A finales de la década de los ochenta del siglo XX, América Latina vivió en carne propia los ajustes económicos del recetario del Fondo Monetario Internacional (FMI); la lógica racionalista del economicismo no tuvo cabida ante la dinámica social de los pueblos. La barbarie se apoderó de la realidad social latinoamericano y se dieron situaciones violentas que terminaron con desfigurar y desarticular la maraña del tecnicismo del FMI y la vuelta a medidas más austeras y reivindicatorias.
La segunda década del siglo XXI, trajo consigo un nuevo recetario pero esta vez direccionalizado a Europa, a través de la Unión Económica Europea; todas las medidas se fundamentaron en resguardar la economía europea, ante la crisis de los mercados internacionales originada en los Estados Unidos de Norteamerica, y la aparente fragilidad de la situación fiscal de los países de Europa, dado el manejo descontrolado que en los últimos cinco años se ha visto en una de las economías más dinámicas y heterogéneas del planeta. Pero: ¿qué es lo que está pasando exactamente en Europa, en la denominada zona Euro? ¿por qué los inversionistas temen por el panorama de las finanzas en dicha zona? Europa se enfrenta a serios problemas que amenazan directamente la estabilidad del euro y, debido a los fuertes lazos económicos que los une, la indisciplina fiscal de algunos miembros se convierte en el dolor de cabeza de todo un continente. Al compartir una moneda en común, los miembros de la Unión Europea deben tener una política monetaria en común, dirigida por el Banco Central Europeo (BCE). Esto les deja un margen muy pequeño de maniobra individual: los países no pueden usar herramientas de política para devaluar sus monedas y así darle un impulso adicional de competitividad a sus exportaciones.
Por otro lado, los países europeos comparten lazos estrechos en el sector financiero: bancos franceses, alemanes, italianos e ingleses tienen dentro de sus inversiones bonos de deuda de Grecia, Irlanda y Portugal, estados con un panorama fiscal sombrío. Si alguno de ellos llegara a entrar en cese de pagos, la estabilidad de todas las entidades financieras expuestas a su deuda se pondría en riesgo.
Lo que ocurre en Europa es, en palabras llanas, una antesala de quiebra sistemática de todo el sistema financiero, claro está, aún no se ha dado como tal, pero de darse las consecuencias serían catastróficas para la economía mundial. Es por esto que los miembros de la Unión Europea que gozan de cierta solidez, a través del Banco Central Europeo (BCE) y con la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), están abogando por una salud fiscal de todos los miembros, sin importar que esto signifique que los contribuyentes alemanes o franceses tengan que pagar los platos rotos por el mal manejo de los recursos públicos de Grecia o España. A cambio, estos países están planteando poner en marcha estrictos planes de austeridad que garanticen una reducción del déficit en el mediano plazo, a través de recortes en el gasto público y aumentos en los impuestos.
En una palabra, las medidas resultan bastantes traumáticas para las economías que de por sí atraviesan por una difícil situación y corren el riesgo de arrastrar a los países a una recesión; el costo de años de indisciplina fiscal que Grecia, Italia, España, Irlanda y Portugal deberán pagar para cumplir con las exigencias del BCE, a cambio de financiación. Si bien la evolución de la crisis en Europa parece un fenómeno que no tiene cura, las acciones que hoy se están tomando parecen ir por el camino correcto, pese a esto, el hecho de qué tan tarde se están tomando estas acciones y el efecto que podrían tener para evitar una recesión, alertan acerca del nivel de paz y tranquilidad conque se pueda superar esta crisis. El movimiento de los “indignados” ha creado unas condiciones únicas de hostilidad, por lo que una aparente salida sin traumas es, y sería, utópica ante la evidente inestabilidad del mercado europeo.
Es de este modo, que las acciones preventivas siempre tendrán un mayor efecto que las curativas y en este caso las acciones preventivas se obviaron ó se creyó que lo hecho hasta el momento era suficiente para garantizar bases firmes para la economía. La agudización de la crisis de deuda en Europa ha dependido en buena parte de la ausencia de una legislación clara sobre los límites de endeudamiento de los países y para el déficit fiscal máximo que deberían tener los mismos.
Por su parte, el FMI esgrime que la deuda no debería exceder el sesenta por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), y el déficit fiscal no debería superar el 3,0 por ciento del PIB; esta regla fue adoptada para la Unión Europea, pero al no haber un estricto cumplimiento de la misma, los mecanismos de acción de las autoridades han entrado en un limbo, algo así como una visión a largo plazo con acciones negociables, que en vez de ayudar a una salida gradual del problema, acumula sus efectos y los trata de ocultar con trapos tibios que, sin duda, no soportará mucho el costo social que está acarreando.
Esta realidad ha ocasionado el efecto dominó que arrastró a Portugal e hizo que Grecia tuviera que pedir una segunda ronda de ayuda; a pesar de que estaban bajo alerta, España e Italia comenzaron a mostrar un deterioro en sus finanzas, situación que podría haber sido totalmente evitable si desde el principio se hubieran tomado las medidas de recorte sugeridas por las instituciones financieras y que para la economía serán de choque, lo que causará efectos mucho más negativos. En la experiencia de finales de los ochenta en América Latina, se neutralizó la implosión social eliminando la política desarrollista y creando espacios de endeudamiento controlado que minimizara los efecto del declive económico hacia la masa popular, aunque los efectos tuvieron su costo, se pudo manejar la situación con una controlada dosis de populismo de estado y con la suerte de cambios en la dirección política de algunos países, como Venezuela en 1998, inyectando dosis de esperanza ante un orden mundial occidental que como trituradora iba consumiendo, en nombre del capitalismo, todos los recursos del planeta.
Si bien se está haciendo lo que se debería hacer en situaciones como esta, aún persiste en la realidad europea desconfianza en cuanto a que las medidas alcancen el éxito esperado, toda vez que se aprecia que ellas, las medidas, llegaron tarde en momentos en los que el crecimiento muestra debilidad y el nivel de desempleo asfixia al europeo promedio profesional. Europa está en crisis por la misma razón que lo está Norteamérica: por la avaricia desmedida y la pillería a la hora de manejar los recursos públicos y privados.