, sobre todo, si se toma en cuenta que la prioridad de la ayuda internacional ya estaba comprometida con el trágico terremoto de Haití y sus más de doscientos mil muertos, agravado con el cuadro de crisis global que viven, desde el año 2008, las principales economías capitalistas del planeta.
Los inesperados y destructivos fenómenos naturales, aunque felizmente no tuvieron el trágico nivel de pérdidas humanas de Haití, sí descubrieron a los ojos del mundo e, incluso, de muchos chilenos intoxicados por el bombardeo mediático del “sueño primermundista”, las niveles de hambre y miseria en que se encuentra una parte importante de la población chilena, especialmente esparcidas en los fríos territorios del sur, en donde se concentra una parte importante de la población de araucanos y criollos pobres, tradicionalmente excluidos de los beneficios que reciben los residentes en las ciudades de Santiago, Concepción y Valparaíso.
Este inesperado escenario nacional y el efecto expansivo y continuo de la crisis global del Capitalismo sobre un país “amarrado” al capital financiero global como ningún otro país de América del Sur, han tenido el efecto de impedir que el nuevo presidente chileno salga a unificar las fuerzas de la derecha para construir un liderazgo que reemplace el cuestionado proyecto de guerra de Uribe en Colombia, la desgastada política neoliberal de Alan García en Perú, y los graves problemas de gobernabilidad de presidente Calderón en México; para enfrentar el claro posicionamiento regional y mundial del presidente Lula de Brasil y el liderazgo entre los gobiernos y movimientos progresistas del comandante bolivariano Hugo Chávez Frías.
Tanto en las reuniones regionales de UNASUR y MERCOSUR y la recién concluida Cumbre de la Unión Europea y América Latina y el Caribe, el flamante presidente Sebastián Piñera, no ha podido jugar un rol relevante en los procesos de negociación y, ni siquiera, en el plano mediático, tan conocido por él, dado su condición de inversionista en canales de televisión de su país, circunstancia que preocupa a la derecha chilena y latinoamericana, que ve pasar el tiempo, sin que su punta de lanza en la lucha en contra de las izquierdas latinoamericanas y caribeñas, demuestre fuerza y persistencia en este difícil escenario de la coyuntura regional y mundial.
La verdad de las cosas es que los hechos viene demostrando que es mucha más fácil acumular groseramente riquezas en un sistema neoliberal y oligopólico como el imperante en Chile, que lidiar con realidades estructurales de un país con con mayor nivel de desigualdad social, donde están privatizadas la seguridad social, la educación y la salud y, la riqueza fundamental del país – el cobre -, está en manos de grupos transnacionales que le revierten al país una pequeña parte de la ganancia producida por los mineros chilenos.
Pero además, estos nuevos tiempos que vive América Latina y el Caribe no son para liderazgos de empresarios millonarios ni de reivindicaciones de proyectos neoliberales, por que nuestro presente y futuro estan marcados por los nuevos signos de la Democracia, la Justicia Social y la Integración Solidaria de los pueblos, motivo por el cual, los proyectos nostálgicos del neoliberalismo dictatorial o democrático burgués de Sebastián Piñera, tienen muy poco espacio para anclar sus discursos en el seno de los pueblos que reclaman mayores beneficios en la riqueza producida y más participación política.
Las amplias alamedas siguen abiertas en el Chile de Manuel Rodríguez, Rebarren, Allende y Miguel Henríquez y, seguramente, más temprano que tarde, volverán a restablecer en los ancestrales territorios araucanos, sus renovados sueños de Libertad, Justicia y Bienestar.
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