La elección de Vladimir Putin a un nuevo periodo presidencial en Rusia no ha gustado nada a Washington. Si se observa la gran prensa libre, o sea, el arma de guerra sicológica imperial, es fácil percatarse que el todavía premier ruso ya forma parte de los villanos de los hay que deshacerse cuanto antes. No importa que Estados Unidos haya sido el inventor del fraude electoral y lo cultive primorosamente, la señora Clinton le reclama a Moscú investigar las “irregularidades” electorales, campo en el que las bondadosas fundaciones y ong occidentales imparten cursos y talleres sobre democracia a activistas rusos.
¿Quién podía vaticinar esta hostilidad contra Putin después del 11/S? Entonces el Kremlin brindó toda la cooperación a Estados Unidos en la “guerra contra el terrorismo” y, en prenda de paz, llegó al extremo de desactivar su insustituible estación de escucha radioelectrónica en los alrededores de La Habana. Putin recién comenzaba su primer mandato, no había llegado a los 50, y estaba en ciernes, al parecer, el aprendizaje geopolítico de que ha hecho gala después.
Ciertamente el ex oficial de la KGB había recibido un país literalmente en ruinas, necesitado del comercio y la cooperación internacional. Deshecho sicológica y moralmente por las políticas suicidas que condujeron al hundimiento de la URSS y sus consecuencias: implantación del capitalismo más bárbaro, remate de los cuantiosos bienes públicos, drenaje a raudales de riqueza hacia occidente, reducción de los servicios sociales y del nivel de vida de la población en gran parte arrojada a la miseria, el control mafioso de la economía y el virtual desmantelamiento de las fuerzas armadas. El desmontaje, en suma, de un régimen social que acumulaba graves y disímiles disfunciones, sí, pero que hasta la víspera había conseguido un alto grado de desarrollo de la cultura, la ciencia, la justicia social y era aceptado sin chistar como una de las dos superpotencias mundiales.
Sumida en la anarquía, Rusia encontró en Putin el líder capaz de imponer algún orden y disciplina y ponerla de pie. El nacionalismo ruso y cierta nostalgia de la grandeza pasada parecen ser una fuerte motivación para él y su dupla Medvedev. El presidente electo ha dicho que la desaparición de la URSS fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo 20”. Desde su primer mandato golpeó a las mafias, inició el restablecimiento del control por el Estado de las mayores reservas de gas del mundo y enormes yacimientos de petróleo. Utilizándolos como armas geopolíticas y contando con el segundo arsenal nuclear existente, logró reposicionar a Rusia como potencia mundial. También, rearticular un sistema de alianzas dentro y fuera del espacio ex soviético. Esto corría parejo con el éxito económico de China, India, Brasil, Suráfrica, el surgimiento del BRICS, la decadencia de Estados Unidos y su debacle en Irak y Afganistán y el gran esfuerzo de independencia e integración latinoamericano expresado en la Alba, la Unasur y la Celac, hechos todos que han debilitado la unipolaridad e impulsado la multipolaridad. Al mismo tiempo el Kremlin daba pasos para restaurar la eficiencia de un aparato estatal minado por la corrupción, e iniciar la recuperación del bienestar social aprovechando los altos ingresos petroleros.
Rusia colaboraba como su leal aliada y Estados Unidos la rodeaba de bases militares con la justificación de la guerra en Afganistán, ampliaba la OTAN hacia el este en violación de los acuerdos Gorvachov-Reagan, reconocía la independencia de Kosovo(febrero de 2008), otro acto hostil, y comenzaba los preparativos del escudo misilístico contra Moscú, un acto muy amenazante con la increíble excusa de proteger a Europa de Irán.
La diplomacia rusa comenzaba a advertir que no toleraría este curso de acción. Ya en la conferencia de seguridad de Berlín en febrero de 2007 Putin lo dijo alto y claro en su discurso. Y en agosto de 2008 vino el fulminante contragolpe moscovita a las fuerzas georgianas armadas y lanzadas por Washington e Israel contra las tropas de paz rusas en Osetía del Sur. A partir de allí se produce un viraje geoestratégico que va a profundizar el acercamiento ruso-chino como se vio con el doble veto sobre Siria en el Consejo de Seguridad. Ambas potencias se rearman. Putin, en unión con China y una coalición de países independientes podría acaso evitar la agresión de Estados Unidos e Israel contra Irán y hacer mucho por la paz y la cooperación internacional.