La guerra, cualquier sea su condición y propósito es una tragedia humana porque en ella se expresan las condiciones más oscura de la condición humana y, su destrucción de vidas, bienes y patrimonios de personas, pueblos y de la Humanidad misma, constituyen daños irreparables y laceraciones fisicas y sicológicas imborrables.
Pero la guerra como expresión de intereses o medio de “solución” de contradicciones en el seno de la sociedad humana siempre ha estado presente y que a pesar de los grandes avances que la civilización humana ha alcanzado en los últimos cien años para prevenir, prohibir y resolver estos dantescos conflictos que amenazan. incluso la misma sobrevivencia de la vida en el planeta tierra, todavía se manifiestan, con toda su crudeza en diversas partes del globo terráqueo, en el marco proposición de la actual crisis existencial del sistema capitalista dominante y con ello, la pérdida de hegemónica económica y militar de las viejas potencias coloniales y su centro político-militar hegemónico: el Estado imperialista de los Estados Unidos de América.
En el caso de Colombia, la guerra se ensañó con su pueblo, a tal punto de vivir dos siglos continuo de guerras civiles, sociales y políticas, apenas suspendida y variadas en sus actores, factores y escenarios por pequeños espacios de tiempo, hasta que en la última mitad del siglo XX, hasta nuestros días, se ha mantenido interrumpidamente durante cincuenta años, con un trágico saldo en vidas y esperanzas, pero especialmente, afectando los cimientos de los valores esenciales de la condición humana y los lazos básicos de tolerancia, convivencia y bienestar de toda sociedad nacional; lo cual hace mas difícil toda reconstrucción del la convivencia y la sanidad espiritual del pueblo colombiano.
La cruenta guerra ha tenido como sus sesgado cronista los mismos medios de la vieja oligarquía que monopolizan el poder económico y el Poder político desde los tiempos anteriores a la independencia del bárbaro y genocida imperio español, cumpliendo la tarea de anunciar la victorias imposibles, relativizar los resultados adversos de las batallas y anunciar y publicar las fotos ensangrentadas de los cadáveres de sus enemigos y su ilusoria victoria definitiva, la cual no han podido conquistar en el campo de batalla, pese al masivo apoyo financiero, político, militar y de inteligencia del gobierno imperialista de los Estados Unidos, la conscripción obligatoria de cientos de miles de jóvenes campesinos y obreros y desempleados, la merceranización de su ejército con soldados de fortuna y la tenebrosa alianza genocida con el narco-paramilitarismo.
Forzados a sentarse en la mesa de negociaciones de Paz en la Habana con sus despreciados y calumniados adversarios de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejercito del Pueblo, FARC-EP, por la necesidad de abrir un nuevo período a la modernización capitalista de su modelo agrícola-petro-extractivista exportador y de ejecución del Tratado de Libre Comercio firmado con los Estados Unidos de América, se empeñan en continuar la fraticida guerra negándose a acordar un Cese al Fuego bilateral y verificable que genere mejores condiciones políticas para alcanzar una salida rápida y efectiva al actual conflicto social y armado, anunciando en sus medios la muerte de jefes y guerrilleros de las FARC-EP y otras organizaciones insurgente pero, de la misma manera, cínicamente reaccionando como “victimas” cuando son los integrantes de las Fuerzas Militares y de la Policía del Estado quienes han sido dados de baja o hechos prisioneros en combate o capturados en tareas de inteligencia contra la insurgencia.
Pero el colmo de ésta impostura mediática y política del establecimiento oligárquico santandereano es la tarea necrofílica que el mismo presidente Santos ha asumido, a través de su cuenta en la red social twiter, de “Anunciador de la Muerte” de los combatiente de las FARC-EP, con quienes en La Habana sostiene conversaciones de Paz, utilizando términos despectivos tales como “cabecilla”, “cuadrillas”, “secuestradores”, con lo que, no solo confirma el mismo discurso guerrerista y calumniador de sus predecesores del Palacio de Nariño sino que los supera en su condición de narrador global y virtual del obituario trágico de la confrontación armada.
Este sorprendente papel del presidente Juan Manuel Santos pretende responder al asedio y chantaje político de su exjefe y exaliado, el paramilitarismo Alvaro Uribe Velez y, su aspiración de levantar la moral de sus 500 mil elementos de tropa y 100 mil policías militarizados y de investigación criminal, frente a un insurgencia revolucionaria que, aún asumiendo sus operaciones militares con contención, para evitar un escalamiento del conflicto armado y el fortalecimiento de las posiciones más recalcitrantes de la derecha militarista de la oligarquía colombiana, no esta dispuesta a que las Fuerzas Militares del Estado cambien la situación militar en el terreno y afecten el control efectivo que tienen sobre amplios espacios de la geografía colombiana; razón por la cual, seguirán produciéndose combates y en ellos habrán muertos, heridos y capturados de ambos bandos, lo cual aumentará la tragedia y distanciará más a los oponentes que están fuera de la mesa de negociaciones.
El presidente Santos, en su nuevo papel de twitero “Anunciador de la Muerte” y, su calumnioso tratamiento a sus adversarios de las FARC-EP, hoy sentados en la mesa de negociaciones de Paz de la Habana, puede aumentar la percepción de sus adversarios de que la oligarquía colombiana no esta suficientemente preparada para aceptar la Paz con Justicia, Soberanía y Reconciliación y ello puede influir en la dinámica del conflicto social y armado que desangra a Colombia y afectar el esperanzador proceso de negociaciación, cuyos positivos resultados de Paz, claman los hermanos pueblos de América Latina y el Caribe.
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