Pensar que los actuales acontecimientos que sacuden el Medio Oriente y el norte de África constituyen fenómenos políticos regionales, desconectado del la crisis global del Capitalismo, no pareciera una conclusión acertada si tomamos en cuenta la naturaleza global de la dominación imperialista desde la década de los 70’s y los niveles de dependencias política, económica y militar que muchos de estos países mantienen sobre los centros imperialistas del planeta.
No se trata de caer en el simplismo de considerar que mecánicamente tales procesos están determinados por la caída de los precios en las acciones de la empresas petroleras que cotizan en Walls Street, ni por la puja monetarista entre “el tigre de papel” usamericano” y el “gigante amarillo” chino, por cuanto ha de reconocerse que el desarrollo histórico concreto de las instituciones políticas y sociales del mundo árabe musulmán y los grupos étnicos minoritarios incluidos en tales Estados, han tenido particularidades diversas y hasta contradictorias que hizo pensar que este fenómeno no podría producirse y desarrollarse de la misma manera y al mismo tiempo en diversos lugares.
Existe hoy una real crisis de la dominación, caracterizada por la perdida de la hegemonía política y económica imperialista sobre el resto del mundo que, aunque no ha desparecido la capacidad militar y el peso político y económico para seguir determinando el curso de los acontecimiento mundiales, manteniendo el control sobre los eventos cataclísmicos de la realidad mundial, se muestra manifiestamente incapaz de determinar y conducirlo en el sentido de sus intereses estratégicos. Y ello esta relacionado con la crisis económica terminal de su modelo de acumulación, que solo puede ser revertida parcial y temporalmente, mediante la reimposición de una forma neocolonial del Capital a lo cual, las fracciones burguesas nacionales y el desarrollo de la conciencia soberanistas e independentista de los pueblos, se resisten.
Es esa incapacidad de controlar al mundo, demostrado en sus inmorales y fallidas guerras en Irak y Afganistán, lo que hace que los espacios periféricos, sostenidos a partir de alianzas subalternas de las elites con tales centros imperiales, entran en crisis y en descomposición, generando un proceso de larga acumulación de tensiones y conflictos que hoy, en cadena, han precipitado una marea de descontento que piden cambios importantes, aunque no revolucionarios, en la dirección de los Estados, los gobiernos y la sociedad.
Dos siglos de crear naciones inexistentes, imponer monarquías sin títulos, sostener modelos políticos autocráticos y teocráticos, excluir formaciones sociales históricas del modelo de Estado y de los beneficios de su patrimonio, manteniendo a la mayoría del pueblo en la miseria, mientras que las elites viven en la mayor opulencia, debían originar, más tarde o más temprano, una crisis sistémica cuyo detonante - y no causa – lo constituye el agotamiento de la “dictadura perfecta” del Rais Mubarak, el gobierno neocolonialista de Ben Ali, la corrupta ineptitud de Ahmed, la derrota de Al Bachir y las reacciones intolerantes de reyes y líderes progresistas.
Acaso es posible pensar que hace 50 años, el imperialismo y sus aliados de la OTAN, pudieran aceptar pasivamente el desarrollo de este proceso político sin bloquear el Suez, y el Ormuz, movilizar la V Flota contra los barheinmies, enviar a su peón sionista a reinvadir Palestina y quizás Jordania y reforzar en Kuwait y Arabia Saudita su Protectorado militar para impedir la pérdida de sus pozos petroleros?. Quien lo puede dudar?. Pero eso hoy no es posible.
Lo importante de estas nuevas circunstancias históricas es que la onda sísmica iniciada con la irrupción del volcán revolucionario venezolano liderizado por el comandante Chávez, con efectos de réplicas y contraréplicas en América Latina y el Caribe, no ha culminado su ciclo histórico de presión sobre el globo terráqueo, por lo que, los nuevos sismos, posiblemente de mayor profundidad y efectos, podrían esperarse en el mediato futuro, cuyo curso, a favor de los pueblos, estará determinado por la posibilidad de construir una alianza política de los pueblos dispuesta a aprovechar tales circunstancias para enterrar, definitivamente, en este mismo siglo XXI, al enemigo histórico de la Humanidad: el imperialismo.
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