En Libia, en medios de los intensos bombardeos de la OTAN sobre su asediada capital, Trípoli, y la limitada conexión a Internet, pude encontrar un momento libre para reflexionar sobre otros temas distinto al día a día, un poco más teórico, al toparme con una interesante reflexión publicada por la página Web lahaine.org el día 20/5/2011, escrita por William I. Robinson, titulada: “El capitalismo global y el fascismo del Siglo XXI”. En el escrito su autor llega a una interesante conclusión, analizando algunas ideas y argumentándolas con algunos buenos ejemplos, nos dice: “No se puede calificar actualmente de fascista al régimen de EE.UU. No obstante, todas las condiciones y procesos están presentes y se propagan”. Pero, por esta conclusión a la que llega Robinson también se podría desprender otra, y es que, siendo más consecuentes con el optimismo que inspira el compañero Fidel Castro podemos decir que, al mismo tiempo, se están generando las condiciones para posibilidades revolucionarias en los centros capitalistas del mundo. Las grandes movilizaciones en España y Grecia dan muestra de ello.
En el escrito de Robinson se desprende la idea de que la condición fundamental para la reaparición del fascismo en el mundo esta dada, pues, el capitalismo global está en crisis y ninguno de sus apologistas teóricos-economistas ha sabido plantear salidas dentro de su propia lógica y estructura. Pero claramente evita signar al imperialismo contemporáneo de fascista. Aunque el referido autor sólo se dedica a estudiar el fascismo en las políticas del imperialismo –por ser el centro más importante del capital global-, comete el error al omitir mencionar de que este fenómeno se ha expresado con toda claridad, y por más de 60 años, en eso que llaman Israel (entidad genocida que ocupa a Palestina).
Es correcta la idea de que el capitalismo en crisis se vuelve mucho más violento. Algunos lo asemejan a un animal acorralado y herido que agrede por temor e instinto de sobrevivencia. La violencia del capital en crisis es su acto de sobrevivencia. La historia nos recuerda que la aparición del fascismo en Italia y España, con las personalidades de Mussolini y Franco al frente de esos Estados fue, en parte importante, el resultante de la crisis económica mundial del capitalismo desatada en el año 1929, y que su variante gemela, el nazismo alemán de Adolfo Hitler, fue también producto de esa misma crisis y del humillante tratado de Versalles al que fue sometido Alemania luego de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Como sabemos, la crisis capitalista desatada en esos años (29 y 30 del siglo pasado) fue saldada en la Segunda Guerra Mundial con la muerte de más de 50 millones de personas, la destrucción de todas las fuerzas productivas europeas y la reconstrucción de las mismas en un periodo que se extendió hasta la aparición de una nueva crisis económica en los años 70, atenuada por el “neoliberalismo”, pero no saldada hasta el día de hoy. Muchos pensadores y analistas entienden que finiquitar esta nueva crisis capitalista requeriría, necesariamente, de un nuevo periodo de muertes, destrucción y reconstrucción de nuevas fuerzas productivas.
Desde luego, no existe política social alguna, estilo de gobierno, etc., que posea una inspiración u origen propio, apartado de la realidad y traído de la abstracción por algún genio o esquizofrénico. Mussolini, Franco y Hitler fueron productos de las realidades de sus países en esos momentos tan fúnebres que la historia recuerda. Ellos actuaron según la lógica del sistema para salvar sus propias economías, con mano de hierro y sangre, combinando modelos económicos. Aunque sus estilos de gobierno eran también muy propios de esos personajes, la naturaleza del sistema capitalista potenciaba sus características más funestas y criminales. Las salidas a la crisis del capital planteada por aquellos fascistas y nazistas pretendían asegurar el mantenimiento a una casta social al frente del poder económico, un relativo “bienestar social” sólo para sus pueblos (la raza “aria”) a costa del robo, explotación y muerte del resto de los pueblos del mundo.
La crisis de las ideas, moral, valores y principios de una sociedad son producto de la realidad misma o del estado al que ha degenerado el, de por sí, perverso sistema capitalista hoy. La violencia y los antivalores son la naturaleza del capital, así como la segregación, el racismo y la explotación del hombre por el hombre son parte también de su propia lógica que antepone los intereses de una clase social, élite o grupo social, por sobre toda la sociedad y los pueblos. Los trabajadores han sido transformados en objetos que fungen como piezas de la gran maquinaria reproductora del capital. Para el capitalista representan simples “valores de cambio”. Cuando estorban, simplemente se desechan o matan. El capital es el verdadero Dios venerado por la burguesía. Es el objeto mismo transformado en “sujeto”. Los trabajadores, y los pueblos en general, son sometidos por el capital o están condenados a desaparecer. La ira del Dios capital (en crisis) es el fascismo o el nazismo. Es así como se entiende que la crisis que enfrenta actualmente el sistema capitalismo mundial tiene sus repercusiones en las características políticas: en las ideas, antivalores e inmoralidad que definen hoy al imperialismo. Las guerras y la destrucción de las fuerzas productivas, la limpieza étnica (en palestina), el desempleo, los recortes salariales, etc., son las necesidades del sistema capitalista hoy. La paz es su entierro.
