Esa tierra del mañana queda en Bélgica, un país de gobiernitos regionales asociados a una monarquía federal cuyo curioso concepto de soberanía les lleva a tener sus fuerzas armadas al servicio de la OTAN. Y no es su única curiosidad, su monarca llegó a tener toda la región del Congo como posesión privada.
Es un lugar de fantasía convertido en Meca del globalizado sifrinismo juvenil. Allí se realiza, todos los veranos, un gran festival de música electrónica. Centenares de miles de jóvenes blancos, de rubios cabellos y lentes Spy, se concentran en ese sitio sobre el que se ha realizado una fastuosa escenografía tipo Alicia en el país de las maravillas.
Ellos llegan desde cualquier lugar del mundo, sea Nueva Zelandia, Rusia o Venezuela. Desde aquí, tal aventura de una semana cuesta, si te llevas tu carpa, un mínimo de 2.800 dólares por persona.
Los organizadores del festival tienen todo controlado, desde la gigantesca comercialización de cuanta estupidez se les pueda ocurrir, hasta las drogas de variada intensidad. Pero, eso si, con absoluto orden. Para lograrlo tienen unas empresas de seguridad, expertas en coñacear a la gente que se exceda en su frenesí.
Y para ayudar en esta tarea de aplacar ánimos desbocados, colocan un sinnúmero de carteles tranquilizantes con una corona real donde toman la vieja frase inglesa: keep calm and carry on, y la transforman en keep calm you are in Tomorrowland. Pues vea usted, en estos días de furia escuálida, me topé en Internet con dos fotos de los que manifiestan contra el reeegimen en la plaza Altamira; en una de ellas se veía un grupo de catiritos con sus Spy, igualitos a los de Bélgica, con una pancarta que decía: I am venezuelan and I cannot keep calm.
La otra foto era del exhibicionista mundializado, llamado Boris Izaguirre, en un arrumaco con cinco encapuchados que saludaban a la cámara muy alegres. Ambas fotos nos hablan del nuevo estilo primaveral: el combat fashion. Sólo faltaba Justin Bieber mostrando nuestra bandera al revés con la inscripción PrayForVenezuela.