Creo recordar haber dejado en claro mi manifiesta antipatía por cuanto huela a religión, sobre todo hacia aquella bañada con aguas occidentales. Aterra e indigna, la sumisión a que es sometido el ser humano ante ella. Y aunque no irrespetaría jamás la decisión de quienes cabalgan sobre cualquiera de sus corrientes, no me veo ¡ni por casualidad! con los pies dentro de los estribos de algunas de sus derivaciones. Aprecio, eso sí, en su justa medida la decisión de quienes practicando la Teología de la Liberación, entre otras, combaten también por un mundo más justo. Pero hasta allí.
Sin embargo, nada de esto impide que deje de llamar mi atención cuando –desde donde sea- se alude el tema de la justicia. El nuevo inquilino de El Vaticano, Don Francisco, ha demostrado por estos días que, mínimamente en teoría, sabe cómo se bate el cobre en ese asunto.
Este jueves, el católico argentino se refirió a la pobreza que -como sabemos- tiene su origen en la avaricia de unos pocos que por aglutinar tanto mezquino poder mantienen a muchos en la miseria absoluta. “No hay peor pobreza material que no poder ganarse el pan y ser privado de la dignidad del trabajo”, refirió en un encuentro internacional cuyo nombre fue nada más y nada menos: Repensar la solidaridad para el empleo. Los desafíos del siglo XXI.
A estas alturas del juego, más de un Lorenzo Mendoza –que los hay en todo el universo- debe estar debatiéndose entre seguir los pasos creyentes aprendidos desde niño o hacerse el musiú ante la posición del pibe Jorge Mario Bergoglio quien dijo que era hora de retomar la solidaridad porque no sólo al Sur sino en todo el planeta “hay algo que no funciona”. Usted y yo, ah y los Lorenzo Mendoza de todo el orbe sabemos qué es lo que anda mal. “A esta palabra 'solidaridad' no muy bien vista por el mundo económico, como si fuera una mala palabra, hay que volverle a dar su merecida ciudadanía social”, añadió el pontífice quien seguramente, para ciertos oligarcas, se está pasando de maraca.
¡Chávez vive…la lucha sigue!
