Las oligarquías latinoamericanas no soportan un ratico sin el control total del poder. Les incomoda que otros, ajenos a ellos y sus intereses, asuman direcciones de gobierno. Se acostumbraron a ese exquisito mundo de la bonanza material. Al placer Al excesivo lujo. Al derroche. A la vida fácil. A tenerlo todo a pedir de boca. A controlarlo todo. Son los dueños de tierra y del aire. De las montañas, suelo y subsuelos. Nada escapa de sus ambiciones. Han sido y quieren seguir dueños del destino de hombres y mujeres. Se acostumbraron tanto a estar en el gobierno que no soportan que vengan intrusos y populachos a desalojarlos, utilizando leyes que ellos mismos han hecho. ¿Qué les parece?
Como reza el dicho popular: “quien inventó el cacho, inventó la vuelta”. Ocurre que esta gente loca de poder se vale de lo que sea para tomarlo. Son ellos los que pisotean constituciones y leyes de cualquier tipo cuando sus socios de otros tiempos, como han sido los militares, tienen dudas de acompañarlos en sus aventuras o sencillamente se niegan. Entonces crean escenarios generalmente sangrientos, elaboran expedientes amañados y proceden con sus mayorías legislativas, donde las tienen, a sacar del medio a gobiernos indeseables para ellos.
No se trata de un cuento o una novela. Esta es la historia real del oprobio, el descaro y el bochorno. Otro capítulo triste para nuestra América que todavía lucha contra el colonialismo y el imperialismo. Ahora se trata del Presidente Fernando Lugo en Paraguay. En esta lista de lo que han dado por llamar “golpes constitucionales” o “golpe parlamentario”. Y para que no quede duda de sus razones e implicaciones, quién se atreve a negar el carácter antidemocrático y antipopular de tal acontecimiento que quita de un plumazo o con levantar las manos a un Presidente electo por el voto popular.
En el caso de Honduras y Paraguay que a nadie se les ocurra hablar de “golpes sutiles” o “suaves”. No, esto es rudeza y brutalidad. En ambos casos el gorila anda suelto, como lo anda en cierta oposición venezolana. Es un zarpazo. Un manotazo. Un arrebatón. Esas jerarquías no pueden vivir sin un golpe y el fascismo corre en su sangre. Anhelan ese pasado de persecución, miedo, tortura, exilio, cárceles y muertes. Se acostumbraron a eso. Ni hablar de democracia. Y de socialismo, ni se les ocurra. De manera que cuando uno piensa y siente la sensación que Latinoamérica está dejando atrás los regímenes antidemocráticos y antipopulares, ocurren nuevos actos que dan vergüenza, como éste de Paraguay.
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