África omnipresente y Espartaco ausente

En el año 426 el muy cristiano emperador Teodosio, destructor de templos y castrador de estatuas, puso fin a los Juegos Olímpicos y a siglos de historia deportiva. Hubo que esperar más de mil años para que en 1793 la Revolución Francesa organizara la primera “Olimpíada de la República” e impusiera el sistema métrico sin el cual los juegos serían incomprensibles.

Ahora estamos Londres 2012 que nos presentan un rostro olímpico compuesto por caras lindas de mi gente negra, que no sólo vienen de África y de los que fueron imperios coloniales y esclavistas como Inglaterra, Francia o Estados Unidos, sino de los países más insospechados como la rubia Noruega. Los afro-descendientes vencedores ya no son excepciones como Jesse Owens en Berlín 1936, a quien Hitler no quiso dar la mano, o Abebe Bikila que corrió descalzo en Roma 1960, sino la regla que desmiente definitivamente el mito de la superioridad física de la raza blanca. Y en cuanto a la superioridad moral o intelectual de Occidente, su gran invento, el capitalismo, se derrumba bajo el peso muerto de esa inmoral estupidez llamada “acumulación del capital”. El gran norte blanco se derrite con su hielo mientras las razas del Sur salen de la ignorancia, el atraso y la pobreza, e inventan sueños para la Humanidad.

DE PARTE DE QUIEN

Todos los pueblos son iguales cuando celebran en sus campeones la victoria de una parte de su propia identidad. Pero con los competidores es diferente: una cosa es, por ejemplo, que se identifiquen con el gobierno o la política que, en su país, ha hecho posible el florecimiento del deporte, otra muy diferente que sean neutrales e indiferentes ante la catástrofe social de sus pueblos. Conste que no hablo de futbolistas y peloteros profesionales (mercenaria carne de contrato) sino de los competidores olímpicos de quien es válido esperar una mente moralmente sana.

AVE CÉSAR

Si a ver vamos, tecnología y globalización olímpica no hacen al espectáculo diferente a los Juegos de la Roma Imperial: los espectadores que rugen son ahora millones, pero las personas traídas de los confines de la tierra para entretener al mundo son más o menos la misma cantidad. Se disputan kilómetros, metros y centímetros, minutos, segundos, décimas y, una vez cumplida su misión, se separan hasta la próxima olimpíada sin haberse conocido. Como los purasangre una vez corrida la carrera en el hipódromo.

ESPARTACO

Después de los puños en alto de los atletas afroamericanos John Carlos y Tommy Smith en México 1968 en protesta contra el racismo y la exclusión, el mundo olímpico aún espera a su Espartaco. Ni genocidios ni guerras absurdas, ni la estafa global que empobreció a las mayorías en los “países ricos” vencieron la docilidad y la resignación ovejuna de sus campeones. Todos bajan la cabeza para recibir oro, plata o bronce. ¡Vergüenza! Vergüenza sobre los jóvenes deportistas griegos, italianos y españoles, sobre los atletas afroamericanos que no han aprovechado la tribuna olímpica para denunciar a las mafias políticas y financieras que robaron el pasado y roban el futuro a sus compatriotas, con misma facilidad con que se roba un caramelo a un niño.

En los juegos originales los atletas competían desnudos y cubiertos de aceite de oliva, pero en el pacato y aburrido Londres 2012 no hemos visto ni siquiera a un “streaker” correr desnudo por el estadio o el gimnasio para perpetuar una de las mejores tradiciones del humor y la sátira social británica desde 1799. Londres fue una gran oportunidad perdida llena de las pequeñas oportunidades perdidas de escapar al espectáculo y mostrar un deporte ligado a la historia de los humanos y no al bolsillo de las empresas.

rothegalo@hotmail.com


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Eduardo Rothe


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