Primeramente sería bueno repetir que el creyente en Dios actúa a través de un sentimiento tozudo, empecinado, y el ateo esperando siempre una demostración racional, donde, desde antaño le han parecido insuficientes –valgan los casos– tanto las cinco célebres vías de Santo Tomás, como el argumento de Duns Scotto, rechazando a priori –es posible que así sea– la posibilidad incluso de toda demostración referente a la divinidad.
Por eso no resultaría tonto pensar que un ateo es simplemente un ser exasperado, por creer en Dios, pero que su racionalidad no se lo permite.
Y para ponerle a estas circunstancias que hoy despliego, un punto de ardor referencial, como partida, digamos que todo comenzó cuando el Vaticano confundiose en cuanto a qué despojos alguna vez pretendió hacer feliz y venerable honrándolo con culto, por sus integridades mucho antes aseguradas. Vale decir, confusión en cuanto a quién, alguna vez, pretendió beatificar. Y fue cuando Pepita Pla, vecina de Santa Bárbara, Tarragona, recibiera una llamada de la ¿Santa Sede? informándole que su padre, partidario de la República, y por tanto, muy ajeno a la Iglesia, iba a ser beatificado. “!Me cago en dios! ¿Mi papá beatificado?”, dizque profirió Pepita poseída de una inverosímil incredulidad. Y resulta que no se trataba de su papá (ateo convicto y confeso) sino de su homónimo, Josep Pla Arasa, mejor conocido –¿acaso en los bajos fondos franquistas?– como Mosén Flores.
¿Es posible imaginar que el Vaticano hubiera podido beatificar a un ateo? ¡Qué de cosas se ven, Oh Dios, o pudiesen verse!
Pues en Londres tienen hoy los ateos su propia congregación fundada por un joven humorista que insiste en que su iglesia no es secta, sino comunidad de intelectuales. Si somos ateos –pregonan– no es para negar los valores comunes de la humanidad.
Pero no son solo los países orientales donde escasea la libertad de conciencia. Porque es que el ateísmo, como se está poniendo de moda en Occidente, pues resulta que en ese Occidente “ilustrado”, tampoco, se es tolerante con ellos. Y en Estados Unidos, donde la moda es norma de vida, la cosa resulta hasta punible además que los hacen sentir menos estadounidenses y, en siete estados, no pueden ser funcionarios públicos, siquiera, que es la escala más degradante en el mundo del trabajo.
Ateos gringos se vieron obligados incluso a tener que acudir a la Corte Suprema para impugnar una ley antiatea de Kentucky que permite solo dos opciones: o reconoces a Dios, o vas preso por dos años. Esto quizás con una intención más económica que religiosa.
Uno de los promotores de aquella curiosa ley, demócrata y baptista, y temeroso, condenaba los conatos de separar a EE.UU. de la usanza de percibirse a sí misma como una nación bajo salvaguardia de Dios. Sin aclarar de cual, porque el dólar contiene el lema nacional oficial de, “En Dios confiamos” (In God we trust). O tal vez del dios mercado… No sé. Sería preciso saber entonces de cuál dios se pretende alejarlo de su salvaguardia: O del dólar, o del mercado, o de ambos, como implacables aliados.
Brasil y China, a propósito, están perdidos de ateos: decidieron no creer en el dólar.
Ahora el asunto también sería saber si Dios sería capaz de confiar en Estados Unidos. Y no creo que Dios pudiera ser tan cándido. Entonces, como sostiene Santo Tomás en su quinta razón, ¿es posible que Él como director de todas las cosas naturales a un fin, dirija a Estados Unidos, sobre todo para que nos joda? ¿Qué tipo de dios, entonces, es Dios?
Tal como fluyen pues los asuntos en el mundo de hoy, pudiera que muy pronto haya otro tipo de terrorista: el ateo. Y el ateo no es más que aquel que actúa contrario a Quinto Septimio Florente Tertuliano , pues no cree en Dios, puesto que no le dieron, o simplemente decidió, no tener fe…
¿Y punto? ¿Es tan así de simple la cosa?
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