Durante los últimos días se ha acentuado en los diferentes medios de comunicación en todo el mundo, la campaña de rechazo a la condena de que es objeto la mujer iraní de nombre Sakineh Mohammadi Hastían, quien ha sido condenada a morir lapidada por haber incurrido en el delito de adulterio. Numerosos gobiernos y organizaciones no gubernamentales de diferentes países, han elevado su voz de protesta ante la inminencia de tan cruento acontecimiento.
La verdad es que para los que vivimos en un país como Venezuela, donde existe una legislación de avanzada que protege los derechos de las mujeres, resulta difícil imaginarse un hecho de tal naturaleza. Eso de enterrar a una mujer hasta los hombros, para que luego otras personas le lancen piedras hasta que muera, resulta sencillamente escalofriante, espeluznante.
En medio de la desesperanza que se cierne sobre todos sus familiares, amigos y gente solidaria, un rayo de luz se ha hecho presente a través del Presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva, quien al parecer le ha ofrecido asilo a Sakineh Mohammadi Hastían y está intercediendo ante el gobierno de la República Islámica de Irán. Ojalá tenga éxito.
Lo cierto de todo es que, eso de la globalización y las tecnologías de información y comunicación, no sólo debe reflejarse en el intercambio de bienes y servicios entre los diferentes países y pueblos, sino también en pequeños pero significativos cambios culturales que se deben producir en las sociedades globalizadas de este mundo atribulado. El gobierno de Irán debe saber que, a pesar de que la sociedad venezolana está siendo beneficiada a través de su cooperación en materia de suministro de bienes y servicios y tecnología iraníes, ninguno de sus miembros puede estar de acuerdo con la lapidación y muerte de Sakineh. Y si ese fatídico hecho finalmente se produce, seguramente que muchas futuras madres venezolanas le darán a sus hijas el nombre de Sakineh.
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