El mundo al revés. Los fascistas dando lecciones de democracia a los que nos jugamos la vida combatiendo a la dictadura fascista. Los monopolizadores de la violencia y la tortura, presentándose a sí mismos como los campeones del pacifismo y los valores cívicos. Los ideólogos a sueldo de la clase dominante, denunciando las ideologías.
Los que se lucran con el trabajo ajeno son “emprendedores” y “creadores de empleo”, y los salarios de hambre son “cargas sociales”. La emigración forzada por la miseria es “movilidad exterior” y “espíritu aventurero” de los jóvenes. La sobrexplotación de los asalariados para mantener los beneficios de banqueros y oligarcas es un “esfuerzo colectivo”, y las leyes de pauperización, “reformas”.
La cosa llega al extremo de que un rey golpista, impuesto por el fascismo, es retratado perpetuamente como el “salvador” de la democracia. No cabe mayor escarnio.
Dan igual los hechos objetivos, las pruebas, los vídeos, las denuncias documentadas incluso desde sus propias filas –ah, Pilar Urbano, esa roja peligrosa–. Lo importante es la propaganda, repetir las mentiras mil veces, un millón de veces, desde telediarios, tertulias, informes “objetivos”. Desde la radio y desde los púlpitos. Desde su soberbia y nuestro apocamiento.
Lo tienen todo. Las armas, los gorilas a sueldo, los jueces a medida, los medios de comunicación y de incomunicación de masas, el dinero. Su poder es omnímodo. Bien claro nos repiten que nunca cederán ni un ápice. Que ya pueden chillar los catalanes, o las mujeres, o los parados. Que jamás se conseguirá lo que queremos.
Entonces, ¿por qué tienen miedo?