Mientras los voceros calificados del imperio norteamericano y sus aliados subalternos de los gobiernos de los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) insisten en calificar a los actuales acontecimientos en Túnez, Egipto, Argelia, Yemen y Jordania, como manifestaciones populares que buscan la renovación del sistema democrático, cambiando los viejos “liderazgos” de esos países, sin cuestionar el sistema político piramidal, autocrático y al servicio de la política imperialista en la región; otras voces en el extremo de la visión de tales acontecimientos hablan de revolución popular antimperialista y antisionista, dirigida a modificar substancialmente el cuadro de fuerzas políticas dominantes en esa región y en cada uno de sus países.
Pero, en el marco de tales acontecimientos, históricos, sin duda, se encuentran quienes simplemente aprecian el agotamiento de un sistema político, un orden económico y una situación social que a perdido toda legitimidad de origen por los fraudes electorales y la represión de la disidencia, careciendo de toda viabilidad económica por los efectos devastadores que la crisis en los países capitalistas metropolitanos genera en las economías mono-productoras turístico-receptoras de tales países y, socialmente insostenible, por el aumento de la pobreza, la exclusión social y la ausencia de oportunidades a las nuevas generaciones que se resisten a prolongar en ellas, las condiciones de vida heredadas de sus familias.
No son pocos, sin embargo, que sin negar la existencia de los factores anteriormente expuestos, sostienen que en el centro del desarrollo de los acontecimientos se encuentra el “despertar” de la conciencia y dignidad de los pueblos árabes y otras minoría étnico-nacionales, que se han potenciado y alcanzado tan amplias dimensiones y proyecciones, a partir de la destitución de Ben Ali, el sátrapa tunecino, pero que no pretende producir una modificación fundamental del sistema político en una región en donde, la tradición religiosa musulmana y el "cesarismo militar", son la base de los sistemas autárquico, estratificado y cástico imperante en la región mesoriental y, en donde todavía tiene un peso importante, los viejos aparatos políticos creados por sus elites económicas y militares sustitutas de las potencias coloniales europeas, aliadas del imperialismo norteamericano: su escudo protector frente a las protestas populares.
Veamos: en el Túnez después de la caída de Ben Ali, siguen gobernando las elites sin que se evidencie una posición de claro rompimiento con la vieja alianza subalterna con Francia. En el Yemen, la decisión del autócrata con 30 años en el poder, ha calmado en mucho, la fuerza de las protestas y su viejo gobierno sigue en la dirección del país. En Argelia, el gobierno del viejo partido nacionalista FNL, pareciera que ha sorteado la fase inicial de la crisis y toma medidas de renovación del sistema político con el apoyo de Francia y los Estados Unidos. En Jordania, la Monarquía alawita hizo cambios cosméticos en el gobierno y ofrece reforma políticas, sin modificar un reinado creado por el imperio británico en sus tiempos de fuerza dominante en la región. Y en Egipto, centro neurálgico de los actuales acontecimiento en la región, las “Momias del Cairo”, maniobran para salvar su control sobre el Estado y la hegemonía norteamericana en el país y en todo en Medio Oriente, ofreciendo a Mubarak como “carnada”, mientras pactan la continuidad del sistema con una elecciones organizadas y validadas por el mismo Estado que se ha mantenido por más de 30 años reprimiendo a la oposición y organizando :"fraudes perfectos", ahora reconocido por su propio autor y beneficiario: Hosni Mubarak.
Tales reacomodos “gatopardianos” han sido posibles porque esas mismas elites árabes, que condenan al ente sionista israelí, mientras apoyan las estrategias imperialistas en la región, han construido con el apoyo de los Estados Unidos, formidables estructuras militares, bien equipadas y con beneficios económicos por encima del resto de los asalariados del país, lo que lo han llevado a convertirse en el verdadero Poder del Estado y medio de ascenso político de sus generales, quienes terminan siendo ministros, presidentes y diputados, conservando sus influencias al interior de la estructura militar.
Y junto a ese formidable aparato de control político y represión social, las autocracias neocolonialistas árabes han creado verdaderas maquinarias políticas incrustadas en todo el cuerpo social , que han absorbido parte importante de los mejor de la sociedad de elites para ponerlas a su servicio, mientras corporativizaban todo los niveles del tejido social a través de sus organizaciones populares, haciendo prácticamente imposible el ejercicio de la política fuera de tales estructuras político sociales.
En todo caso; cualquiera que sea el resultado definitivo de los diversos acontecimientos que hoy sacuden el viejo edificio de la dominación neocolonial en el Medio Oriente y, en especial, en la República Arabe de Egipto, todo parece indicar que las concesiones otorgadas o las reivindicaciones políticas conquistadas por la revuelta popular, dibujarán un nuevo escenario político en el Medio Oriente que será favorable a las corrientes nacional-arabistas, antiimperialistas y antisionistas que ademásn favorecerán la Causa Palestina y el mejoramiento de las condiciones de vida de cientos de millones de árabes y de minorías étnicas, sometidas a la explotación capitalista en esta estratégica región del planeta.
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