Cuba en El Ojo del Ciclón

Cuba sufre desventajas en el acceso a las telecomunicaciones modernas; no tiene acceso a los cables de fibra óptica que la bordean y sólo tiene el estrecho acceso de la comunicación satelital. El gobierno de Estados Unidos exige que se le excluya de las redes, servicios o tecnología norteamericana; todo ello en clara violación de la no discriminación afirmada en el Acuerdo sobre Servicios de Telecomunicaciones y de todos los acuerdos de la OMC y los otros organismos internacionales. Otro modo más de sabotear ilegalmente la ya complicada economía cubana.

El tema de telecomunicaciones fue abordado, en cuanto concierne el acceso a Internet, durante el Congreso Universitario Internacional de La Habana, la semana pasada. Se expuso y se cometo sobre las grandes ventajas que ha traído para la investigación académica, la comunicación social internacional o los negocios. También se comentó sobre sus peligros para idiotizar, enajenar y perder tiempo. Un rasgo que oblicuamente evoca a Juan Forn (Página 12, Ceylan, 24/02/12), cuando dice que “En Ceylán había un juego de cartas llamado ajhuta, que nunca duraba menos de ocho horas y por lo general se extendía durante días: los portugueses lo enseñaron a los nativos para distraerlos mientras conquistaban la isla.”

En las clases habientes de todo el mundo y en particular en los grupos ligados a la cultura de Estados Unidos, resalta ese rasgo negativo que facilita Internet. Muchos jóvenes pierden horas escribiendo notas banales en redes sociales virtuales como Facebook o en largos juegos con “amigos” desconocidos, en tierras lejanas.

El lado positivo de las restricciones de acceso a Internet impuestas a Cuba es que allí no existe ese fenómeno idiotizante. Muchos jóvenes cubanos cultos ejercen su creatividad en el arte, concentrados en lugares simpáticos, como El Ojo del Ciclón.

Se trata de un local situado entre Oreilly y Villegas y que llamaría una Galería de Talentos. Allí expone sus obras el célebre Leo D’Lorenzo, autor del monumento a Sancho Panza, en La Habana. Un monumento a la lucidez llana y humilde. El local acoge la actividad de jóvenes artistas y, como dijo Leo, “es un espacio libre y abierto a la imaginación para crear sinergia creativa.” Hombre multifuncional, mientras me lo explica, sigue pintando y mira de reojo una grupa bonita que pasaba por allí.

Al Ojo del Ciclón me llevó Sandra Longueira, estudiante de biología y maestra de tango, porque es un lugar de milonga. Al llegar, dos parejas bailaban los ritmos de un bandoneón, entre objetos varios, con mucha destreza. Es que en La Habana se vive ese regreso del tango que envuelve con sus notas a la Argentina y a Europa. Sandra miró sus e-mails mientras Saúl Seijo, economista, poeta (es mi risa sincera que busca tus ojos / es mi mano invisible bordando la tuya) y bailarín de tango, me explicó el contenido del boletín que publican.

Luego fuimos a “La casa del té” que presenta espectáculos de tango. Bailaban Camila Blandón y Rolando Issia. Ella es bailarina de tango, pero es una profesional formada en el Ballet de Cuba. El es un reconocido pintor, escritor de cuentos y poeta de un romanticismo lúbrico (sobre el borde del muslo / yace tu premio caliente) que recuerda al romano Catulo. Todos estos son personajes cultos y poseídos de un inquieto espíritu creativo, como antes era frecuente encontrar en los medios pensantes de America Latina y que ahora resultan raros.

Como en el Ojo de un Ciclón, la devastación tiene una pausa; las dificultades impuestas en el acceso a Internet puede que ayuden a que Cuba sea un lugar de calma y autónoma reflexión creativa. El torbellino internauta global ofrece ventajas indiscutibles, como la del contacto instantáneo con la información; pero su abuso idiotiza, esteriliza y enajena de su medio a muchas jóvenes mentes que pudieran ayudar al desarrollo político, económico y social de sus países.

umberto.mazzei@sfr.fr


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Umberto Mazzei

Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Florencia (Italia ) y Profesor Emérito de Relaciones Económicas Internacionales del Instituto Sismondi de Ginebra (Suiza)

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