Esta historia o historias que se cruzan, son ficticias. Pero suele suceder que la imaginación no es una cosa que uno saca de la nada, de un hueco u oquedad profunda, solitaria y vacía. Ella, siempre aunque no se quiera, viene parecida a lo que en el mundo sucede. No puede ser de otra manera, porque como nos interrogaba a cada instante, un amigo de la infancia a orillas del río Manzanares, en su permanente empeño de joder, justamente cuando suponía a uno distraído: ¿puedes imaginarte un palo de una sola punta?
Resulta que Pedro, por temor al comunismo chavista que amenazaba con quitarle todo, hasta el título de arquitecto, recién alcanzado en uno de los colegios universitarios privados de Caracas, única cosa que tenía y le ponía con cierta ventaja en el mercado de trabajo, un buen día pasó la raqueta entre familiares, amigos y partidarios escuálidos que celebraban que la gente se fuese y celebran se vaya, “¡coño porque aquí no se puede vivir y gozar con libertad nuestras quintas con aire central, camionetas 4x4, whisky de 18, bastante mayorcito de edad, la delicia de viajar al exterior cada vez nos venga en gana, sin carencia de dólares oficiales y con los bastantes comprados en mercado paralelo sin dificultad, celebrar matrimonios, cumpleaños, bautizos, graduaciones de nuestros hijos o nietos en las islas vecinas porque es una raya hacerlo en Venezuela y más en nuestras casas; y no se puede porque uno tiene que calarse a ese zambo hablando más que un borracho embarrado de caca”; resulta pues que Pedro, tomó su cachachás y a Madrid se fue.
Cuando allá llegó, por no escuchar a nadie hablándole de Chávez, aunque menos de los suyos, ni el sonsonete insoportable del himno nacional, a gente reclamando sus derechos y exigiendo al gobierno intensificase sus acciones; es decir, encontró a todos aparentemente callados, pero rumiando por debajo y olvidando aquella frase escuchada a viejos en Caracas, “cuando el río suena es porque piedras trae”, creyó haber llegado al mundo de la libertad, sosiego, paz, sin conflictos de clases, esos que según creía, por lo que le lanzaban “sus medios”, había inventado Chávez. Estaba seguro que allí, en Madrid, le esperaba la tranquilidad, bienestar y posibilidad de probar que aquella ciudad, como se dijo de Paris, “bien vale una misa” y Caracas es un verdadero infierno que reclama una hecatombe. Lo único malo que percibió por la vista oído y piel, como Curzio Malaparte, es que al llegar y siempre le llamaron no “caraqueño culo pequeño”, como decían en Cumaná, dicho aquello entre risas y abrazos fraternales, sino “sudaca”, mientras le miraban con inocultable desprecio.
Rodolfo, ingeniero metalúrgico graduado en los días del golpe de abril, buen estudiante a quien todo el mundo, éste lo forman primordialmente sus familiares y amigos de éstos, le metió en la cabeza que tenía, él, un brillante futuro por delante, lo que no es otra cosa que ganar bastante real, “hasta pa´ echá pa´ arriba”, entró en terror porque el comunismo frustraba aquella predicción y sus personales ambiciones. Eso de trabajar en empresas del Estado, allá en Guayana, donde se apretujan obreros, ingenieros y doctores para trabajar por una empresa nacional y con sentido solidario, no se avenía con él. Su destino era grande y alto. Tomó sus macundales, entre ellos el título del Colegio Universitario, su foto con toga y birrete y se fue a Nueva York. Al llegar al aeropuerto de entrada a Estados Unidos, sintió que era una banana o un pobre togado del tercer mundo. Quienes le recibieron se cuidaron que lo sintiese también por la piel y se dejase de sentimientos superiores. ¡Llega aquí, le recibimos pero sepa que viene a arrodillarse, a servirnos! ¡Claro, bien sabemos que eres un pendejo, y es poco probable te sientas ofendido, eso es allá! Por su parte, Rodolfo se dijo para sus adentros, “no importa, aguanta que lo que te viene es lo que vale. Vendrán tiempos mejores.”
Los dos, porque aquí se mezclan las historias, comprobaron que allá sus títulos, celebrados con fanfarria, una enorme caravana de carros con escritos en los vidrios como “ingeniero abordo”, “se graduó mi bebé”, “fulano de tal, doctor en ciencias médicas”, “por fin soy doctor”¡ y otras expresiones de “buen gusto” y mucha originalidad que sustituyeron a las anteriores, iguales a éstas pero antecedidas por la palabra “cuasi”, sacada de un basurero o venta de cachivaches creyéndole nueva y lustrosa, no servían para mucho y tuvieron que dedicarse a lo que fuese, con tal de no morirse de hambre. ¡Eso sí, conocido a quién encuentre, como anda en los mismo, le recomendaré “no se lo digas a nadie”!
De repente, comenzaron aplicar medidas recomendadas desde Wall Street, por las cuales mucha gente ha perdido sus casas y vehículos. El derecho a la propiedad ha sido vulnerado. Los intereses por cuentas a pagar suben velozmente y pende la amenaza de volver a la esclavitud por deuda. El trabajo escasea, hasta el de lavar platos. La mendicidad campea, en fin, sobre Madrid y Nueva York, Boston, Atenas, Roma, han caído “las siete plagas de Egipto” y “los jinetes del apocalipsis” de un solo golpe y juntos. Lo que los escuálidos anunciaron que traería el comunismo sobre Venezuela se dio pero en los grandes templos hacia donde siempre miraron. Sus espacios soñados de libertad y felicidad completas comenzaron a parecerse a lo que en Caracas los enemigos de Chávez describían como el comunismo.
En estos días, Pedro, en Madrid, Rodolfo en el mero Wall Street, andan de indignados vanguardistas, ambos riéndose, dicen a los amigos, “la vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida”, en estas ciudades estamos protestando contra lo que los escuálidos nuestros en Caracas ofertan como programa de gobierno. Es decir, sin percatarnos, nos hemos vuelto indignados y chavistas. ¡Cómo es verdad que uno por bruto y mal intencionado, estando en su tierra, no identifica profetas verdaderos y también a farsantes! Es evidente que “el norte es una quimera.”
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