La visión
ontológica de quien escribe, es en extremo libertaria; ácrata, anarquista.
Concibo la existencia humana como la prolongación del cosmos y en la
necesidad lógica de hacer el bien, de ser solidarios, de estar convencidos
que en el lugar en donde haya desigualdad e inequidad, allí estará
nuestra bandera reclamando y con rebeldía suprema confrontando. Tengo
conciencia de la necesidad de una transformación histórica y el nuevo
papel de los seres humanos ante la realidad ecológica y la vulgaridad
de la cultura capitalista. Pero no puedo negarle a quienes tienen su
honor y su gloria, el lugar que han de ocupar sus acciones en sociedad.
El premio Nobel
de Literatura 2010, ha sido otorgado a Mario Vargas Llosa (Arequipa,
1936), escritor peruano, que junto a Julio Cortázar, Carlos Fuentes y
Gabriel García Márquez, han sido la expresión contemporánea de la
narrativa moderna. El argumento de la Academia Sueca, es que se le otorga
“…por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes
mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”.
Este argumento es, a mala hora, quizás lo que ha despertado la crítica
de quienes se han sentido agredidos, desde su postura de periodista,
de un Mario Vargas Llosa más político que literato. Expresar que el
autor de “La Casa verde” (1966) no merece este reconocimiento y
relacionar sus actuaciones neoconservadoras con el estilo literario
que ha impuesto en la lengua española, es temerario. Si bien la Academia
Sueca nos ha tenido acostumbrados a emitir una que otra decisión con
tinte político, en el caso en cuestión no desmerecemos el trabajo
de Vargas Llosa, todo lo contrario, como revolucionarios convencidos
que el talento no tiene la culpa de la ignorancia del cuerpo, se tiene
que ser coherentes con una postura de reconocimiento cuando ese reconocimiento
viene por aspectos que nada tienen que ver con los ataques de la derecha,
salvo la manipulación que en sus devaneos humanos ha podido ser víctima
Vargas Llosa. Si tomamos palabras de Vargas Llosa, él asume una postura
en contra de los regímenes totalitarios y dictatoriales: ¿ese es el
caso de Venezuela? Si nos entendemos como parte de este proceso de cambio,
la respuesta es “no”. ¿Entonces? ¿Que el autor haya asumido esa
postura personal para calificar nuestro sistema político como tal,
lo hace desmerecedor de su talento? ¡No compañeros!; no caigamos en
superficialidades. Nuestro sistema es abierto y democrático, es nuestro
deber imponer esa realidad y no hacerle el juego a la ortodoxia derechista
que busca mal poner nuestro desafío histórico como si se tratara de
un sistema político que va a la deriva. Estamos convencidos del camino
emprendido, así que no hay argumento mal intencionado que valga y nos
disminuya.
Volviendo a
quien representa el Nobel de Literatura, es de destacar que el aporte
de Vargas llosa al estilo literario del español, está signado por
su necesidad de abordar la realidad que lo circunda; el autor se muestra
en su producción literaria pasando del tamiz de la experiencia y llegando
al asidero de la realidad en un tiempo universal distinto al que conocemos.
De ahí que muchas de sus obras tienen un trasfondo social, sobre el
cual habla de la guerra, así como de los tejidos y construcciones socioconómicos;
como autor asume Vargas Llosa dos frentes en su producción literaria:
la creación y la reflexión. En el campo de la creación tiene un instinto
renovador, pues es uno de los grandes experimentadores formales de la
novela contemporánea; esto lo prueban sus obras, sin ignorar que desde
el punto de vista de la reflexión, Vargas Llosa ha asumido una postura
muy disonante en contraste con los valores culturales autóctonos. ¿Qué
esto sea un argumento para calificarlo de racista? No lo veo así; él
ha creado un mundo de ficción caracterizando la combinación de modelos
culturales que a su juicio describen el efecto del mestizaje en el desarrollo
social, económico, político y cultural de los pueblos amerindios.
En una de sus
“Cartas a un joven escritor” (1997), Vargas Llosa, haciendo referencia
a su vocación literaria, expresa que el escritor “…siente íntimamente
que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir
significa para él la mejor manera posible de vivir, con prescindencia
de las consecuencias sociales, políticas o económicas que puede lograr
mediante lo que escribe…” Y como respuesta a esa pregunta que quizás
todos le quisieran hacer a un Nobel de Literatura: ¿cómo se llega
a ser un escritor? “Es un asunto misterioso, desde luego, cercado
de incertidumbre y subjetividad…”
En una palabra,
en este ahora histórico se ha premiado a un gran escritor; a un político
sesgado; a un crítico injusto; pero la conquista del Nobel le pertenece
y es afín a nuestra lengua española, por ello lo celebramos y lo hacemos
parte de nuestra promesa histórica por cambiar a seres como él de
esa concepción de que el bien de los pueblos nos lo dicta el “amo”;
si bien es cierto que no hay peor “amo que el que ha sido esclavo”,
no deja de desmerecer la frase de quien llegué a pensar iba a ser el
galardonado este año, Carlos Fuentes, cuando en su novela “Zona Sagrada”
(1967), termina diciendo: “…Nueve meses es un siglo. Y él, ahora,
en brazos de ella, no querrá abandonar la vida, querrá permanecer
enterrado en ella y temerá la muerte como los dos, antes de nacer,
temimos la vida…Yo no. Esa es mi victoria. Un perro sabe morir sin
sorpresa.” Sobran las palabras.