El cabo de Trafalgar, debe su nombre a la voz árabe Taraf al Ghar, que significa “el cabo de la cueva”. En el ámbito geográfico, es un cabo que pertenece a la municipalidad de Barbate, situada en la costa atlántica de la provincia de Cádiz, en Andalucía. Es un pequeño islote situado entre las ensenadas de Conil y Barbate unido al continente por un doble tómbolo de arena, que se considera el extremo noroccidental del estrecho de Gibraltar. En dicho islote, hay un faro y restos arqueológicos de una factoría romana de salazones y de un asentamiento hispano-musulmán. Cerca de él, un 21 de octubre de 1805, se da la batalla marítima de Trafalgar, en la que la escuadra franco-española fue derrotada por la inglesa al mando del almirante Nelson. Acerca de éste acontecimiento, y la forma narrativa como la describe el escritor español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), versan las presentes líneas.
En este aspecto, en el 2004 el grupo editorial Alfaguara, solicita a Pérez-Reverte que escriba una crónica fabulada sobre la célebre batalla naval, en el ánimo de hacer un reconocimiento al bicentenario que se celebró en el 2005. Es una obra fascinante; bien escrita, con un rigor histórico inigualable, así como inmersa en una arquitectura narrativa que va desde los detalles más técnicos hasta la vibración y pulsaciones más mínimas que se fueron dando en aquel evento bélico.
Pérez-Reverte comienza su relato haciendo alusión a los verdaderos protagonistas de aquella gesta: los navíos. “La cubierta mojada de la Incertain se balancea bajo sus pies en la marejadilla, unas treinta millas al sudoeste de Cádiz…” Eran navíos de primera generación; amplios, con sus baterías interior y media. La capacidad bélica era impresionante en una época en que cualquier innovación tecnológica destellaba inmensamente. Aquellos navíos iban comandados por hombres maduros, con una respetable trayectoria como marinos, pero sobre todo, hombres que se jugaban el todo por el todo en sus incursiones por alta mar: “Nuestro señor almirante Gravina es un hombre de honor y un caballero…”
La batalla naval de Trafalgar dejó un mensaje claro en la Europa del siglo XIX: lo tecnológico triunfa por encima de lo pasionario; el hecho se dio en el contexto de las llamadas Guerras Napoleónicas, a una fuerza británica contra una flota hispanofrancesa. El cabo de Trafalgar, con la victoria final de aquélla, se revalidó la superioridad británica en los mares, dando inicio a la decadencia de la Marina de guerra española y se desbarató el plan del emperador Napoleón I Bonaparte de invadir Gran Bretaña.
En este aspecto, cuenta Pérez-Reverte, se diseñó una estrategia caracterizada por el accionar de la flota aliada hispanofrancesa como señuelo para atraer a la británica hacia las costas americanas. En esta acción los buques aliados buscaron retornar a Europa para cubrir el canal de la Mancha mientras se producía el desembarco. Pero el almirante británico Horatio Nelson descubrió la maniobra y la flota británica entabló combate con la aliada a la altura del cabo Finisterre, costa atlántica de Galicia, en donde seis buques de la coalición fueron hundidos. Los francoespañoles maniobraron para presentar una línea pero el despliegue se realizó de manera defectuosa y de hecho la línea quedó dividida en dos; Nelson distribuyó sus barcos en dos columnas paralelas y atacó con el objetivo de romper la formación aliada, logrando aislar las unidades españolas y a las francesas, aprovechando la superioridad de sus cañones. Finalmente, la batalla se decide después de poco más de dos horas de lucha, tras la rendición del almirante de Villeneuve, reconociendo la derrota, a pesar de esto, las bajas en los buques británicos fueron considerables.
La batalla naval de Trafalgar, lo reafirma la visión crítica de Pérez-Reverte, produjo la partida de figuras importantes, entre ellas los marinos españoles Federico Carlos Gravina, teniente general y jefe de la escuadra española, Cosme Damián Churruca, Dionisio Alcalá Galiano, lord Nelson, entre otros. Basta leer la narración apasionante de Pérez-Reverte en ese descriptivo de la batalla, para situarnos en la euforia de uno de los enfrentamientos bélicos que tomó parte de la estrategia y la tecnología para definir la distancia entre los hombres y sus deseos de dominio, de imperio. Cuenta Pérez-Reverte: “Bum, bum, bum. Pese a la candela que le están arrimando por todas partes, que es horrorosa, el almirante Villeneuve sigue locuaz hasta los codos. Desde el castillo de proa del Antilla, a través del catalejo, el guardiamarina Ginés Falcó ve ascender nuevas señales a los palos de trinquete y mesana del Bucentaure, que ha perdido el palo mayor y se bate en el centro de la línea junto al Santísima Trinidad y el Redoutable, rodeados de humo y de navíos enemigos que los triplican en número. El San Agustín, que estaba sotaventeado, ha logrado acercarse y lleva un buen rato luchando con mucha decencia contra un tres puentes inglés que a su vez dispara sobre el Santísima Trinidad. No es el caso del español San Leandro y el Neptune francés, que han abatido demasiado y hacen fuego de lejos, arriesgando poco. El que no arriesga nada es el San Justo, que navega muy a sotavento, intactas la arboladura y el casco negro con dos finas líneas amarillas, sin intervenir apenas en el combate…”
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