La visita a Cuba del papa Benedicto XVI concluyó con gran éxito para el Vaticano y la iglesia Católica en la isla, así como para el pueblo y el gobierno cubanos. Fracasaron todas las provocaciones de la contrarrevolución, obediente a Estados Unidos, en su intento de enfrentar a la jerarquía eclesiástica nacional o al propio Sumo Pontífice con las autoridades de la isla, otra derrota para los planes subversivos de Washington, cuya política hacia Cuba tiene como objetivo central el derrocamiento del gobierno revolucionario.
Pero yendo a una perspectiva más universal, en un mundo abrumado por la intolerancia, el intento de imponer a toda costa un chato, banal y dogmático pensamiento único y las crecientes y mortíferas guerras imperiales de conquista, la visita del sucesor de Pedro a la mayor de las Antillas muestra no sólo la posibilidad sino la necesidad imperiosa del diálogo, la relación abierta y constructiva y la cooperación entre quienes mantienen diferencias filosóficas pero también importantes coincidencias en puntos que tienen que ver con la conquista del bienestar de sus semejantes y de un destino mejor para la humanidad. Al anunciar que se reuniría con el papa alemán Fidel Castro explicó que fue a raíz de las experiencias de los primeros quince años de revolución, en el duro enfrentamiento a las agresiones de Estados Unidos contra Cuba, “cuando llegué a la convicción de que marxistas y cristianos sinceros, de los cuales había conocido muchos; con independencia de sus creencias políticas y religiosas debían y podían luchar por la justicia y la paz entre los seres humanos”.
En esta línea fidelista de pensamiento los marxistas podemos suscribir varias de las ideas formuladas por el pontífice en Cuba como la de su homilía en la misa celebrada en la Plaza de la Revolución de La Habana que vincula al cubanísimo y universal padre Félix Varela –de quién José Martí afirmó que “fue el primero que nos enseñó a pensar”- con la trasformación social contemporánea: “El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues «no hay patria sin virtud» (Cartas a Elpidio, carta sesta, Madrid 1836, 220). Cuba y el mundo necesitan cambios, pero éstos se darán sólo si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad”. Y es que en el núcleo del primer pensamiento independentista y antiesclavista cubano de principios del siglo 19 está vivo el sentido de justicia social y fraternidad del cristianismo primigenio. De la misma manera que la virgen de la Caridad es un símbolo emblemático nacional que une a cubanos creyentes –sean católicos, del sincretismo afrocubano o evangélicos-, no creyentes y ateos, pues su imagen acompañó a numerosos integrantes del ejército independentista de la isla a lo largo de tres guerras y también a muchos de los combatientes de la última contienda de liberación. Desafortunadamente, el embate imperialista, una aguda lucha de clases y el marxismo encartonado conspiraron durante décadas contra la instalación de estas realidades históricas como parte elemental del nuevo sentido común revolucionario cubano.
Viene muy a tono con aquella tradición esta cita que en su discurso de bienvenida a Benedicto hiciera el presidente Raúl Castro: Cintio Vitier, insigne intelectual y cristiano, escribió que “el verdadero rostro de la Patria… es el rostro de la justicia y de la libertad” y que “la Nación no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto”.
Con respeto, nadie dejó de expresar sus ideas principales en esta visita. Raúl continuó: “La potencia más poderosa que ha conocido la Historia ha intentado despojarnos, infructuosamente, del derecho a la libertad, a la paz y a la justicia. Con virtud patriótica y principios éticos el pueblo cubano ha hecho tenaz resistencia, sabiendo que ejercemos también un derecho legítimo cuando seguimos nuestro propio camino, defendemos nuestra cultura y la enriquecemos con el aporte de las ideas más avanzadas”.
La visita del sucesor de Pedro confirma también la firme decisión del Vaticano de continuar oponiéndose al aislamiento y las medidas punitivas contra Cuba decretadas por Estados Unidos.
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