William Robinson profundiza un poco en esta idea y nos dice que:
“El capital transnacional emergente vivió una gran expansión en los años ochenta y noventa, implicando una hiperacumulación mediante nuevas tecnologías como ordenadores y la informática, mediante políticas neoliberales y nuevas modalidades de movilización y explotación de la fuerza laboral global –incluyendo una vuelta masiva de acumulación primitiva, desarraigo y desplazamiento de cientos de millones de personas, especialmente del Tercer Mundo, que se han convertido en emigrantes internos y transnacionales (…) A finales de los años noventa, el sistema entró en una crisis crónica. La fuerte polarización social y el aumento de la desigualdad ayudaron a generar una grave crisis de acumulación excesiva de capital. La extrema concentración de la riqueza del planeta en manos de unos pocos y el acelerado empobrecimiento y desposeimiento de la mayoría, incluso obligó a los participantes en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos a reconocer que la brecha entre ricos y pobres en todo el mundo es “el desafío más serio en el mundo” y “plantea el espectro de una inestabilidad mundial y de guerras civiles”.
“Las desigualdades globales y el empobrecimiento de amplias mayorías significan que los capitales transnacionales no pueden encontrar salidas productivas para descargar las enormes cantidades de excedentes que han acumulado. En el Siglo XXI, la CCT se ha vuelto a varios mecanismos para sustentar la acumulación global, o la obtención de beneficios, ante esta crisis”.
“Uno es la acumulación militarizada: lanzar guerras e intervenciones que producen ciclos de destrucción y reconstrucción y generan inmensos beneficios para un complejo militar-carcelario-industrial-de-seguridad-financiero en continua expansión (…) Un segundo mecanismo es el asalto y saqueo de los presupuestos públicos. El capital transnacional utiliza su poder financiero para tomar el control de las finanzas del Estado y para imponer más austeridad a la mayoría trabajadora, lo que lleva a todavía más desigualdad social y penurias. El imperialismo ha utilizado su poder estructural para acelerar el desmantelamiento de lo que queda de las condiciones de salarios y prestaciones sociales. Y el tercero es la frenética especulación financiera a escala mundial –convertir la economía mundial en un gigantesco casino-.”
Y con referencia al fascismo del siglo XXI, más adelante Robinson expresa que:
“Un fascismo del Siglo XXI no puede parecerse al fascismo del Siglo XX. Entre otras cosas, la capacidad de los grupos dominantes de controlar y manipular el espacio y de ejercer un control sin precedentes sobre los medios de masas, los medios de comunicación y la producción de imágenes y mensajes simbólicos, significa que la represión puede ser más selectiva (como vemos, por ejemplo, en México o Colombia) y también organizada jurídicamente de manera que el encarcelamiento masivo “legal” toma el lugar de los campos de concentración. Además, la capacidad del poder económico de determinar los resultados electorales permite que el fascismo del Siglo XXI emerja sin una ruptura necesaria en ciclos electorales y el orden constitucional”.
Mientras William Robinson piensa que las condiciones para el fascismo en el Siglo XXI ya se están gestando, y hoy se muestra muy cuidadoso al utilizar ese término para signar al imperialismo, a diferencia del compañero Robinson, creo que el fascismo del Siglo XXI es un hecho muy evidente, sólo que se expresa de forma cínica y disfrazado de “humanitario” y “antiterrorista”, o ¿Cómo se puede explicar el genocidio del pueblo palestino e iraquí? ¿Cómo explicar la muerte de cerca de 2 millones de iraquíes (según la agencia de sondeo británica ORI, 2007) en nombre de la democracia y la lucha contra el terror? ¿Cómo explicar los actuales bombardeos sobre la capital de Libia, Trípoli, y otras ciudades, que han matado a civiles inocente en nombre de una “guerra humanitaria” que pretendía salvarlos?
Por otro lado, en varias reflexiones anteriores he manifestado la idea de que la crisis capitalista mundial que estalló en los países del centro ha producido sus primeras victimas en el eslabón más débil de la cadena del sistema, provocando rebeliones revolucionarias en la periferia capitalista (Túnez, Egipto y en otros países árabes). También he dicho que más temprano que tarde las rebeliones populares llegarían a tocar las puertas mismas de los países del centro capitalista. La agresión de la OTAN contra los pueblos de Libia, Siria, Afganistán, Irak y otros, ahora cuentan con una esperanza de paz. Los pueblos europeos rebeldes tienen en sus manos la fuerza necesaria para obligar a sus gobiernos a detener la guerra contra esos países.
Las movilizaciones en Europa abren también una nueva oportunidad a la acción política de los partidos de izquierda para influenciar e estimular a los movimientos populares europeos proponiendo un programa revolucionario que vislumbre una salida clara y creíble a la crisis del capital. Las tendencias fascistas en los centros capitalistas podrían ser golpeas. El fascismo también encuentra hoy una oportunidad para imponerse en Europa nuevamente o sucumbir ante las rebeliones populares.
De extenderse las movilizaciones populares por toda Europa (Francia, Italia y Reino Unido) sus gobiernos tendrán que concentrar sus fuerzas en lo interno para evitar revoluciones. Aquí el dilema planteado por el comandante Fidel: estará la OTAN dispuesta a bombardear a esos países por la represión que desatarían sus gobiernos que hoy yacen acorralados por sus pueblos.
Las rebeliones populares en Europa que han comenzado a extenderse por Grecia, España Portugal y posiblemente Francia y Reino Unido obligarían a sus gobiernos a virar sus ojos hacia dentro de sus propias fronteras.basemtch@gmail.com