No sé por qué al francés Voltaire le decían Voltaire, pero entiendo que no era su nombre real. Un vistazo a internet revela que cuando fue presentado ante la ley, sus taitas le pusieron François Marie Arouet. Eso fue en 1694. Luego de 84 años de entrompe intelectual, fue inhumado en 1778.
Poco amigo soy de citar expresiones famosas. Eso siempre me ha parecido medio delicado porque, entre otras cosas, uno no sabe cuál fue el contexto en que dichas frases fueron lanzadas, quién las anotó y qué efecto produjeron. Podría uno, sin querer, estar avalando una que otra mentadita de madre si saberlo. Excepción hacemos con los nuestros. Bolívar, Miranda, Guevara y compañía están entre quienes comúnmente recuerdo con cierta frecuencia. Aún así, lo pienso dos veces y media.
Resulta que a Mesié Voltaire se le adjudica haber dicho “Detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo”. Desde chamito ese deletreo intelectual siempre me atrapó. Aún pienso que esa exhalación encierra buena parte del secreto de la vida misma.
Tan largo “prólogo” tiene una razón muy cercana, muy próxima, muy ¿patriótica? A principios de la semana anterior, nuestro embajador en España –Isaías Rodríguez– cual Quijote actual encaró al diario español El País. Exigió una réplica a una crónica en la que, como otras veces, se arremetió contra Venezuela, o sea, contra la mayoría de nosotros. Hay burlas mayúsculas como esta: “En menos de 24 horas, los expertos del Gobierno venezolano parecen haber dado con la prueba que en 180 años no encontraron los historiadores”, haciendo alusión al supremo acto de exhumación de los restos del Padre de la Patria entre el 15 y 16 de este mes.
Hasta el título de la “obra” es descaradamente abierto: “Chávez ‘resucita’ a Bolívar para salvarse”. De no ser una compatriota, cuyo nombre está entre quienes firmaron el maldito decreto de Pedro Carmona, la autora del desdichado escrito, podría haber pasado –como en el dominó– y hasta hacerme el loco. Pero, no: imposible hacerlo. Ella, como todos nosotros, disfruta de una amplia libertad de expresión que da hasta para malganarse unos euros realistas con rancio olor a neocolonialismo.
Por encima de todo, aunque ella no lo crea, suscribo las palabras del finado Voltaire. Esa es la revolución. Nuestra revolución
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