El libro El Moncada, la respuesta necesaria del historiador Mario Mencía(Cruces, Cuba, 1931), es un interesantísimo relato que se lee como una novela. Su estructura cinematográfica y la fluidez de su prosa facilitan la comprensión de este trascendental capítulo histórico. No sólo para Cuba pues existen semejanzas que inevitablemente evocan situaciones que hoy enfrentan los movimientos populares antineoliberales en América Latina y el Caribe. Esta entrega de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de Cuba, ampliada y modificada respecto a su homónima de 2006, confirma el irreductible compromiso del autor con los hechos históricos tal como se van revelando en sus acuciosas pesquisas, a la vez que la originalidad de sus interpretaciones.
Con cuatro décadas dedicadas a la investigación de esta etapa de la historia de Cuba y numerosos títulos en su haber, Mencía nos explica que en los años posteriores al triunfo de la Revolución Cubana surgieron mitos y tergiversaciones reduccionistas sobre el movimiento insurreccional. Predominaba la idea esquemática del “foco” guerrillero en las montañas formado por un grupo de héroes iluminados, que con el solo apoyo del campesinado serrano y una serie de acciones armadas aisladas del resto de la población había derrotado a la tiranía. Esta mirada pasaba por alto la pluralidad de los sujetos políticos y las clases y capas sociales que formaron parte del proceso de la guerra revolucionaria en Cuba o de los acontecimientos que llevaron a su estallido, los multifacéticos y complejos desarrollos y etapas que atravesó, la diversidad de escenarios –ciudades, prisiones, montañas, exilio- en que se produjo y las distintas formas de lucha que le fueron inherentes, cada una según lo exigieran las circunstancias, por más que llegado un momento la principal fuera la armada.
Pero en modo alguno fue la única. Agotadas las vías legales y políticas como forma principal de lucha, el propósito principal de la acción armada era el impulso a la organización, concienciación y crecimiento del movimiento revolucionario y de masas a escala nacional, que exigía la realización de una intensa labor política y propagandística por la vanguardia. Se trataba de construir un movimiento de masas capaz de aportar el suficiente soporte político y logístico a esas propias acciones para conducirlas a la victoria del movimiento revolucionario, objetivo estratégico supremo. Ello, enfrentando condiciones extremadamente adversas tanto por la precariedad de los recursos económicos, comunicacionales y militares de los revolucionarios como por el desfavorable contexto geopolítico.
Aunque Mencía rectifica su propia visión anterior de Washington como orquestador del golpe de Estado de Batista, subraya el creciente apoyo que este y su régimen recibieron siempre de los medios de difusión estadunidenses así como de la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA. Sobre estos temas he tenido el privilegio de sostener un fructífero intercambio en los últimos días con el autor, mi amigo y compañero de muchos años.
Mencía decidió centrarse en la investigación de esta etapa de la historia de Cuba después de qua a través de la investigación de los movimientos guerrilleros en América Latina en la década del sesenta se percató de la ignorancia existente sobre ella hasta en la isla y el daño que estaba haciendo en otros países hermanos, incluido un alto costo en sangre.
Ello lo llevó en 1972 al estudio del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, el dinámico proceso político que le siguió, el surgimiento de Fidel Castro en esa coyuntura y su liderazgo, que considera imprescindible. Igualmente las características del Movimiento 26 de Julio por él encabezado, el análisis de los hechos que condujeron al jefe revolucionario a la decisión de llevar a cabo el ataque al Moncada y la creatividad y el tesón con que trasformó ese revés en un acelerador de las condiciones subjetivas para la revolución.
Si al principio del libro vemos una lucha estudiantil dinamizadora de todo el espectro revolucionario, también observaremos el protagonismo de las mujeres, los obstáculos que ponen los viejos partidos políticos con retórica insurreccional aunque paradójicamente servirán para nuclear futuros combatientes, la incursión de la clase obrera y de las capas medias. Se perfila, en fin la abarcadora estrategia fidelista que conducirá a la articulación de todas las fuerzas revolucionarias hasta llevarlas a la victoria de 1959.