El 31 de julio de 2012 será una fecha histórica que registrando el ingreso pleno de la Republica Bolivariana de Venezuela al Mercado Común del Sur, dará cuenta de un fortalecimiento del gigante suramericano, granero del mundo, que ahora extiende sus potencialidades al campo de la energía y gas originada en la industria de los hidrocarburos venezolanos. Es el reforzamiento de un tiempo histórico que vive America Latina y el Caribe, en el umbral del siglo XXI, en el cual los procesos de integración política y económica adquieren tal dinamismo que convierten en una posibilidad cierta que este continente pueda configurase como el nuevo gran bloque en el proceso de globalización mundial. Es la integración la que ha permitido confrontarse exitosamente contra el neoliberalismo que, en apertura indiscriminada de mercados y privatizaciones, permitía que las corporaciones transnacionales controlaran las fuentes de energía y materia prima del continente, condenándonos a ser un mercado cautivo para sus exportaciones. Ahora el desafío es que MERCOSUR se convierta en el mediano plazo en el mercado de UNASUR. El ingreso de Venezuela fortalece al MERCOSUR, fortalece la integración.
En igual sentido trascendente, este hecho, representa para los venezolanos(as) un reto, un desafió. Es una nueva oportunidad que la historia nos da para volver intentar “sembrar el petróleo”. Es una fecha que podemos convertir en un antes y un después de la economía venezolana, ello es si logramos desatar procesos de cambios estructurales que nos permitan progresivamente superar la dependencia de un único ingreso de divisas. La respuesta esta en la industria. En el corto, mediano y largo plazo la respuesta es la industrialización para las exportaciones.
La derecha atrincherada en Fedecamaras y Conindustria se vuelve a equivocar, son ellos hijos de un capitalismo rentístico que instaló un proceso de sustitución de importaciones al total abrigo de una política comercial proteccionista, con una estructural sobrevaluación monetaria que inhibió atender el mercado mundial, a no ser para configurar una poderosa burguesía comercial importadora surgida de la vieja clase terrateniente oligárquica del siglo XIX. Es por eso que utilizan los mismos argumentos que esgrimieron para oponerse al ingreso de Venezuela al Pacto Andino en 1973, cuando el Presidente Rafael Caldera dejo de esperar por ellos.
No es cierto que nuestro ingreso al MERCOSUR traerá una “destrucción” de la producción nacional y particularmente la agrícola. Los protocolos de ingreso de un nuevo socio se sustentan en los valores de la gradualidad, flexibilidad y reconocimiento de asimetrías, permitiendo un proceso de negociación de los plazos y condiciones para adoptar el acervo normativo del MERCOSUR, de la nomenclatura común, del arancel externo común (AEC), así como el programa de liberalización comercial. Los negociadores de Venezuela sabrán proteger aquellos sectores con alta sensibilidad de costos y débil productividad, especialmente los de origen agrícola. En lo referente al AEC cada país tiene derecho a establecer excepciones hasta una lista de cien ítems de la nomina común. No hemos firmado un Tratado de Libre Comercio (TLC) que supone una desregulación arancelaria casi inmediata y por tanto el “arrase” de la industria nacional no competitiva.
El MERCOSUR tiene que asumirse como una exigencia histórica para, ahora si, instalar una potente plataforma de industrialización especializada para las exportaciones. Diez años después esta debería responder por el 15% de ingreso de divisas totales y, en su conjunto, el sector manufacturero aportar el 20% del PIB venezolano. La agricultura, exceptuando dos o tres rubros, debe atender prioritariamente las necesidades del creciente consumo nacional. La experiencia mundial de los países emergentes así lo indica.
El punto de partida es adelantar desde el Estado una agresiva política de industrialización que concentre los esfuerzos iniciales en las ventajas competitivas y comparativas que nos da la industria de los hidrocarburos y la petroquímica, así como el acero y el aluminio. La petroquímica es clave, acá podemos procesando y transformando la materia prima, gas natural y algunos derivados del petróleo, producir varios bienes exportables, tales como fertilizantes, plásticos, pañales desechables, jeringas, fibras (nailon) y cauchos sintéticos, detergentes, pinturas, lubricantes, saborizantes.
Es el desafío de darle valor agregado a la materia prima y por tanto generando cadenas de producción a gran escala que permitan procesos productivos sustentables en términos de costos-beneficios. Me he preguntado: ¿Es posible producir aceros especiales para la industria naval y la producción de válvulas a gran escala? ¿Son posibles plantas industriales que produzcan láminas de aluminio de alto valor para la industria de enlatado de refrescos, otros líquidos y bienes?
¿Es nuestra gasolina y lubricantes competitivos en el MERCOSUR? ¿Es viable que nuestra industria del cemento recupere su vocación exportadora luego de atender el mercado interno de la construcción? ¿Igual para SIDOR en cabillas y otros bienes para el sector construcción? La respuesta es sin duda positiva.
La industrialización especializada para las exportaciones es tarea de todos, de los trabajadores, de los empresarios grandes, pequeños y medianos, del pueblo organizado en poder popular y, por supuesto del gobierno. La industrialización tiene que ser una política de estado, inducida, protegida, direccionada. En ese camino quedan temas por resolver que deben ser abordados para garantizar el salto al desarrollo que supone nuestro ingreso al MERCOSUR. Pienso por ejemplo tres temas macros. Uno, la política de financiamiento (créditos a largo plazo, tasas de interés, Fondos de Capital Semilla, Fondo MERCOSUR de apoyo a la pequeña y mediana empresa) y de constitución de empresas (publicas, mixtas, con control obrero). Otro, la política monetaria que lleve la inflación a un digito en el corto plazo y, un tercero, el inconveniente del tipo de cambio estructuralmente sobrevaluado por la naturaleza rentística petrolera de nuestra economía que tiende a encarecer nuestras exportaciones.
En fin, pensar en el futuro inmediato como un gran salto cuantitativo y cualitativo de la economía venezolana es volver a colocar el sueño de construir una patria productiva, que por acrecentar su acervo de capital sea capaz de resolver el problema del empleo de sus trabajadores, capturar un flujo de divisas distinto al petróleo y por supuesto poder atender las necesidades humanas de quienes aquí nacimos y los que nacerán en este siglo. Es darle contenido material a nuestro socialismo, al que se refirió F.Engel cuando despidió a Marx en su última morada: El hombre necesita alimento, vestido, calzado y techo previo a hacer política, ciencia, arte o religión.
rodrigo1cabeza@yahoo.com